Volver a la Normalidad
«Tocad trompeta en Sion, proclamad ayuno, convocad asamblea. Reunid al pueblo, santificad la reunión, juntad a los ancianos, congregad a los niños y a los que maman, salga de su cámara el novio, y de su tálamo la novia. Entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová, y digan: Perdona, oh Jehová, a tu pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad, para que las naciones se enseñoreen de ella. ¿Por qué han de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?» Joel 2:15-17
Comenzamos este año como todos, con nuestros estructurados
planes para nuestra vida y congregaciones, en el mejor de los casos; en la
mayoría, listos para un año más de hacer lo mismo que los años anteriores. Los
primeros meses transcurrieron; un día apareció la noticia de un nuevo virus en
China, demasiado lejos para preocuparnos… entonces todo cambió. El virus se
propagó, la vida se paró, nos encerraron en casa y cerraron los templos.
Una pregunta comenzó a rondar en mi mente ¿Y si fue Dios el que
nos sacó de los templos? He visto muchas publicaciones en redes, muchos
creyentes anhelando regresar a sus templos, para alabar a Dios, para volver a
la «Normalidad». Anhelando el momento de volver a congregarse. Y yo me
preguntaba otra vez, ¿Y si fue Dios quien nos sacó de los templos?
Incluso, he visto como algunos siervos de Dios han comenzado a
rebelarse ante estas imposiciones; usan sus púlpitos para predicar en contra de
alabar en nuestros hogares, proclamando que la Iglesia debe regresar al templo,
que Dios nos protegerá de todo mal. Sus argumentos son válidos. Mas la pregunta
seguía rondando en mi mente: ¿Y si fue Dios quien nos sacó de los templos?
Mi mamá hizo favor de pasarme los enlaces de unos videos, enseñanzas
impartidas por un Pastor que fue mi maestro en la Universidad cristiana. Un
hombre de Dios. Y a través de ellos confirmé algunas ideas que venía yo
pensando. Dentro de ellas, pude confirmar: sí, definitivamente fue Dios quien
nos sacó de los templos. Pero, vamos por partes, empecemos por el principio.
Hace muchos años, comencé a comunicar un mensaje a la Iglesia:
preparémonos para lo que viene. Al mirar como se movía el mundo, lo que se
enseñaba en los medios de comunicación (las redes sociales aún no cobraban
relevancia) y en las escuelas; lo que Dios revelaba a sus siervos, me di cuenta
que existía un patrón muy claro de parte del enemigo para destruir la Iglesia:
era tiempo de prepararnos.
Conforme pasaba el tiempo, mientras más profundizaba en la
naturaleza y obra de la Iglesia, se me fue haciendo claro que nuestra
estructura eclesial, liturgia y práctica cristiana distaba mucho del diseño
celestial para la Iglesia. Muchas tradiciones se habían infiltrado en las
congregaciones; se centralizaba todo al templo; se le daba importancia a cosas
vanas, mientras que lo realmente importante quedaba relegado al último lugar.
Descubrí, con tristeza, que a los seres humanos nos gusta la
comodidad, que preferimos el status quo; que somos extremadamente conformistas
y territoriales. Las personas no quieren cambiar, no quieren adoptar los
cambios necesarios para potencializar la obra de Dios. Fueron muchas las clases
que ofrecí, ¿sabes cuántos hacían sus tareas? ¿cuán pocos terminaban algún
curso? Aún por internet, el video de la primera clase tenía muchas vistas, el
último, ya casi nadie lo veía.
Porque la Iglesia se acostumbró a un tipo de Dios bonachón, ese
que puede ser aceptado por el mundo, ese que solo busca nuestro bien, que jamás
se puede enojar. Por eso afirmo que a la humanidad, incluido un gran sector de
la Iglesia, le encanta creer en un Dios discapacitado emocionalmente, uno que
solo expresa amor y misericordia, uno que no demuestra celo, ni ira, que no
impone su voluntad, que no ejerce su fuerza; algo así como el Dios que presenta
la película de La Cabaña, no en balde tantos aman esa cinta.
