Volver a la Normalidad



«Tocad trompeta en Sion, proclamad ayuno, convocad asamblea. Reunid al pueblo, santificad la reunión, juntad a los ancianos, congregad a los niños y a los que maman, salga de su cámara el novio, y de su tálamo la novia. Entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová, y digan: Perdona, oh Jehová, a tu pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad, para que las naciones se enseñoreen de ella. ¿Por qué han de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?» Joel 2:15-17


Comenzamos este año como todos, con nuestros estructurados planes para nuestra vida y congregaciones, en el mejor de los casos; en la mayoría, listos para un año más de hacer lo mismo que los años anteriores. Los primeros meses transcurrieron; un día apareció la noticia de un nuevo virus en China, demasiado lejos para preocuparnos… entonces todo cambió. El virus se propagó, la vida se paró, nos encerraron en casa y cerraron los templos.

Una pregunta comenzó a rondar en mi mente ¿Y si fue Dios el que nos sacó de los templos? He visto muchas publicaciones en redes, muchos creyentes anhelando regresar a sus templos, para alabar a Dios, para volver a la «Normalidad». Anhelando el momento de volver a congregarse. Y yo me preguntaba otra vez, ¿Y si fue Dios quien nos sacó de los templos?

Incluso, he visto como algunos siervos de Dios han comenzado a rebelarse ante estas imposiciones; usan sus púlpitos para predicar en contra de alabar en nuestros hogares, proclamando que la Iglesia debe regresar al templo, que Dios nos protegerá de todo mal. Sus argumentos son válidos. Mas la pregunta seguía rondando en mi mente: ¿Y si fue Dios quien nos sacó de los templos?

Mi mamá hizo favor de pasarme los enlaces de unos videos, enseñanzas impartidas por un Pastor que fue mi maestro en la Universidad cristiana. Un hombre de Dios. Y a través de ellos confirmé algunas ideas que venía yo pensando. Dentro de ellas, pude confirmar: sí, definitivamente fue Dios quien nos sacó de los templos. Pero, vamos por partes, empecemos por el principio.

Hace muchos años, comencé a comunicar un mensaje a la Iglesia: preparémonos para lo que viene. Al mirar como se movía el mundo, lo que se enseñaba en los medios de comunicación (las redes sociales aún no cobraban relevancia) y en las escuelas; lo que Dios revelaba a sus siervos, me di cuenta que existía un patrón muy claro de parte del enemigo para destruir la Iglesia: era tiempo de prepararnos.

Conforme pasaba el tiempo, mientras más profundizaba en la naturaleza y obra de la Iglesia, se me fue haciendo claro que nuestra estructura eclesial, liturgia y práctica cristiana distaba mucho del diseño celestial para la Iglesia. Muchas tradiciones se habían infiltrado en las congregaciones; se centralizaba todo al templo; se le daba importancia a cosas vanas, mientras que lo realmente importante quedaba relegado al último lugar.

Descubrí, con tristeza, que a los seres humanos nos gusta la comodidad, que preferimos el status quo; que somos extremadamente conformistas y territoriales. Las personas no quieren cambiar, no quieren adoptar los cambios necesarios para potencializar la obra de Dios. Fueron muchas las clases que ofrecí, ¿sabes cuántos hacían sus tareas? ¿cuán pocos terminaban algún curso? Aún por internet, el video de la primera clase tenía muchas vistas, el último, ya casi nadie lo veía.

Porque la Iglesia se acostumbró a un tipo de Dios bonachón, ese que puede ser aceptado por el mundo, ese que solo busca nuestro bien, que jamás se puede enojar. Por eso afirmo que a la humanidad, incluido un gran sector de la Iglesia, le encanta creer en un Dios discapacitado emocionalmente, uno que solo expresa amor y misericordia, uno que no demuestra celo, ni ira, que no impone su voluntad, que no ejerce su fuerza; algo así como el Dios que presenta la película de La Cabaña, no en balde tantos aman esa cinta.

