Día extra."mi ministerio"

«Temprano a la mañana siguiente Samuel fue a buscar a Saúl. Alguien le dijo: “Saúl fue a la ciudad de Carmelo a levantar un monumento en su propio honor y después continuó a Gilgal”» 1 Samuel 15:12


Saúl comienza a actuar como si se mereciera su reinado, como si sus capacidades y aptitudes lo hubieran llevado a ese lugar. Al final, su alma está atormentada y sin paz. Hay un gran contraste con David, ese Rey que siempre tuvo las cosas claras: Él no se merecía el reinado; Dios se lo había dado.

En la última reflexión de la cuarentena, comentamos cobre como Saúl desobedeció a Dios descaradamente, esperando, con todo, que Dios le agradeciera por haber hecho el trabajo a su manera. ¿A qué se debe que Saúl se comportara de esa manera? A que estaba encerrado en sí mismo, por lo que solo se podía ver a sí mismo.

Este texto es muy revelador respecto al carácter de Saúl. Mira, Dios le da la orden de ir a la batalla, y es Dios mismo quien le da la victoria. Saúl solo ejecuta la voluntad del Padre. Pero se adjudica todo el reconocimiento de la victoria, como si él hubiera sido el catalizador de la obra que se ejecutó ese día. Es por eso, que después de la victoria que Dios le da, él se construye un monumento.

¿Por qué razón alguien se construye un monumento? El verso nos lo dice claramente, «en su propio honor». La única razón para levantar un monumento es el orgullo. Que su nombre sea reconocido, que sus proezas sean evocadas, que su legado perdure por muchas generaciones… Saúl nunca reconoce la gracia de Dios, solo es capaz de verse a sí mismo.

Tristemente, esa actitud no es desconocida para nosotros. ¿Acaso no nos levantamos monumentos también? Pendientes de cómo se proyecta nuestro ministerio, alegres de que se nos dé el reconocimiento desde el púlpito. Territoriales con nuestra Iglesia y ministerio, no queremos que nadie más se relacione con ellos. Sí, tenemos que admitir que nos apropiamos de lo que Dios hace a través de nosotros.

Así es, querida Iglesia, estamos listos a pelear por «mi ministerio»; a ser extremadamente cuidadoso con «mi Iglesia»; pero le pertenece a Dios y solamente a Él. En el Reino, cada trabajo individual que hacemos debería ser invisible, pues debe estar tan bien unido a la obra de nuestros hermanos, que no se alcance a distinguir de las otras; tal como el buen trabajo de un carpintero que, al ver el mueble que construyó, no seamos capaces de ver las uniones de la madera.

Así debe ser el Reino de Dios, una obra que no tiene aristas, que los servicios de cada seguidor del Señor se unan de forma hermosa y armoniosa; como dice el Apóstol Pablo, todo el Cuerpo trabajando en una coordinación perfecta bajo las órdenes de nuestro Señor. Por eso, es de vital importancia a despojarnos de la idea de «mi ministerio». Pues, en realidad, el Patrón es el Señor.

Debido a la triste realidad de que la Iglesia no se comporta de esta manera, es que el Señor tendrá que disciplinarnos. Es decir, nos capacitará de forma práctica para ser la Novia digna de su Hijo. Y eso es algo que ya estamos viviendo, en estos momentos el Padre está comenzando a conmover a la Iglesia: Así es, apenas está comenzando, pero el final de ese proceso será glorioso.

Mi querida Iglesia, es muy fácil caer en la trampa de Saúl, pensando que al ministerio lo sostenemos nosotros. Pues la verdad es que, al igual que su reinado, el ministerio gira alrededor de nosotros: de nuestros esfuerzos, de nuestras ideas, de nuestros proyectos, aún, de las heridas que tenemos.

La semana pasada estaba escuchando una entrevista que Alex Sampedro hacía a Kike Pavón; y comenzaron a hablar de como, aún, estamos pendientes de los «likes» que reciben nuestras trasmisiones y publicaciones en redes sociales. Siempre atentos a nuestra influencia, siempre se trata de cuanto hacemos para Dios… y, paradójicamente, nuestro ego es tan grande que también estamos pendientes de todo lo que no se ha hecho para Dios… por nuestra culpa.

Querida Iglesia, hemos comenzado una «nueva normalidad»; la cual nos ha sacado, junto con la pandemia y cuarentena, de nuestra zona de comodidad. No podemos volver a lo mismo. Y todo comenzará al reconocer lo que somos: humanos. Y dejar de pensar que somos los catalizadores de la obra que solo le pertenece a Dios. Si lo hacemos, entonces podremos ser parte de la maravillosa obra que Dios hará muy pronto.

Pues bien, la cuarentena ha terminado, y con ella los devocionales de la cuarentena, pero no quería dejar a la mitad el tema anterior. Ya no subiré devocionales a diario, pero seguiré escribiendo sobre temas que son de relevancia para la Iglesia y lo que estamos a punto de enfrentar. Gracias a los que leían a diario lo que escribía. Ahora, mi intención no es hacer reflexiones solamente, sino estudios más profundos, creo que la situación lo requiere.

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