Pero, a pesar de lo que nosotros elegimos creer, Dios sigue
siendo Dios, La Eternidad, la Profunda sabiduría, Creador y fuente de todo. El
sigue siendo soberano y nosotros sus creaturas. Como me gusta decir, «su mundo,
sus reglas». Si has leído las Escrituras ya te habrás dado cuenta que Dios usa
las crisis para despertar los corazones dormidos, para llamarnos a la acción,
para despertarnos al arrepentimiento. Es sencillo, si esta crisis es tan
grande, ¿no es porque tiene algo importante que decirnos? Por algo, Dios nos
sacó de los templos.
Nos estuvo avisando, nos mandó siervos que nos instaban a salir
de las cuatro paredes del templo para impactar donde realmente se necesitaba; voces
que clamaban para que reorganizáramos nuestras prioridades, que analizáramos
nuestras enseñanzas; que dejáramos de levantar paredes y comenzáramos a construir
puentes para unirnos como uno solo. Tuvimos mucho tiempo para obedecer… pero
nos aferramos a lo conocido, abrazamos nuestras tradiciones, desechamos las
revelaciones… y Dios nos sacó de los templos.
Podría afirmar que, Para muchos creyentes, fue un gran trauma
salir de los templos; de repente, se encontraron con que todo había cambiado.
Muchos no sabían usar las tecnologías, de hecho, las habían satanizado. Al
comienzo de la Contingencia me sentí emocionado, por fin se proclamaba a los
cuatro vientos, tal vez porque no nos quedó opción, que la Iglesia era la gente
y no el lugar donde adorábamos en comunión. Expectante miraba lo que la Iglesia
había comenzado a hacer. Como se reinventaba, redescubría su identidad…
Fue emocionante ver que lo que tanto trate de enseñar, junto
con otros siervos de Dios, ahora se volvía una realidad. Por todos lados los creyentes
le dieron énfasis al principio divino de que la Iglesia somos nosotros y no el
templo. Ahora, teníamos que adorar en casa, pero sin perder la esencia de
nuestra identidad como Iglesia. Las posibilidades para renovarnos eran
infinitas. No fue así, la Iglesia no redescubrió su identidad, solo uso esa
verdad para seguir subsistiendo.
¿Y sabes por qué? Porque muy pronto volvimos a los mismos
patrones, a las mismas enseñanzas de todos los domingos; a exactamente las
mismas actividades que hacíamos en el templo. Lo único que cambió es que ahora
lo hacíamos desde las casas; de una forma virtual. La economía de muchos
siervos de Dios se vio afectada y comenzó a ser tema de debate en las redes
sociales. Pero la Iglesia no aceptó el cambio, no entiende aún los tiempos, los
creyentes anhelan volver a sus templos para hacer lo mismo de siempre.
¿Por qué digo esto? ¿Por qué deberíamos cambiar? Pregúntate una
cosa, ¿cuál es el impacto real que tu congregación tiene en su comunidad? No
hablemos de número, hablemos de calidad. De todos los matrimonios a punto de
romperse ¿Cuántos han sido restaurados? ¿Se puede medir de manera práctica el
amor que se tienen? Mucho podría decir al respecto. Si somos honestos, tal vez
la respuesta al nivel real de relevancia de nuestra congregación será dolorosa.
Así que, lo vuelvo a decir, Dios nos sacó de los templos. Date
cuenta, nos puso un alto. Tal vez quieras argumentar que esta Pandemia no
proviene de Dios, respeto tu punto de vista, pero el principio de lo que vengo
diciendo se sigue aplicando. Pues fue Dios quien permitió que la Iglesia
saliera de los templos (Él pudo haberlo impedido ¿no crees?) Ahora que hemos
establecido la verdad de que Dios nos sacó de los templos, deberíamos de
preguntarnos, ¿por qué nos sacó?
Entremos a terrenos difíciles. Quiero profundizar en estas
verdades. Para que haya sanidad, se debe exponer el problema. ¿Qué es lo que
nos preocupa de no estar reuniéndonos? ¿Qué es lo que nos duele de no estar
juntos? Si cuando estábamos en el templo nos peleábamos unos con otros;
¿cuántas Iglesias divididas existen? ¿Cuántos ministerios enfrentados? ¿Cuántos
matrimonios terminando? Decimos querer estar juntos, volver a una Iglesia en la
que, en la mayoría de los casos, ni siquiera conocemos a nuestros hermanos, ni
nos preocupamos por ellos, y nos la pasábamos criticando a los demás.