Pero, a pesar de lo que nosotros elegimos creer, Dios sigue siendo Dios, La Eternidad, la Profunda sabiduría, Creador y fuente de todo. El sigue siendo soberano y nosotros sus creaturas. Como me gusta decir, «su mundo, sus reglas». Si has leído las Escrituras ya te habrás dado cuenta que Dios usa las crisis para despertar los corazones dormidos, para llamarnos a la acción, para despertarnos al arrepentimiento. Es sencillo, si esta crisis es tan grande, ¿no es porque tiene algo importante que decirnos? Por algo, Dios nos sacó de los templos.

Nos estuvo avisando, nos mandó siervos que nos instaban a salir de las cuatro paredes del templo para impactar donde realmente se necesitaba; voces que clamaban para que reorganizáramos nuestras prioridades, que analizáramos nuestras enseñanzas; que dejáramos de levantar paredes y comenzáramos a construir puentes para unirnos como uno solo. Tuvimos mucho tiempo para obedecer… pero nos aferramos a lo conocido, abrazamos nuestras tradiciones, desechamos las revelaciones… y Dios nos sacó de los templos.

Podría afirmar que, Para muchos creyentes, fue un gran trauma salir de los templos; de repente, se encontraron con que todo había cambiado. Muchos no sabían usar las tecnologías, de hecho, las habían satanizado. Al comienzo de la Contingencia me sentí emocionado, por fin se proclamaba a los cuatro vientos, tal vez porque no nos quedó opción, que la Iglesia era la gente y no el lugar donde adorábamos en comunión. Expectante miraba lo que la Iglesia había comenzado a hacer. Como se reinventaba, redescubría su identidad…

Fue emocionante ver que lo que tanto trate de enseñar, junto con otros siervos de Dios, ahora se volvía una realidad. Por todos lados los creyentes le dieron énfasis al principio divino de que la Iglesia somos nosotros y no el templo. Ahora, teníamos que adorar en casa, pero sin perder la esencia de nuestra identidad como Iglesia. Las posibilidades para renovarnos eran infinitas. No fue así, la Iglesia no redescubrió su identidad, solo uso esa verdad para seguir subsistiendo.

¿Y sabes por qué? Porque muy pronto volvimos a los mismos patrones, a las mismas enseñanzas de todos los domingos; a exactamente las mismas actividades que hacíamos en el templo. Lo único que cambió es que ahora lo hacíamos desde las casas; de una forma virtual. La economía de muchos siervos de Dios se vio afectada y comenzó a ser tema de debate en las redes sociales. Pero la Iglesia no aceptó el cambio, no entiende aún los tiempos, los creyentes anhelan volver a sus templos para hacer lo mismo de siempre.

¿Por qué digo esto? ¿Por qué deberíamos cambiar? Pregúntate una cosa, ¿cuál es el impacto real que tu congregación tiene en su comunidad? No hablemos de número, hablemos de calidad. De todos los matrimonios a punto de romperse ¿Cuántos han sido restaurados? ¿Se puede medir de manera práctica el amor que se tienen? Mucho podría decir al respecto. Si somos honestos, tal vez la respuesta al nivel real de relevancia de nuestra congregación será dolorosa.

Así que, lo vuelvo a decir, Dios nos sacó de los templos. Date cuenta, nos puso un alto. Tal vez quieras argumentar que esta Pandemia no proviene de Dios, respeto tu punto de vista, pero el principio de lo que vengo diciendo se sigue aplicando. Pues fue Dios quien permitió que la Iglesia saliera de los templos (Él pudo haberlo impedido ¿no crees?) Ahora que hemos establecido la verdad de que Dios nos sacó de los templos, deberíamos de preguntarnos, ¿por qué nos sacó?

Entremos a terrenos difíciles. Quiero profundizar en estas verdades. Para que haya sanidad, se debe exponer el problema. ¿Qué es lo que nos preocupa de no estar reuniéndonos? ¿Qué es lo que nos duele de no estar juntos? Si cuando estábamos en el templo nos peleábamos unos con otros; ¿cuántas Iglesias divididas existen? ¿Cuántos ministerios enfrentados? ¿Cuántos matrimonios terminando? Decimos querer estar juntos, volver a una Iglesia en la que, en la mayoría de los casos, ni siquiera conocemos a nuestros hermanos, ni nos preocupamos por ellos, y nos la pasábamos criticando a los demás.

