Consejos para ministros, Parte 1.


Es de noche. Camino por las calles de la ciudad. El paisaje cotidiano se ha visto alterado por miles de luces, signo inequívoco que se acerca la Navidad. Pero, también, el Año Nuevo. Serán tiempos de visitar a los familiares, de compras, de regalos para los pequeños; pero, también, se vienen esos días donde te pones a pensar en tu vida, a la luz del año que se va.

Tengo a la fortuna de conocer a muchos servidores de Dios, gente querida para quienes la alegría representa el poder servir a Dios. Y aunque se esfuerzan de todo corazón (soy testigo de eso); no siempre las cosas salen como se esperan. De hecho, haciendo memoria, puedo decirte que tampoco para mí ha sido fácil, y que me he equivocado más 
veces de las que quisiera.

Hace 27 años tomé mi primer puesto de liderazgo, como líder de adolescentes. Creía saber mucho de Dios a mis escasos 14 años, la realidad es que sabía muy poco. Al paso del tiempo he ido aprendiendo. Golpes, fracasos, éxitos y, sobre todo, las misericordias de Dios me han enseñado. No soy el mismo, ni creo que el aprendizaje haya terminado.

Pero, al mismo tiempo que aprendo de los que van delante de mí, quisiera escribir las siguientes reflexiones; para aquellos que en el caminar de su servicio a Dios van más atrás que yo. Espero te sirvan. Y como siempre he de decir que no, que no encontrarás métodos para hacer crecer tu ministerio. Pero sí algunos consejos que te pueden ahorrar algunos, o muchos, dolores de cabeza.

Es curioso, demasiado, cuando comienzas el ministerio estás completamente seguro de que jamás olvidarás que Él te llamó y que todo trata, precisamente, de Él. Más todo siervo de Dios sabe que es muy fácil olvidarse de Dios por atender el ministerio. No, la mayoría de las veces no es algo deliberado; es algo que se da con el día a día. Como el esposo que piensa amar a su esposa durante toda la vida; pero al trabajar para proveerle todas sus necesidades, descuida la más importante de todas: ella misma; descuida la intimidad con ella.

Se me ocurren algunas cosas para evitar que suceda esto. Primero, analiza tu vida seriamente. No des una respuesta rápida. Espera un momento. Dobla las rodillas, refléjate en su rostro. Y contesta: ¿Renunciarías a cualquier cosa de tu ministerio por su Presencia? Es decir, ¿el valor de tu Señor es tan grande que estarías dispuesto a renunciar a tu servicio, por seguirlo? Aunque en apariencia sencilla, esta es una pregunta difícil de responder.

Así que, analiza tu vida de manera humilde y ante su Presencia. Aprendamos a clamar con los salmistas: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón: pruébame y reconoce mis pensamientos: Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno» (Sal. 139:23-24); y «Los errores, ¿quién los entenderá? Líbrame de los que me son ocultos» (Salmo 19:2).

Es ante su Presencia que son reveladas las verdaderas intenciones de por qué queremos seguirlo. Si lo hacemos por Él o por nosotros mismos. Y, como dije, no te apresures a responder. A través de los años te irás dando cuenta como, en los inicios del ministerio, mezclamos nuestros deseos con los deseos de Dios. Así que, ten la costumbre de pedirle a Dios que te examine.

En segundo lugar, debes cuidarte de que el ministerio no rivalice con tu relación con Dios. Sí, suena raro; descabellado; pero la práctica de equilibrar nuestra vida laboral, familiar y ministerial tiene la triste costumbre de consumir nuestro tiempo y dejarnos estresados y cansados. Sin tiempo para nutrir la relación con nuestro Padre (y no, el tiempo invertido en el ministerio no cuenta como tiempo de calidad con Dios).

Poco a poco, el preparar la predicación; dejar listo todo para la alabanza; conseguir los materiales de la enseñanza y del evangelismo; ganarnos el sustento diario; dar tiempo de calidad a la familia; etc. nos va dejando sin tiempo de orar y estudiar las Escrituras para provecho personal. Y eso nos lleva a cometer muchos errores.

Al estudiar las Escrituras podrás observar que muchos de los servidores de Dios fracasaron por no mantener una comunión con Dios profunda, a pesar de tener ministerios exitosos. Tomemos dos ejemplos: Sansón, hombre con el poder de Dios en su vida, invencible, nunca se tomó en serio su relación con Dios ni su misión, terminó ciego y como esclavo destinado a hacer el trabajo de una bestia de carga. Y qué me dices de Judas, junto a los otros discípulos aprendió del Maestro, sanó enfermos, echó fuera demonios… y termino traicionando al Señor Jesús.

En contraparte, David, a pesar de sus errores, siempre buscaba la comunión y dirección de Dios. Y Moisés, no olvidemos que Dios le promete éxito en su ministerio al entrar a la Tierra Prometida acompañado de un ángel. Sin embargo, él dice: «si no vas conmigo, no voy» (puedes leer la historia en Ex. 33:1-15). Siempre su Presencia debe ir por delante del éxito.

En tercer lugar, pon conscientemente a Dios en primer lugar. Las relaciones no ocurren por accidente, se construyen de forma deliberada. Piensa en un matrimonio, ¿solo porque están juntos y comparten la misma cama se vuelven un equipo? Claro que no, requiere tiempo. Lo mismo con Dios; aunque es innegable e irreversible el hecho de que eres su hijo y su siervo, va a requerir tiempo ante su presencia para que lo puedas conocer. Y eso no ocurre por accidente.

Por eso debes de agendar tiempo para estar con Dios. Las demandas de un ministerio son muchas y, como ya mencionamos, si no apartas un tiempo para Dios y lo respetas te alejarás de su Presencia. Planea tiempos con Dios, apártalos en tu agenda y defiéndelos rigurosamente.

Es bueno que durante el año apartes algunos días especiales, en los cuales busques la comunión con Dios. Durante el ministerio será práctica común que convoques a ayunos para buscar el favor y/o la dirección de Dios. No me refiero a eso. Me refiero a días de placer con Dios. Donde apartas tiempo simplemente para disfrutar su Presencia.
Por último, quiero recordarte que, en la muy conocida reprensión del Señor Jesús a la Iglesia de Éfeso, por haber dejado su primer amor; el problema no era el ministerio. Ellos eran fieles, pacientes, sufridos, trabajadores, etc. Pero habían dejado de hacerlo por las razones correctas: Él (Apoc. 2:1-7). No permitas que te pase lo mismo, pon a Dios conscientemente como prioridad de tu agenda diaria.

En cuarto lugar, disfruta tu relación con Dios. Tu relación con Dios no son tiempos de negocio (Eso lo haces cuando oras por el ministerio). Es tiempo de familia: platica de tus miedos, de lo que te duele, de lo que te estresa; aprende a escucharlo.

El enemigo nos engaña al hacernos creer que ya estamos muy grandecitos para decirle ciertas cosas a Dios. No es verdad. Eres su siervo, un humano, su Hijo. Disfruta estar con Él. Sé espontaneo, sé tú mismo, sé sincero.


Tu comunión con Dios determinará el éxito de tu ministerio. Él te hizo partícipe del ministerio porque te ama; porque quiere estar contigo. Nunca el ministerio es la razón principal de que te ame, de que se enorgullezca de ti, de que te use; todo eso lo hace porque eres su Hijo, que no se te olvide. Aquí el patrón y dueño de todo es Él, pero eso, eso tiene que ver con nuestro próximo consejo.

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