Consejos para ministros 3. No te olvides de tu pareja
Entramos a terreno sensible: la familia del ministro. La
principal relación del ministro es con Dios, eso ya lo establecimos en las dos
entradas anteriores. Hablemos ahora de la segunda relación más importante en la
vida del siervo de Dios: Su familia. Este es un factor que puede traer
equilibrio a nuestra vida… o añadir presión y ansiedad.
Seré sincero. El adulterio es un cáncer que se ha extendido en
el Cuerpo de Cristo, más allá de lo que nos gustaría reconocer. Un matrimonio endeble
no es capaz de soportar las fuertes demandas de un ministerio fiel a Dios. Y,
créeme, una de las armas preferidas del enemigo para atacarte será a través de
tu pareja.
Conozco muchos siervos que aman a Dios, conozco a muchas
mujeres para quienes Dios lo es todo. Sin embargo, sus matrimonios no son lo
que debieran ser. Alto. No, no estoy hablando de perfección, pero son
demasiados los matrimonios de líderes cristianos que enfrentan distanciamiento,
sufren de mala comunicación, se refugian en otras personas que no son su
pareja, etc., etc.
Como sería imposible extenderme en todos los recovecos de la
vida matrimonial, trataré de centrarme en aquellos aspectos concernientes a
nuestra responsabilidad como ministros al matrimonio. Comencemos.
1. Pon conscientemente a tu pareja en el lugar que le
corresponde.
Este será el punto más importante para que tu matrimonio y
ministerio caminen correctamente. Tienes que darle el lugar a tu pareja que
corresponde. Sin discusiones, las prioridades relacionales del siervo de Dios
comienzan de la siguiente manera: primero, Dios; segundo; la pareja; tercero,
los hijos…
Así que, la pareja está por encima del ministerio (pues cabe
aclarar que el ministerio es un servicio, no es el indicador de nuestra calidad
de relación con Dios). Cuando alguien pone el servicio por encima de su
relación matrimonial está cometiendo un grave error; error que,
desgraciadamente, es más común de lo que crees.
Pon conscientemente a tu pareja en el primer lugar. Eso
significa que tu ministerio comenzará en tu hogar, tu ministerio comienza por
servir a tu pareja con calidad, por vivir
con ella aquello que enseñas en la
congregación.
Esta responsabilidad se traduce, en primer lugar, en conocer a
tu pareja. Estar casado supone un gran desafío, es una lucha entre dos seres
que suelen proyectar las luchas contra su carne hacia el otro. Cuando te casas
debes de aprender a ceder, a crecer, a salir de ti mismo y comenzar a ver las
cosas, también, con el punto de vista del otro. No, no se trata de que pierdas
tu individualidad y te vuelvas como el otro. Se trata de que crezcas hasta ser
capaz de hacer un lugar dentro de ti para alguien más.
Entonces, conoce a tu pareja. Aprende cuál es su temperamento. Procura
comunicarte de tal forma que te pueda entender. Descubre su lenguaje de amor.
Sí. Requiere un esfuerzo real, requiere leer, intentar, descubrir, invertir
tiempo. Pero, al final, esa es nuestra responsabilidad.
2. Blinda los tiempos con tu pareja.
De manera consciente, debemos crear espacios para nutrir
nuestra relación con nuestra pareja. Esos tiempos, deben ser altamente
prioritarios. Solo deben de ser cancelados por una verdadera y real emergencia.
Pues serán esos momentos los que fortalezcan la relación entre ustedes.
Déjenme ser un poco específico con aquellos que son pastores.
En toda Iglesia hay gente que es muy demandante y que quieren que el pastor
esté dispuesto para ellas 24/7 (hablaré al respecto en otra entrada). No debes
permitir que esas personas, ni las exigencias del ministerio absorban el tiempo
que merece tu pareja. No permitas que la TV, la Internet, las Redes Sociales,
te roben ese tiempo. Ese tiempo debe ser tu prioridad. Aún más cuida el tiempo
que te ausentas de casa y, al llegar, pon manos a la obra y fortalece la relación
con tu pareja.