Por supuesto, hay excepciones, pero estoy hablando, en estos momentos, en términos generales. Queremos estar juntos para alabar a Dios. Y, sin embargo, cuando el líder de alabanza nos instaba a levantar las manos, a doblar las rodillas, no lo hacíamos. He estado en infinidad de congregaciones y, si hacemos una suma total, es un porcentaje pequeño los que alababan a Dios con todo su corazón.

Espera un momento, que aún no hemos hablado de las oraciones. ¿Cuál es el porcentaje de la Iglesia que asistía a las reuniones de oración? Te puedo decir que solo de un 10 a un 20% de la Iglesia va a los cultos de oración, hay honrosas excepciones, pero, también, hay cultos de oración que solo ven llegar a menos del 10% de su membresía a orar. Así que no creo que extrañemos al templo para orar.

No, mi querida Iglesia, no extrañamos al templo por la comunión, la oración, la alabanza o la predicación. No extrañamos al templo, añoramos nuestra normalidad. Lo que queremos es volver a sentir que «cumplimos» al asistir, al contribuir; añoramos las amistades y, en suma, lo que hemos entendido por vida de «Iglesia». Por eso Dios nos sacó del templo, porque estábamos haciendo las cosas mal, poniendo las prioridades donde no deberían de estar.

No en balde la Escritura dice: «Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí» (Mateo 15:8). Algo me llamó la atención al estar leyendo la vida del Rey David, Dios se agrada de su actitud, pues este hombre siempre le daba la Gloria a Él, reconociéndolo como el verdadero autor de todas sus hazañas. Por eso, Dios le promete que va a levantar su descendencia como reyes perpetuos sobre Israel.

En 2 Samuel 7:14-16 le dice que Salomón será como un hijo para Él, lo cual hace una gran diferencia. Pues como hijo, Salomón no sería desechado, pero sí disciplinado. A diferencia de Saúl quien fue desechado en cuanto desafió la soberanía de Dios. Mira cuan grande amor el de Dios, al enviar a su hijo nos dio la posibilidad, a todo los que hemos creído y conformamos su Iglesia, de ser llamados hijos de Dios (1 Juan 3:1).

Como la Iglesia está conformada por hijos de Dios, Él nos sacó del templo para disciplinarnos, para mostrarnos nuestros errores, y enderezar nuestros caminos. Afortunadamente, por su gracia, no seremos desechados (a menos que nos descalifiquemos nosotros solos). Se va aclarando el problema que atravesamos, Dios nos sacó para alinear nuestros caminos a sus propósitos, y nosotros seguimos haciendo lo mismo, ignorando sus advertencias. Eso es peligroso ¿no crees?

Porque, admitámoslo, vivimos el cristianismo como mejor nos parece. Un gran sector de Apóstoles, pastores y líderes actúan según su propio parecer sin rendir cuentas a nadie. Nos peleamos unos con otros, la santidad brilla por su ausencia en nuestras congregaciones. Somos más influenciados por la música secular, las series y películas, las opiniones de los «expertos», que por la Palabra de Dios. Tal vez Dios nos sacó del templo, porque hace tiempo lo dejamos fuera a Él. Y nos llama al desierto para encontrarnos con Él.

¿Sabes por qué somos tan influenciables? Porque no dedicamos tiempo a pensar, a meditar en la Palabra. Nos dejamos guiar por emociones, por las situaciones familiares, por lo que nos depara el destino. Vamos como un barco a merced del viento y las olas. ¿Es esto así? Claro, por la simple razón de que si la Iglesia estuviera haciendo un buen trabajo, estaría impactando de manera real al mundo, salvando a las gentes, provocando el odio de quienes no aman a Dios. El mundo no nos ve como un problema, nos ve como un estorbo, pero no como un peligro real. El cristiano ha sido rebajado a un ser digno de ser ignorado.

Al principio te comenté que había visto algunos videos, me impactó mucho una frase que dijo el Dr. Eleab Cemarti, que todas las veces que en la Biblia se menciona una plaga, es un juicio de parte de Dios; lo cual es verdad. ¿Qué nos dice esto de la plaga que hoy estamos padeciendo y que trastornó nuestra vida? Pues que es un llamado de Dios para el mundo, pero, también, a la Iglesia.