Por supuesto, hay excepciones, pero estoy hablando, en estos
momentos, en términos generales. Queremos estar juntos para alabar a Dios. Y,
sin embargo, cuando el líder de alabanza nos instaba a levantar las manos, a
doblar las rodillas, no lo hacíamos. He estado en infinidad de congregaciones y,
si hacemos una suma total, es un porcentaje pequeño los que alababan a Dios con
todo su corazón.
Espera un momento, que aún no hemos hablado de las oraciones.
¿Cuál es el porcentaje de la Iglesia que asistía a las reuniones de oración? Te
puedo decir que solo de un 10 a un 20% de la Iglesia va a los cultos de
oración, hay honrosas excepciones, pero, también, hay cultos de oración que
solo ven llegar a menos del 10% de su membresía a orar. Así que no creo que
extrañemos al templo para orar.
No, mi querida Iglesia, no extrañamos al templo por la
comunión, la oración, la alabanza o la predicación. No extrañamos al templo, añoramos
nuestra normalidad. Lo que queremos es volver a sentir que «cumplimos» al
asistir, al contribuir; añoramos las amistades y, en suma, lo que hemos
entendido por vida de «Iglesia». Por eso Dios nos sacó del templo, porque estábamos
haciendo las cosas mal, poniendo las prioridades donde no deberían de estar.
No en balde la Escritura dice: «Este pueblo de labios me honra;
Mas su corazón está lejos de mí» (Mateo 15:8). Algo me llamó la atención al
estar leyendo la vida del Rey David, Dios se agrada de su actitud, pues este
hombre siempre le daba la Gloria a Él, reconociéndolo como el verdadero autor
de todas sus hazañas. Por eso, Dios le promete que va a levantar su
descendencia como reyes perpetuos sobre Israel.
En 2 Samuel 7:14-16 le dice que Salomón será como un hijo para
Él, lo cual hace una gran diferencia. Pues como hijo, Salomón no sería desechado,
pero sí disciplinado. A diferencia de Saúl quien fue desechado en cuanto
desafió la soberanía de Dios. Mira cuan grande amor el de Dios, al enviar a su
hijo nos dio la posibilidad, a todo los que hemos creído y conformamos su
Iglesia, de ser llamados hijos de Dios (1 Juan 3:1).
Como la Iglesia está conformada por hijos de Dios, Él nos sacó
del templo para disciplinarnos, para mostrarnos nuestros errores, y enderezar
nuestros caminos. Afortunadamente, por su gracia, no seremos desechados (a
menos que nos descalifiquemos nosotros solos). Se va aclarando el problema que
atravesamos, Dios nos sacó para alinear nuestros caminos a sus propósitos, y
nosotros seguimos haciendo lo mismo, ignorando sus advertencias. Eso es
peligroso ¿no crees?
Porque, admitámoslo, vivimos el cristianismo como mejor nos
parece. Un gran sector de Apóstoles, pastores y líderes actúan según su propio
parecer sin rendir cuentas a nadie. Nos peleamos unos con otros, la santidad
brilla por su ausencia en nuestras congregaciones. Somos más influenciados por
la música secular, las series y películas, las opiniones de los «expertos», que
por la Palabra de Dios. Tal vez Dios nos sacó del templo, porque hace tiempo lo
dejamos fuera a Él. Y nos llama al desierto para encontrarnos con Él.
¿Sabes por qué somos tan influenciables? Porque no dedicamos
tiempo a pensar, a meditar en la Palabra. Nos dejamos guiar por emociones, por
las situaciones familiares, por lo que nos depara el destino. Vamos como un
barco a merced del viento y las olas. ¿Es esto así? Claro, por la simple razón
de que si la Iglesia estuviera haciendo un buen trabajo, estaría impactando de
manera real al mundo, salvando a las gentes, provocando el odio de quienes no
aman a Dios. El mundo no nos ve como un problema, nos ve como un estorbo, pero
no como un peligro real. El cristiano ha sido rebajado a un ser digno de ser
ignorado.
Al principio te comenté que había visto algunos videos, me
impactó mucho una frase que dijo el Dr. Eleab Cemarti, que todas las veces que
en la Biblia se menciona una plaga, es un juicio de parte de Dios; lo cual es
verdad. ¿Qué nos dice esto de la plaga que hoy estamos padeciendo y que
trastornó nuestra vida? Pues que es un llamado de Dios para el mundo, pero,
también, a la Iglesia.