3. Rodea a tu pareja de gracia
Como mencioné, al enemigo le encanta usar las debilidades de
nuestra carne para poner a nuestra pareja en oposición a nosotros… pero esa
verdad se aplica a ti también. El enemigo tratará de minar tu amor y confianza
para con tu cónyuge.
Una forma de evitar esto es mantener tu mente pura hacia tu
pareja. No permitas que pensamientos tales como: «¿Para qué me casé?»; «¿Me
habré equivocado?»; etc. permanezcan en tu mente. Deshéchalos inmediatamente.
Que tu mente siempre esté orientada hacia tu pareja y no hacia otro lado.
No des por sentado que conoces sus motivaciones. No pienses que
ya la conoces y a ti no te puede engañar. Pues de la misma forma en que has
sido malinterpretado, también malinterpretas las acciones del otro. Es por eso
que debes de enfocarte en la identidad y no en las acciones de tu pareja. Es tu
esposo (a) por bendición de Dios y eso nadie lo puede cambiar.
Permítele a tu pareja ser ella misma. Crea un ambiente de
gracia donde tu pareja sepa que puede ser ella misma. Que puede mostrar sus
sentimientos sin ser juzgada. Que sepa que puede fallar y será perdonada. Que
sepa que será escuchada y apoyada. No se trata de sí se lo merece o no. Se
trata de que es tu pareja y le extiendes la misma gracia que el Señor Jesús
extendió hacia ti. Eso es rodearla de gracia.
4. Apoya su llamado
Contrario a lo que comúnmente pensamos, hay muchas parejas que
no son llamadas a servir en la misma área. Si tu caso es uno donde los dos
sirven en la misma área, considérate bendecido. Pero no siempre es así, de
hecho, demasiadas veces no es así. Y esto aumenta las tensiones en el
ministerio.
Creo que el caso más común de esto es cuando a la esposa del
pastor se le da el título de «Pastora». No es bueno llamarla pastora, a menos
que tenga un llamado pastoral también. De lo contrario, se le llama, y se le
pide que cumpla, como pastora; sin tener ese llamado, eso es altamente
frustrante. Cuando haces algo para lo cual no fuiste llamado no eres feliz, las
tareas más sencillas se vuelven una carga frustrante. Y eso les pasa a las
«pastoras» que no tienen un llamado al pastorado.
Por eso, no veas a tu pareja como una extensión de tu llamado.
Celebra con ella el descubrimiento de su propio llamado y apóyense. Estos
ministerios serán complementarios, y glorificarán a Dios de esa forma. Esta es
un área en la que la Iglesia le falta mucho por aprender.
5. Ora con tu cónyuge
Muy aparte de los tiempos personales que tenemos con Dios, cada
matrimonio debe de tener tiempos de comunión con Dios. Tiempos en los que
derramen su alma en adoración; ofrenden su alabanza; expongan sus dudas,
preocupaciones, y problemas; etc. Estos tiempos los ayudarán a fortalecerse
como matrimonio y enfocarse en la razón de ser de su vida en conjunto: El Señor
Jesús.
La oración les permitirá enfocarse en sus identidades y no en
las acciones y presiones del día a día. Podrán enfocarse en el amor de Dios y
en al amor que se tienen el uno al otro. De esta forma podrán ser un apoyo en
medio de los procesos a través de los cuales Dios los va moldeando a Su imagen.
Procesos que no siempre son fáciles y que muchas veces son dolorosos.
Recuerda siempre que el ministerio comienza en el hogar. Siempre
debe ser una prioridad. Primero Dios, nuestra pareja, y luego todo lo demás se
deriva. Mantente siempre con un alto estándar de ser hallado fiel a tu pareja
en todas las áreas de tu vida.
6. No guardes secretos.
Por último, aunque no de forma concluyente, debemos decir que
en un matrimonio que sirve a Dios no debe de haber secretos. El enemigo se
mueve en lo oculto, se mueve en la soledad del corazón, y en el dolor de las
expectativas no resueltas. Por eso, procuren ser siempre transparentes,
procuren vivir sirviéndose el uno al otro, sean rápidos para perdonar y amense con
el amor de Dios.
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