Eso nos deja, como creyentes, en una disyuntiva crucial para nuestro destino: ¿Seguimos haciendo las mismas cosas de siempre? O reevaluamos las cosas, ajustamos las prioridades y nos preparamos para cumplir nuestro propósito que como Iglesia Dios ha reservado para nosotros. Y aquí quiero aclarar un punto de vital importancia; no importa lo que decida la mayoría, esta es una decisión personal; si respondemos a lo que Dios quiere hacer o no.

Durante esta Pandemia se ha avivado nuestro interés por la Escatología, es decir, las enseñanzas acerca de los tiempos finales. Es impresionante ver como se cumplen ante nosotros las profecías bíblicas, revelando que está en marcha el Misterio de Dios. En algo que sí coinciden la mayoría de los cristianos es en la cercanía de la venida de nuestro Señor, lo que nos lleva a plantearnos: ¿Cómo nos estamos preparando para recibirlo?

Con mi familia política comentábamos sobre el panorama mundial. No lo que estamos viviendo, sino lo que está por venir. Ante nosotros se vislumbra una recesión económica, la situación para muchos hogares será difícil. Al menos en mi país, México, la solución de otorgar créditos a los pequeños empresarios es una solución a corto plazo; pues su negocio no está produciendo y, además, han adquirido una deuda que no se invirtió en el negocio, por lo que no producirá ganancias, sino pérdidas. Muchos perderán sus empleos y modos de subsistir.

Por lo que he podido ver a nivel mundial, los gobiernos y líderes de las naciones han evidenciado su total ineficacia a la hora de controlar estos problemas. No los estoy criticando, solo estoy señalando los hechos; pues me pongo a pensar que si en la Pandemia no actuaron a tiempo, nada nos garantiza que de verdad estén preparados para el problema económico que se avecina.

¿Lo peor? Que un gran sector de la Población vive su vida como si nada estuviera pasando. Actúan como si esta situación nunca los fuera a alcanzar. Muchos han comenzado a actuar buscando su propio beneficio; lo cual, hasta cierto punto es lógico, tomando en cuenta que no conocen la verdad del Señor. Aquí viene lo doloroso, los hijos de Dios también actúan con esa indiferencia. Nuestros pobres argumentos son recitar el Salmo 91, «declarar» que caerán a nuestro lado mil, y diez mil al otro; que la peste y la plaga no tocarán nuestra morada. Esto no es así.

Pues te vuelvo a repetir, si Dios nos sacó de los templos, si el Señor nos está sacudiendo para despertarnos; ¿Por qué creemos que este juicio no se aplica, también, a la Iglesia? ¿Qué estamos haciendo para garantizar nuestra seguridad, cuando la misma Escritura nos dice que pasaremos por tribulaciones? Mientras que el juicio para el pecador acarrea la separación de Dios, para la Iglesia, como ya explicamos, tiene el propósito de disciplinarla y transformarla para que sea capaz de enfrentar lo que viene. Pues será un tiempo realmente difícil.

Tengo que retroceder en el tiempo, cuando instaba a la Iglesia a prepararse, a descentralizar nuestra práctica cristiana del templo, para comenzar a experimentarla en la vida diaria. Pero, también, me gustaba hablar de una verdad de la cual estoy plenamente convencido, el derramamiento del Espíritu de Dios sobre la Iglesia, el levantamiento y la transformación de la más pura Iglesia que alguna vez se haya visto sobre la tierra. Será algo grandioso, pero, para que esto suceda, hay una condición.

«Pues ha llegado el tiempo del juicio, y debe comenzar por la casa de Dios; y si el juicio comienza con nosotros, ¿qué terrible destino les espera a los que nunca obedecieron la Buena Noticia de Dios?» 1 Pedro 4:17 Estamos seguros de que Apocalipsis es un libro que habla de los juicios de Dios, desde el principio de dolores, vemos a Dios reaccionando ante la maldad del mundo. Y esta reacción, debe venir a la Iglesia en primer lugar.