Eso nos deja, como creyentes, en una disyuntiva crucial para
nuestro destino: ¿Seguimos haciendo las mismas cosas de siempre? O reevaluamos
las cosas, ajustamos las prioridades y nos preparamos para cumplir nuestro
propósito que como Iglesia Dios ha reservado para nosotros. Y aquí quiero
aclarar un punto de vital importancia; no importa lo que decida la mayoría,
esta es una decisión personal; si respondemos a lo que Dios quiere hacer o no.
Durante esta Pandemia se ha avivado nuestro interés por la
Escatología, es decir, las enseñanzas acerca de los tiempos finales. Es
impresionante ver como se cumplen ante nosotros las profecías bíblicas,
revelando que está en marcha el Misterio de Dios. En algo que sí coinciden la
mayoría de los cristianos es en la cercanía de la venida de nuestro Señor, lo
que nos lleva a plantearnos: ¿Cómo nos estamos preparando para recibirlo?
Con mi familia política comentábamos sobre el panorama mundial.
No lo que estamos viviendo, sino lo que está por venir. Ante nosotros se
vislumbra una recesión económica, la situación para muchos hogares será
difícil. Al menos en mi país, México, la solución de otorgar créditos a los
pequeños empresarios es una solución a corto plazo; pues su negocio no está
produciendo y, además, han adquirido una deuda que no se invirtió en el
negocio, por lo que no producirá ganancias, sino pérdidas. Muchos perderán sus
empleos y modos de subsistir.
Por lo que he podido ver a nivel mundial, los gobiernos y
líderes de las naciones han evidenciado su total ineficacia a la hora de
controlar estos problemas. No los estoy criticando, solo estoy señalando los hechos;
pues me pongo a pensar que si en la Pandemia no actuaron a tiempo, nada nos
garantiza que de verdad estén preparados para el problema económico que se avecina.
¿Lo peor? Que un gran sector de la Población vive su vida como
si nada estuviera pasando. Actúan como si esta situación nunca los fuera a
alcanzar. Muchos han comenzado a actuar buscando su propio beneficio; lo cual,
hasta cierto punto es lógico, tomando en cuenta que no conocen la verdad del Señor.
Aquí viene lo doloroso, los hijos de Dios también actúan con esa indiferencia.
Nuestros pobres argumentos son recitar el Salmo 91, «declarar» que caerán a
nuestro lado mil, y diez mil al otro; que la peste y la plaga no tocarán
nuestra morada. Esto no es así.
Pues te vuelvo a repetir, si Dios nos sacó de los templos, si
el Señor nos está sacudiendo para despertarnos; ¿Por qué creemos que este
juicio no se aplica, también, a la Iglesia? ¿Qué estamos haciendo para
garantizar nuestra seguridad, cuando la misma Escritura nos dice que pasaremos
por tribulaciones? Mientras que el juicio para el pecador acarrea la separación
de Dios, para la Iglesia, como ya explicamos, tiene el propósito de
disciplinarla y transformarla para que sea capaz de enfrentar lo que viene.
Pues será un tiempo realmente difícil.
Tengo que retroceder en el tiempo, cuando instaba a la Iglesia
a prepararse, a descentralizar nuestra práctica cristiana del templo, para
comenzar a experimentarla en la vida diaria. Pero, también, me gustaba hablar
de una verdad de la cual estoy plenamente convencido, el derramamiento del
Espíritu de Dios sobre la Iglesia, el levantamiento y la transformación de la
más pura Iglesia que alguna vez se haya visto sobre la tierra. Será algo
grandioso, pero, para que esto suceda, hay una condición.
«Pues ha llegado el tiempo del juicio, y debe comenzar por la
casa de Dios; y si el juicio comienza con nosotros, ¿qué terrible destino les
espera a los que nunca obedecieron la Buena Noticia de Dios?» 1 Pedro 4:17
Estamos seguros de que Apocalipsis es un libro que habla de los juicios de
Dios, desde el principio de dolores, vemos a Dios reaccionando ante la maldad
del mundo. Y esta reacción, debe venir a la Iglesia en primer lugar.
