Como interceder: El arte de argumentar. Parte 3




Principio 4. ¡Yo sé que lo puedes hacer!

Otra cosa que nos permite armar argumentaciones en los momentos de intercesión proviene de nuestra relación personal con Dios. Todo creyente ha sido testigo, a lo largo de su caminar en Dios, de las cosas que Él ha hecho. Esas cosas nos permiten una base para permanecer expectantes de lo que el puede hacer.


Si, estoy hablando del lenguaje que nace de la fe en Dios. Por lo que debo de hacer un breve paréntesis para decirte que si en tu corazón hay alguna inconformidad (por llamarlo de una manera suave pues en algunos creyentes se forma un fuerte resentimiento) en contra de Dios, por alguna respuesta que no llegó a tus oraciones, debes tratarla con Él.


No hay nada más dañino para la fe que el pensar que en quien confiamos ha fallado. ¿No pasa eso cuando un esposo le es infiel a la esposa? Deja de confiar. No podemos confiar en Dios si creemos, aún en lo más mínimo, que Él nos ha fallado. Por eso nuestro corazón debe de creer profundamente en Él.

En lugar de mirar a lo que no entendemos, nuestra confianza y fe debe de estar puesta profundamente en Dios y en lo que sí ha hecho por nosotros. No se puede ser un intercesor si no se posee una gran expectativa por la intervención de Dios. Por eso, al interceder debes de tener una profunda expectación de lo que Dios es. En lo personal, una de las oraciones que más me gusta a este respecto se encuentra en Isaías 64. esa oración combina los argumentos de la Gloria de Dios y la expectación de lo que el Señor es.


Los salmos están llenos de palabras de confianza en Dios derivados de los favores y misericordias recibidas. Por lo que este principio está íntimamente ligado con la actitud de la adoración que todo intercesor debe tener. Algunos ejemplos de esto lo podrás encontrar en Salmo 17:6-7; 31:21-22; 71:17-24; 77:11-15; 107.


Así, nos afianzamos en lo que Él ya ha hecho. Oramos basados en sus atributos, en el conocimiento de lo que Dios es. Pero no en el conocimiento teórico, sino del que nace de nuestra relación con Dios.



Principio 5. ¡Por la Sangre del Señor Jesús!
Todo se hace en el nombre del Señor Jesús, porque cuando invocamos su nombre estamos recordando todo el proceso de nuestra salvación: su nacimiento, su muerte, su resurrección, su ascensión.

La sangre del Señor Jesús es más poderosa que cualquier cosa. No solamente en contra del poder de satanás, sino también cuando argumentamos delante de Dios. ¿Por qué? Porque la obra de redención del Señor Jesús es la obra más grande de la Gloria de Dios. Por eso, como Dios le dijo al profeta Jim Goll: «una sola gota de la sangre del Señor Jesús es más poderosa que todo el Reino de satanás».


La sangre, en medio de nuestros argumentos, engloba todo lo que hemos hablado anteriormente: es un asunto del gran Nombre de nuestro Dios, es una promesa que Dios nos da a través de ella, es la que perdona nuestros pecados y la que nos permite, y nos lleva, a orar confiadamente, tal como lo señaló acertadamente el Apóstol Pablo:



«¿Qué más se puede decir? Si Dios está de parte nuestra, ¿quién podrá estar contra nosotros? Si Dios no dudo en entregar a su Hijo por nosotros, ¿no nos dará también, junto con Él, todas las cosas?». Romanos 8:31-32



Así que la sangre del Señor Jesús no solo es parte de nuestra argumentación delante de Dios, sino que es la base. Pues es solo a través de su sangre, en primera instancia, que podemos estar delante del Trono de Dios intercediendo.



«Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro». Hebreos 4:16



Principio 6. ¡Por qué te amo!

Este último argumento es el único que tiene que ver con nosotros. Es el amor desbordado por Dios, el anhelo de ver su nombre levantado. La realidad de que la oración no se trata de mí sino de Él.


El amor es el que nos lleva a exclamar: «Y te amo tanto que si no me contestas te seguiría amando. Confío en ti». Es decir, que intercedemos porque es su placer que lo hagamos, y no importa lo que pase, lo seguiremos amando.


Sí, Dios sí nos contestará, no dudo que lo hará. Pero el amor por Él tiene que ser el único móvil que nos lleva a doblar las rodillas e interceder.



Argumentar bien, dirigidos por el Espíritu de Dios, nos permite que nuestra intercesión de en el blanco, que sea directa y no que seamos como cazadores que disparan para todos lados, repitiendo frases que leímos, recitando declaraciones que ni entendemos; así no daremos en el blanco.


¿Qué más te puedo decir? Simplemente deja a un lado tu compu, lap, cel o tablet, dobla tus rodillas y comienza a interceder. ¡Adelante hermano!


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