El derecho a sentirme ofendido



«Las personas sensatas no pierden los estribos; se ganan el respeto pasando por alto las ofensas». Proverbios 19:11 NTV«Cuando se perdona una falta, el amor florece, pero mantenerla presente separa a los mejores amigos». Proverbios 17:9 NTV


Se pierden en la lejanía, dejando atrás destellos de luz; luces fugaces, tronando a viva voz en medio de la tormenta; iluminando la pequeña figura que, de rodillas levanta sus manos al cielo. Sus lágrimas se mezclan con la lluvia, el viento juega violentamente con su cabello. La tormenta que se desata a su alrededor le es indiferente; la tormenta en su interior es más violenta: ¿Por qué estoy solo?

Quien así hablaba era el famoso Rey del castillo negro. Quien con sus propias manos creaba las oscuras piedras con las que construyó cada una de las habitaciones, de las paredes, que lo mantienen alejado de los demás. Encerrado en un fabuloso castillo, acompañado por un perpetuo silencio. Pero no siempre fue así, alguna vez fue un joven Príncipe amable, lleno de sueños, acompañado de sus súbditos, y de su hermosa esposa… pero eso fue hace mucho tiempo.

Construyó la muralla exterior cuando los rumores de que otros Reyes querían apoderarse de su Reino. Todo se agravó cuando descubrió que algunos de sus súbditos se aliaron con sus enemigos para asesinarlo. Pero el golpe final se lo dio su linda esposa, a quien se había rendido de corazón, cuando la encontró en brazos de su mejor amigo. Ese fue el día en que decidió encerrarse en su castillo, y se encerró en su dolor y soledad.

Su fiel consejero lo intentó, trato de sacarlo de ese encierro, de que volviera a salir. En su desesperación, incluso, forzó una de las entradas del palacio… Pero el Rey creo una pared nueva. Desde el dolor de su corazón, piedras negras se formaban en su mano y, muy pronto, capa tras capa de grandes murallas lo separaban de los demás. Lo único real era su soledad, y su dolor.

En medio de la lluvia, le grita al cielo: «¿Por qué fui traicionado? ¿Por qué me devolvió mal por amor?». Su corazón se llena de una perversa determinación, no volverá a salir, ¡jamás! no creerá en ninguna otra persona, las mantendrá lejos, ejecutará su venganza, despreciará a aquellos que tanto mal le hicieron. Y así, mientras la noche avanza, su dolor y sus quejas se confunden entre las voces de la Tormenta.

¿Se te hace conocido este Rey del Castillo Obscuro? Yo creo que sí, porque es un personaje que vive en lo más profundo de nosotros. Allí dónde se cruza el dolor con la ira, donde planean sus luchas la amargura con la venganza. Creo que la traición es una experiencia que nos es común a todos los seres humanos. En algún momento en la vida hemos sido lastimados, nuestra seguridad se vio aplastada por la dolorosa realidad.

Desde cosas tan simples como la traición de una amiga al contar una confidencia, hasta el doloroso día en que descubrimos que nuestro cónyuge nos ha sido infiel; existen un sinfín de situaciones que crean heridas en nosotros: un Padre ausente; una madre con una adicción; un hijo que se va de la casa para vivir su libertad; una esposa que no respeta a su esposo; un hombre que es indiferente ante las necesidades emocionales de su mujer; descubrir que tu negocio, del que dependes para vivir, ha sido asaltado; ser traicionado por la congregación a la que tanto amaste; y, así, hay infinidad de situaciones que nos han orillado a encerrar el corazón para no creer en los demás.

No podemos ser ciegos, parece que el amor se ha ido de vacaciones. Hay tanta violencia en esta tierra: niños que desaparecen; divorcios; chicas obligadas a prostituirse; jovencitos reclutados por agrupaciones delictivas; catástrofes que llegan cuando menos se esperan; una clase política que se enriquece a costa del pueblo; una generación confusa en cuanto a su destino e identidad; escasez económica. No es de extrañar que los niveles de ansiedad, estrés e ira se hayan disparado.

