Cuando no soy lo suficiente bueno para servir





«Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez. Y la multitud que estaba allí, y había oído la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado». Juan 11:27-29

Me fascina pensar en la eternidad de Dios. Me impresiona como su Palabra puede ser tan profunda. Podrías ahondar en ella cada día y no terminar de profundizar. Considero sus planes perfectos, como cada detalle calza a la perfección en algo más grande. Y ni que decir de su creatividad, cada cosa creada, cada intervención en el mundo llevan una clara marca de su deidad.

Y es precisamente por eso, que al estudiar el libro de Juan, me ha golpeado la idea de que se vuelva hombre. Ni en la imaginación más desbocada de los fieles del Antiguo Testamento hubiera esbozada la idea de que Dios se volviera hombre. Sí, como tú y como yo. Con nuestras necesidades físicas, con nuestras necesidades emocionales. A hablar a un mundo que lo rechazaba: «Vamos, ¿qué tú eres Dios? No juegues. Si aquí están tus padres. Si yo iba contigo en la primaria». Y, lo que más me impresiona. Es que Él sabía todo esto y aun así lo hizo.

Y, precisamente, hablando de esta humanidad; durante mucho tiempo pensé, y así me fue enseñado, que el supercristiano nunca se sentía mal; que jamás tenía miedo; no daba pasos para atrás; no se cansaba (aunque no descansara). Vaya, siempre tenía que estar en «modo» optimista y feliz. Cada vez que me sentía derrotado, triste, desanimado, dolido, temeroso… me sentía un traidor. Creía que debía esforzarme más, para llegar a ser más «espiritual»; alejado de las minucias de mis «emocionalismos» y de mis «pequeños pensamientos».

Esos paradigmas me impidieron durante mucho tiempo ver esta faceta del Señor. Esta faceta que muestran pasajes como el que hoy estudiamos. Y que ahora me hacen valorar más lo que el Señor Jesús hizo por mí, y saber la calidad del amor con que soy valorado. Observa sus palabras, maravíllate conmigo:

«Ahora está turbada mi alma». La palabra «turbada» significa: «agitación; un estado alterado». ¡¿Cómo?! ¡Nuestro Dios, el Maestro perfecto, el Príncipe de Paz, ¿Sentía turbada su alma?! Pareciera una contradicción. Y, tal vez sea así, es una contradicción llamada humanidad. Las emociones del Señor Jesús estaban agitadas, ¿eso lo hacía menos santo? ¿Perdió su perfección? La respuesta es un rotundo no.

Porque en el Reino de Dios hay espacio para que nuestra humanidad se sienta agitada. Porque el Cielo entiende nuestras debilidades. Porque el Creador puso emociones dentro de nosotros y sabe que, cuando se activan son normales (Sí, lo sé; hay opresiones y ataduras emociónelas, pero no estoy hablando de eso; hablo de la normalidad de nuestra expresión emocional).

Y eso me da tanta esperanza, me libera de tanta culpabilidad. Me hace sentir tan bien. Disfrutar mi humanidad. Porque al final, la inteligencia para controlar las emociones empieza con reconocerlas y aceptarlas. Si el mismo Señor Jesús se sintió turbado; ¿no entenderá cuando las presiones del ministerio, de mi familia, de mi trabajo, de mi escuela, me turban? Por supuesto que sí. Nuestro Señor siempre está dispuesto a entendernos ¡Porque ya lo vivió!

El Maestro se sentía turbado porque llegaba la hora de su tortura y muerte. Ha de haber sido terrible saber de antemano todo lo que iba a pasar. Pero, como nuestro buen ejemplo, nos enseña como tratar eso. Ni siquiera considero pedir al Padre que lo librara. ¡Y claro que el Padre podía liberarlo! Pero recuerda que Él vivía para hacer la voluntad de Dios. Por lo que dice que obedecerá la disposición del Padre.

Mira, entonces es posible obedecer a Dios con el alma turbada. ¡Y Dios no se enoja por eso! Al contrario, dice el Señor que al obedecer el Padre sería glorificado. ¡Qué hermoso! ¡Cuántas veces he servido con mi alma turbada, pensando que Dios estaba decepcionado de mí! Cuántas veces prediqué a un auditorio semivacío. Cuantas veces mi corazón se encogió ante el rechazo. Y podría seguir… pero sé que me entiendes porque te ha pasado lo mismo.

La posición del Maestro, su totalidad de servicio fue tan grande, su obediencia por encima de su turbación fue tal que ¡el mismo Padre respondió desde el cielo! Dijo: «me he glorificado». Espera un momento, aún no obedecía, aún no moría. Pero, Él reconocía su turbación, no culpaba a nadie, se hizo responsable de ella y decidió: «No pediré que se me de otro camino, no buscaré otra opción. Marcharé directo a cumplir Tu voluntad». Y esa decisión tocó el corazón del Padre.


¿No es hermoso? No importa, entonces, que el servicio que das a Dios lo hagas con turbación del alma. Si te haces responsable de lo que sientes, si afirmas tu rostro, si obedeces. No importa si el alma está turbada. Dios es glorificado. Pero no esperes que todos se den cuenta. No funciona así. El carnal solo dirá «fue un trueno»; sus oídos no pueden entender a Dios. Pero aquel que hace la voluntad de Dios escucha y entiende. Vamos preciosa Iglesia, sirvamos al Eterno; no importa como nos sintamos. Nuestro Dios nos mira y nuestra meta es que Él sea glorificado.

Comentarios

Entradas populares