Muy bien, el tiempo del juicio se ha acercado y comienza por la
casa de Dios. Nuestro texto en Joel dice «tocad trompeta en Sion». Es decir, es
momento de dar la alerta; Dios está tratando a su Pueblo, ya lo sacó del Templo
y si no acepta la disciplina y se alinea a sus propósitos, el juicio será
mayor. La economía trastornará a muchos hogares cristianos. La presión será tan
fuerte que muchos abandonarán su fe en Dios, y rechazarán su salvación. El
evangelio de la Prosperidad será expuesto, porque será inefectivo.
Pues como Iglesia hemos pecado; nos hemos atribuido la Gloria
que solo al Padre le pertenece. Nos la pasamos pelando unos contra otros.
Descuidamos la oración y la lectura de la Palabra. Somos indolentes ante el
pecado, actuando como mejor nos parece, e, incluso, esperando que Dios bendiga nuestras
malas decisiones. Nos rebelamos, no nos sometemos. Las Iglesias se dividen vez
tras vez. La inmoralidad sexual se hace latente en los púlpitos de muchas congregaciones.
Los índices de divorcio son iguales a los del mundo. Incluso, muchos creyentes
han comenzado a suicidarse. Otros, han abandonado el camino de Dios, rechazando
su salvación. ¿No le hemos dado razones más que suficientes a Dios para
enjuiciarnos?
Piénsalo, a nuestros padres terrenales los podíamos engañar,
burlar la disciplina. Pero la Disciplina Divina no se puede burlar (Gálatas
6:7). Dios nos está llamando al arrepentimiento. Es interesante notar que Joel
habla primero de plagas que Dios envió para destrozar la apatía de su Pueblo. Y
el verso nos dice que nos reunamos todos para llorar, clamar y pedir perdón por
nuestros pecados.
¿Observas esto en las Iglesias? No, no contestes, detén tus
labios, responde mejor: ¿estás clamando en un profundo arrepentimiento? No me
refiero a esas oraciones que hacíamos en los templos. Donde decíamos: «vamos a
hacer una oración por perdón de pecados». Entonces hacíamos una oración llena
de frases hechas, una que sonara bonita, mientras la congregación responde con
un sentido: «¡Amén!» ¡Es exactamente lo mismo que hacemos durante las trasmisiones
por la Red! La Iglesia se ha olvidado de rasparse las rodillas y de clamar.
Mira el texto: «Lloren sacerdotes». ¿Lo ves? No es una oración
estructurada. Es un gemir, es tirarnos al suelo, es darnos cuenta que como
creyentes distamos mucho de ser lo que Dios quiere. Mira nada más nuestras
redes sociales, mira lo que publicamos, lo que compartimos, unos están llenos
de mundanalidad, otros de religión, unos más de doctrinas contenciosas, pero
toda plaga tenía como propósito el arrepentirnos. Pero la Iglesia sigue cómodamente
haciendo lo mismo de siempre, pidiendo por sus propias necesidades, preocupada
por cuando podrá reanudar sus actividades y anhelando su «vida normal». Piensa
un momento: ¿Y si Dios no nos dejara volver a los templos?
Mientras meditaba en esto, una imagen se me vino a la mente; la
historia la encuentras en Números 16, léela con calma. Una rebelión se gestó
entre algunos principales del pueblo de Dios contra Moisés. Como consecuencia
de esto Dios los destruyó. Nunca deja de asombrarme lo voluble que somos los
seres humanos, Israel vio que Dios confirmó a Moisés y Aarón, que actuó en
contra de los rebeldes, pero, al día siguiente, murmuran y les dicen: «Ustedes
matan al pueblo de Dios» ¡Gente que no entiende, ni se doblega ante los
designios divinos, como muchos de hoy en día!
Dios les dice a Moisés y Aarón, apártense del Pueblo, porque
los iba a castigar, adivina ¿con qué crees que los castigó? ¡Acertaste! Con una
plaga ¿se te hace conocido esto? Ahora, Moisés, el agraviado en todo esto, le
dice a Aarón, en el verso 46, que caya por el incensario y tomara carbones
encendidos del altar. Por favor, querida Iglesia, abre tus oídos espirituales y
mira lo que dice el verso 47:
«Entonces Aarón hizo como Moisés le dijo y corrió entre el pueblo. La plaga ya había comenzado a matar a la
gente, pero Aarón quemó el incienso y purificó al pueblo. Se puso
entre los vivos y los muertos y se detuvo la plaga» (énfasis añadido).