Muy bien, el tiempo del juicio se ha acercado y comienza por la casa de Dios. Nuestro texto en Joel dice «tocad trompeta en Sion». Es decir, es momento de dar la alerta; Dios está tratando a su Pueblo, ya lo sacó del Templo y si no acepta la disciplina y se alinea a sus propósitos, el juicio será mayor. La economía trastornará a muchos hogares cristianos. La presión será tan fuerte que muchos abandonarán su fe en Dios, y rechazarán su salvación. El evangelio de la Prosperidad será expuesto, porque será inefectivo.

Pues como Iglesia hemos pecado; nos hemos atribuido la Gloria que solo al Padre le pertenece. Nos la pasamos pelando unos contra otros. Descuidamos la oración y la lectura de la Palabra. Somos indolentes ante el pecado, actuando como mejor nos parece, e, incluso, esperando que Dios bendiga nuestras malas decisiones. Nos rebelamos, no nos sometemos. Las Iglesias se dividen vez tras vez. La inmoralidad sexual se hace latente en los púlpitos de muchas congregaciones. Los índices de divorcio son iguales a los del mundo. Incluso, muchos creyentes han comenzado a suicidarse. Otros, han abandonado el camino de Dios, rechazando su salvación. ¿No le hemos dado razones más que suficientes a Dios para enjuiciarnos?

Piénsalo, a nuestros padres terrenales los podíamos engañar, burlar la disciplina. Pero la Disciplina Divina no se puede burlar (Gálatas 6:7). Dios nos está llamando al arrepentimiento. Es interesante notar que Joel habla primero de plagas que Dios envió para destrozar la apatía de su Pueblo. Y el verso nos dice que nos reunamos todos para llorar, clamar y pedir perdón por nuestros pecados.

¿Observas esto en las Iglesias? No, no contestes, detén tus labios, responde mejor: ¿estás clamando en un profundo arrepentimiento? No me refiero a esas oraciones que hacíamos en los templos. Donde decíamos: «vamos a hacer una oración por perdón de pecados». Entonces hacíamos una oración llena de frases hechas, una que sonara bonita, mientras la congregación responde con un sentido: «¡Amén!» ¡Es exactamente lo mismo que hacemos durante las trasmisiones por la Red! La Iglesia se ha olvidado de rasparse las rodillas y de clamar.

Mira el texto: «Lloren sacerdotes». ¿Lo ves? No es una oración estructurada. Es un gemir, es tirarnos al suelo, es darnos cuenta que como creyentes distamos mucho de ser lo que Dios quiere. Mira nada más nuestras redes sociales, mira lo que publicamos, lo que compartimos, unos están llenos de mundanalidad, otros de religión, unos más de doctrinas contenciosas, pero toda plaga tenía como propósito el arrepentirnos. Pero la Iglesia sigue cómodamente haciendo lo mismo de siempre, pidiendo por sus propias necesidades, preocupada por cuando podrá reanudar sus actividades y anhelando su «vida normal». Piensa un momento: ¿Y si Dios no nos dejara volver a los templos?

Mientras meditaba en esto, una imagen se me vino a la mente; la historia la encuentras en Números 16, léela con calma. Una rebelión se gestó entre algunos principales del pueblo de Dios contra Moisés. Como consecuencia de esto Dios los destruyó. Nunca deja de asombrarme lo voluble que somos los seres humanos, Israel vio que Dios confirmó a Moisés y Aarón, que actuó en contra de los rebeldes, pero, al día siguiente, murmuran y les dicen: «Ustedes matan al pueblo de Dios» ¡Gente que no entiende, ni se doblega ante los designios divinos, como muchos de hoy en día!

Dios les dice a Moisés y Aarón, apártense del Pueblo, porque los iba a castigar, adivina ¿con qué crees que los castigó? ¡Acertaste! Con una plaga ¿se te hace conocido esto? Ahora, Moisés, el agraviado en todo esto, le dice a Aarón, en el verso 46, que caya por el incensario y tomara carbones encendidos del altar. Por favor, querida Iglesia, abre tus oídos espirituales y mira lo que dice el verso 47:
«Entonces Aarón hizo como Moisés le dijo y corrió entre el pueblo. La plaga ya había comenzado a matar a la gente, pero Aarón quemó el incienso y purificó al pueblo.  Se puso entre los vivos y los muertos y se detuvo la plaga» (énfasis añadido).

