Y en el momento más doloroso y oscuro... adoraron



Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían. Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron» Hechos 16:25-26

Una vez más encontramos a Pablo, ahora con Silas, metidos en problemas. Todo comenzó cuando una esclava con un espíritu de adivinación dentro los importunaba y el Apóstol la liberó. Sus amos, enojados al ver que ya no produciría dinero, los acusaron y la ciudad se enfadó con ellos.

Recapitulemos. Primero dice que los azotaron mucho con varas. ¿Te han golpeado alguna vez con una vara? Imagínate, dice que los azotaron, y Lucas afirma que fue mucho lo que los azotaron. No fue unos cuantos golpes. Fueron azotados por soldados romanos, de una manera cruel y sin misericordia. Las espaldas quedaron molidas, sangrantes y dolidas.

Segundo, los metieron en el calabozo más profundo. Aun sufriendo los dolores, las ropas 
rasgadas, la piel en carne viva; fueron puestos en el calabazo más profundo. Donde la luz era escasa; donde estaba completamente sucio; donde olía a heces humanas; allí fueron refundidos, sin nadie que atendiera sus heridas.

Tercero, pusieron sus pies en el cepo. El cepo son maderas que tienen agujeros, los condenados metían los pies, manos y cabeza en el cepo donde eran asegurados en esa posición incómoda. En este caso, a Pablo y a Silas solo les pusieron los pies en el cepo. Ahora, imagina, en esa posición incómoda, en ese lugar horrible, con las espaldas molidas, y todo porque inventaron acusaciones en contra de ellos. ¿Qué actitud cabría esperar ante esa situación? Trataré de explicarlo correctamente…

De pie, en medio de las penumbras, invisible a los ojos de los hombres. El dolor, la tortura y la miseria de ese podrido lugar lograba alegrar perversamente su corazón. Sus ojos amarillos brillantes de odio y desprecio miraban a esos dos hombres; una mueca torcida de burla y placer asomó a su Rostro… murmuró tranquilamente: «Eso y más se merecen».
Como había hecho miles de veces, llegaba el turno de manipular la mente de los sufrientes presos. «¿Qué hice para merecer esto?»; «¿Dónde estás Dios?»; una tras otra dejo caer sus frases en forma de pensamientos en la mente de esos dos hombres. Río de buena gana, alzó un puño al cielo desafiante; complacido los miró y murmuro: «despreciados, lacerados, aprisionados, inmovilizados… ¿dónde está su victoria? ¿Dónde su poder? ¿Qué tienen que decir?». Levantó la voz y exclamó triunfante: «¡El cielo está en silencio! ¡Han sido abandonados! ¡Esto les pasa a los que me desafían!».

Guardo silencio. Solo se oía gemidos, lamentos, algunos presos dormían ya. La Serpiente Antigua saboreó el momento; el silenció de la mazmorra, el silencio del cielo. El silencio. El silencio fue interrumpido… aquel hombre golpeado, hambriento, sediento, sangrado, acalambrado con los pies en el cepo; rompió al fin el silencio; pero no era la queja que el asqueroso ser esperaba:

La voz del hombre irrumpió el silencio de la cárcel; como espada rasgó el silencio de la noche; como saeta flameante voló al cielo: «Te alabo Maestro; te adoro mi Señor; tuya es la gloria, tuyo es el honor; me honras al poder llevar en mi cuerpo las marcas de tu muerte y oprobio». Muy pronto, el otro hombre se le unió en un suave cantico: «Es Jesús el hijo de Dios, la provisión del cielo para la salvación del hombre; recibido en el cielo, honrado por ángeles, amado en la tierra. Es Jesús, nuestros Mesías, a quien honramos y esperamos».

Aquel ser no podía creer lo que estaba escuchando; sus mentiras se habían hecho humo. Se tapaba los oídos para no escuchar. Las palabras le quemaban su ser; traspasaban su corazón. Mientras las alabanzas subías. Los presos escuchaban las plegarias pidiendo salvación; los cantos proclamando la victoria del Mesías. El dolor pasó a segundo término. Solo importaba una cosa: Él.

Él se paró de su trono, miró a su Padre, quien con una sonrisa asintió y miraron a la tierra, los ángeles asombrados recibían la adoración y la llevaban al Padre. Miles de voces se unieron al cántico de victoria. Con pasos firmes y seguros, envuelto en su Gloria, descendió a la tierra. No se encaminó al magnifico templo donde se ofrecían sacrificios. No fue a casa de aquel que cumplía todos los ritos de la ley. Se encaminó a la celda más oscura de la cárcel de Filipos.

Con una amplia sonrisa su Gloria irrumpió la celda; a lo lejos su enemigo se arrastraba profiriendo palabras de odio. Su presencia llegó justo donde dos reunidos en su nombre lo alababan. Y su Gloria trajo libertad. Su Gloria cimbró ese lugar. Las cadenas cayeron, los cepos se abrieron, las rejas se abrieron; pero no solo para ellos; su alabanza abrió todas las celdas.

Eso fue lo que pasó. Querida Iglesia, la adoración atrajo la Gloria de Dios, la Gloria de Dios trajo libertad. Pero no una libertad física; le trajo libertad al carcelero, a los presos, la libertad del pecado y de la muerte. Ese día, fue un día de salvación. ¿Qué hacemos nosotros, Iglesia, cuando estamos en dificultades? ¿Cuál es nuestra actitud ante las situaciones de la vida? Tenemos la gran bendición de poder alabar en medio de las pruebas; de alabar y ver la liberación del cielo.

Tal vez no fuiste golpeado, ni encarcelado, ni tus pies están en el cepo. Pero tal vez descubriste que te engañan; te robaron; te difamaron; otro se quedó con el crédito de tu trabajo; en la congregación fuiste menospreciado; reprobaste el examen; no te quedaste en la universidad; el amor de tu vida te dijo que no siente lo mismo que tú; el dinero no alcanza; estas humillado; temeroso; paralizado… enfoca tu mente, abre los labios: «Bendito Tú mi Señor, quien tiene el control de mi vida, te amo, te alabo…». ¡Vamos Iglesia! Sigue adorando.

Comentarios

  1. ...palabras...inspiracion ....en el poder del Espiritu Santo.... ...En en el nombre de JESUS..

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