Me impresiona este pasaje. Aaron no era un jovencito, ya tenía
sus años. Sin embargo, corre para obedecer a Moisés. Y mira esta frase
maravillosa: «Se puso entre los vivos y muertos» ¿Te lo imaginas? La plaga
diezmando a Israel, y Aaron delante de ella, armado de un Incensario. Entre los
vivos y los muertos, un intercesor. ¿Qué pasó? La plaga se detuvo. ¿Acaso vemos
a la Iglesia haciendo esto? ¿Acaso se ha predicado de arrepentirnos, de
volvernos a Dios? ¿Dónde están los que nos pondremos entre los vivos y los
muertos? Porque, para estar allí, nuestro corazón debe ser puro, o caeremos
víctimas de la plaga.
Como puedes observar, no se trata de publicar el Salmo 91 en
las redes sociales. Sino de vivir una vida de arrepentimiento, de clamar con el
corazón al Señor, de tomar los carbones encendidos de nuestro altar interior y
clamar delante del Padre. «Perdona Dios a tu pueblo». Pero no se trata de
decirlo, sino de clamarlo. Piensa, si fuera tu amada familia la que caerá
víctima de la plaga ¿cómo orarías? Por supuesto, a gritos, con un clamor
profundo, con lágrimas. Tristemente la mayoría ya hace planes para regresar y
adaptarse a la nueva normalidad, pero no ha derramado ni una sola lágrima en
arrepentimiento.
No esperemos que la cuña apriete más. No seamos como Israel que
era muy creativo a la hora de encontrar nuevas formas para ofender a Dios,
quejándose por nimiedades. Que no nos encuentre la plaga entretenidos en las
cosas de este mundo. El juicio irá aumentando hasta que la Iglesia doble las
rodillas y clame al Padre por su perdón. Es mejor hacerlo ahora que esperar.
Mira el texto de Joel, dice, «¿Por qué han de decir entre los
pueblos donde está su Dios?». Querida Iglesia, ¿no es eso lo que ya dicen de
nosotros? ¿No somos ya objeto de mofa? ¿ridiculizados y tachados de ignorantes?
Volvamos a Dios, doblemos las rodillas, cerremos un momento las Redes Sociales,
apaga el Netflix, desconéctate de la vida; y comienza a clamar a Dios. «¡Perdónanos
Dios! ¡Ten misericordia!».
Bien, Joel 2:28 es una promesa maravillosa que hemos «reclamado»
muchas veces para nosotros, nuestras familias y congregaciones: El
derramamiento del Espíritu de Dios sobre toda carne. Pero, espera, hay una
condición para esto, no se obtiene «declarándolo», ni «pidiéndolo», mucho menos
«reclamándolo»; el verso comienza «después de esto»; es decir, después de que
el pueblo se arrepienta y Dios actué poderosamente sobre ellos en respuesta a
su oración, es entonces que derramará su Espíritu.
Con todo mi corazón anhelo ver levantarse esa Iglesia
invencible, esa Cuerpo del Señor Jesús rebosando del Espíritu de Dios. Llevaremos
el evangelio a todo el mundo… y vendrá el fin. El momento glorioso en que nos
encontremos con el Padre. ¿Estamos listos para esto? ¿Seguimos actuando como
siempre? ¿Podemos permanecer indolentes? Todo es muy claro, ¿Qué haremos al
respecto?
Dejemos de filosofar, de discutir, de hablar y opinar. Doblemos
las rodillas, clamemos al Padre, que es la Iglesia la que tiene el poder de, en
oración, acercarse al Padre y alcanzar clemencia para este mundo. Al día de hoy
más de 400 000 han muerto solo por el Coronavirus, ¿cuántos se perdieron por la
eternidad? ¿Nos duele eso Iglesia? ¿Qué el mundo se caiga a pedazos? ¿Nuestro
corazón clama por los que sufren? ¿Qué estamos haciendo? O solo deseamos volver
a nuestros templos a hacer lo mismo de siempre, eso que no ha sido eficaz
porque este mundo se deteriora cada vez más.
Oremos, no vaya a ser que en lugar de sacarnos del Templo, Dios
nos saque de la vida. Abre tus oídos Iglesia, jamás nada volverá a ser normal.
Es tiempo de que te prepares. Dobla las rodillas, cierra los ojos, clama
conmigo: «Ten misericordia, perdona a tu pueblo…»
Comentarios
Publicar un comentario