Me impresiona este pasaje. Aaron no era un jovencito, ya tenía sus años. Sin embargo, corre para obedecer a Moisés. Y mira esta frase maravillosa: «Se puso entre los vivos y muertos» ¿Te lo imaginas? La plaga diezmando a Israel, y Aaron delante de ella, armado de un Incensario. Entre los vivos y los muertos, un intercesor. ¿Qué pasó? La plaga se detuvo. ¿Acaso vemos a la Iglesia haciendo esto? ¿Acaso se ha predicado de arrepentirnos, de volvernos a Dios? ¿Dónde están los que nos pondremos entre los vivos y los muertos? Porque, para estar allí, nuestro corazón debe ser puro, o caeremos víctimas de la plaga.

Como puedes observar, no se trata de publicar el Salmo 91 en las redes sociales. Sino de vivir una vida de arrepentimiento, de clamar con el corazón al Señor, de tomar los carbones encendidos de nuestro altar interior y clamar delante del Padre. «Perdona Dios a tu pueblo». Pero no se trata de decirlo, sino de clamarlo. Piensa, si fuera tu amada familia la que caerá víctima de la plaga ¿cómo orarías? Por supuesto, a gritos, con un clamor profundo, con lágrimas. Tristemente la mayoría ya hace planes para regresar y adaptarse a la nueva normalidad, pero no ha derramado ni una sola lágrima en arrepentimiento.

No esperemos que la cuña apriete más. No seamos como Israel que era muy creativo a la hora de encontrar nuevas formas para ofender a Dios, quejándose por nimiedades. Que no nos encuentre la plaga entretenidos en las cosas de este mundo. El juicio irá aumentando hasta que la Iglesia doble las rodillas y clame al Padre por su perdón. Es mejor hacerlo ahora que esperar.

Mira el texto de Joel, dice, «¿Por qué han de decir entre los pueblos donde está su Dios?». Querida Iglesia, ¿no es eso lo que ya dicen de nosotros? ¿No somos ya objeto de mofa? ¿ridiculizados y tachados de ignorantes? Volvamos a Dios, doblemos las rodillas, cerremos un momento las Redes Sociales, apaga el Netflix, desconéctate de la vida; y comienza a clamar a Dios. «¡Perdónanos Dios! ¡Ten misericordia!».

Bien, Joel 2:28 es una promesa maravillosa que hemos «reclamado» muchas veces para nosotros, nuestras familias y congregaciones: El derramamiento del Espíritu de Dios sobre toda carne. Pero, espera, hay una condición para esto, no se obtiene «declarándolo», ni «pidiéndolo», mucho menos «reclamándolo»; el verso comienza «después de esto»; es decir, después de que el pueblo se arrepienta y Dios actué poderosamente sobre ellos en respuesta a su oración, es entonces que derramará su Espíritu. 

Con todo mi corazón anhelo ver levantarse esa Iglesia invencible, esa Cuerpo del Señor Jesús rebosando del Espíritu de Dios. Llevaremos el evangelio a todo el mundo… y vendrá el fin. El momento glorioso en que nos encontremos con el Padre. ¿Estamos listos para esto? ¿Seguimos actuando como siempre? ¿Podemos permanecer indolentes? Todo es muy claro, ¿Qué haremos al respecto?

Dejemos de filosofar, de discutir, de hablar y opinar. Doblemos las rodillas, clamemos al Padre, que es la Iglesia la que tiene el poder de, en oración, acercarse al Padre y alcanzar clemencia para este mundo. Al día de hoy más de 400 000 han muerto solo por el Coronavirus, ¿cuántos se perdieron por la eternidad? ¿Nos duele eso Iglesia? ¿Qué el mundo se caiga a pedazos? ¿Nuestro corazón clama por los que sufren? ¿Qué estamos haciendo? O solo deseamos volver a nuestros templos a hacer lo mismo de siempre, eso que no ha sido eficaz porque este mundo se deteriora cada vez más.

Oremos, no vaya a ser que en lugar de sacarnos del Templo, Dios nos saque de la vida. Abre tus oídos Iglesia, jamás nada volverá a ser normal. Es tiempo de que te prepares. Dobla las rodillas, cierra los ojos, clama conmigo: «Ten misericordia, perdona a tu pueblo…»

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