Después de la Caída


«Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas» Juan 21:17

Ahora que las lágrimas habían cesado, no se sentía mejor… se dejó caer pesadamente en el suelo. Quería morir, desaparecer, la vergüenza le quemaba las entrañas, el dolor le cerraba la garganta. Si no lloraba era porque las lágrimas no salían más, su dolor era un fuego que las había consumido cada una de ellas.

Morir, era lo que más deseaba. Que la tierra se abriera y lo tragará de una vez. Su mente aún se negaba a creer lo que había pasado. Había fallado de la forma más miserable; había roto su juramento; y ahora… él, él… Ya no había esperanza, ya no había un mañana. Las últimas palabras que le dijo antes de que muriera, fueron palabras de desprecio, de negación. Ahora su Maestro estaba muerto y jamás podría remediar su falta.

Escucho que tocaban la puerta, que lo llamaban. No abriría, no quería ver a nadie nunca más. ¿Cuántas veces había fantaseado con ser el líder? El discípulo elegido para continuar la obra de su Rabí. Tantas promesas que había recibido, tantas ilusiones ahora destrozadas. No sería líder de nada; es más, la vergüenza le impedía querer ver a sus compañeros. Su mente quería escapar, culpar a alguien. Pero en lo profundo de él sabía que todo era culpa suya. Pedro se encerró en sí mismo; cerro los ojos y, al fin, mientras los gallos le recordaban su fracaso, el cansancio lo venció.

Sí, todos sabemos que Pedro fracasó. Sabemos que le ganó el temor. Que se sintió acusado ante la mirada de amor de su Maestro. Y que lloró amargamente. Aquí vemos la humanidad de Pedro, podemos analizar su fracaso y… No, no se trata de eso. Detente, no lo juzgues por fracasar, ¿acaso no somos culpables de lo mismo?

Bien, que levante la mano quien de nosotros no ha tomado malas decisiones y ha actuado de forma equivocado ante las emociones desbocados. Dime querido hermano; piensa, amiga: ¿Acaso no hemos sido golpeados por el temor, por el coraje, por la angustia, por la desesperación? ¿No le has gritado, castigado, pegado a tu hijo en medio de un coraje? ¿No has dormido lejos de tu pareja, física y/o emocionalmente, porque estabas muy mal emocionalmente como para pedir perdón? ¿No te ha pasado que no has dormido por el temor a lo que vas a enfrentar al día siguiente? Etc, Bueno, y eso es lo de menos.
Porque también hemos fallado miserablemente al Señor por nuestras emociones, ¿no hemos hablado de los hermanos de la Iglesia porque nos «lastimaron»? ¿Y no te acostaste con tu pareja antes del matrimonio porque no se controlaron? ¿Acaso cediste a las presiones de tus amigos para hacer lo que no era correcto? ¿Y cuándo el Espíritu de Dios te impulsó a evangelizar a una persona y por pena no lo hiciste? ¿Y qué tal esa vez…? Bueno, creo que entiendes el punto.

Antes de juzgar a Pedro, recordemos que también le hemos fallado. Que también nos hemos sentido sucios e indignos de su presencia. Que volvimos a enojarnos en exceso; que robamos; que vimos «esos» videos que no debemos ver del internet; que quedaste embarazada fuera del matrimonio; que engañaste a esa muchacha porque querías su cuerpo pero no su corazón; que te alejaste molesto del templo; que haces de la comida la solución para tu ansiedad; que le gritaste a tu esposa cruelmente; que hace tres días que no le hablas a tu esposo… Sí, mi hermano, todos hemos fallado miserablemente.

Pero el punto, el punto importante de esta meditación, no es poner el dedo en la llaga. No es filosofar acerca de que tres veces lo negó y tres veces le preguntó el Señor: «¿Me amas?»; no voy a hablarte de la etimología de la palabra «amor» que usaron Pedro y el Maestro mientras intercambiaban esas frases. No. Quiero poner tu atención en lo siguiente.
«¿Me amas?» no tenía que ver con una acusación, no era un reproche, tampoco un castigo. Piensa en Pedro, ¿nunca has tenido que dar la cara después de equivocarte miserablemente? Imagina la tensión, los nervios que sentía Pedro. ¿Y si lo corrían? ¿Y si ya no era digno? ¿Y si el Señor le externaba que estaba decepcionado? Tres veces le pregunta el Señor, tres veces contesta que sí, tres veces le dice: «apacienta mis ovejas»
El Maestro nos enseña como ve los errores. Para el un error no nos define. Eso es maravilloso. Grábalo en tu corazón. Un error no te define. Un error no te define. TUS ERRORES NO TE DEFINEN: No eres un hipócrita, no eres un pervertido, no eres un abandonado; no eres una loca; no eres un traidor; eres un creyente, un Hijo de Dios que se equivocó y que aún puede alcanzar perdón. Un hijo de Dios que falló miserablemente, pero 
que sigue siendo Hijo y puede ser restaurado.

Siempre hay cabida para el arrepentimiento. Siempre hay un nuevo mañana, donde las misericordias son nuevas. Lo que el Maestro le quería decir a Pedro a través de las preguntas era «ya pasó, no eres un traidor, eres un pastor de mis ovejas»; y se lo recalca tres veces. Así que el Maestro no te va a estigmatizar por el error que cometiste. Él te va a decir, perfecto, creo que me sigues amando, ya deja eso en el pasado, vamos adelante.

¿No es hermoso? El Señor no se queda estacionado en el error. Te aseguro que si Judas, en lugar de autocastigarse, hubiera venido arrepentido ante el Señor, hubiera encontrado salvación. Y, mira, Pedro traicionó, pero fue lo suficientemente inteligente como para responder al impulso del Espíritu de Dios y arrepentirse. Él Maestro sabía que estaba arrepentido, sabía que nunca iba a ser el mismo.

Dios sabe cuantas veces vamos a fallar. De hecho, ya fue puesto en los hombros del Señor en la cruz cada uno de esos pecados. Lo que Él espera es que nos arrepintamos, aceptemos su amor y gracia, y nos pongamos a realizar nuestro trabajo. No te llames fracasado, no te mires como pecador, no aceptes que eres algo menor a un Hijo de Dios.


Así que, Iglesia, a dejar el pasado atrás. Los errores se deben quedar allí, solo como una lección de lo que no debemos hacer, y de la Gracia del Eterno por perdonarnos y darnos una nueva oportunidad. Levantémonos y respondamos al amor del Señor… cuidemos de su rebaño. Bendecido día Pueblo de Dios.

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