No somos ajenos al dolor. Mira, podemos hablar mucho del Señor, exponer su Palabra, pero cuando llega el momento de enfrentarnos a la traición, cuando la herida del corazón está fresca, se nos olvida nuestra cristiandad; nuestra humanidad aflora de la peor forma: enojo, ira, justificación, depresión, confusión, frustración, son emociones que no nos son desconocidas. Ante esas situaciones, levantamos murallas, unas más grandes, otras más pequeñas, que nos separan de los demás y nos encerramos en nuestro castillo a lamentarnos por lo que nos ha deparado la vida.

Entonces, alguien llega, nos habla, Dios mismo nos invita a salir del dolor, la ira y la venganza; ¿Qué hacemos? Nos justificamos, pues todo se resume a esta frase: «Tengo derecho a sentirme ofendido». Y nos encerramos en nuestro negro castillo. ¿Cuántos creyentes conoces que, al cobijo de esta frase, se han dado por vencidos? Dejamos nuestra Iglesia, rompemos relaciones, abandonamos la lucha por nuestro matrimonio. Bien, no me adelantaré; en un momento entraré en detalle con estas ideas.

Mira, tal vez no hemos sido destrozados, aún no nos enfrentamos a situaciones tan drásticas o dolorosas. Pero, qué me dices de las cosas que te van erosionando poco a poco. Como el matrimonio que por más que intentan, oran, siguen despedazándose trozo a trozo, o, en el mejor de los casos, ignorándose. Como el ministerio que por más que intentas sembrar lo bueno, cosechas quejas, críticas mal intencionadas y malos entendidos. Como el sabor que deja tratar de restaurar la relación con un hijo que cada día se aleja más. Como intentar mil cosas y que todas salgan mal.

Son situaciones que nos desgastan, que nos golpean cada día, como una gota de agua que cae constantemente sobre la roca… hasta que la parte. Si hemos intentado todo, y no funciona ¡Claro que tenemos el derecho a estar ofendidos! De encerrarnos en nosotros mismos. No en balde vamos por la vida estresados, frustrados, enojándonos ante la menor provocación. Al final de cuentas somos las víctimas; los otros, los culpables. Dios debería actuar a nuestro favor.

A los creyentes les gustan aquellas enseñanzas donde el centro son ellos, en las que se les perpetúa su papel de «víctima»; en las que se le profetiza éxito; «victoria sobre los enemigos»; donde se presenta a un Dios que viene a amar y pasar por alto todos nuestros pecados. Así que, pensemos, pongamos un caso hipotético, si tu cónyuge te trató mal sin razón alguna, ¿no es justo reaccionar y mantener nuestro derecho? ¿pelear por nuestra dignidad? No tenemos que dejar que nos pisoteen ¿verdad?

Estoy seguro que el Señor viene a nuestro encuentro cuando sufrimos una traición, me queda claro que él viene a nuestro lado cuando hemos sido ofendidos y despreciados; Él se acerca cuando estamos en el suelo, frustrados y cansados de la situación; que nos mira con amor y directo a los ojos, que firmemente nos pregunta: «¿Con qué derecho te sientes ofendido?».

Pues al final de cuentas, el que tiene una naturaleza cristiana la debe demostrar cuando todo va bien, pero también cuando ha sido ofendido, cuando le devuelven mal por bien, cuando pisotean sus derechos y la otra persona no muestra asomos de arrepentimiento. Es tiempo de que profundicemos en la Palabra de Dios, que veamos lo que nos dice al respecto.

Comencemos con nuestro texto de Proverbios 19:11. Preparémonos nuestro corazón para ser confrontados con la Palabra de nuestro Dios. Vivimos en una época donde se nos ha enseñado a pelear por nuestros derechos, que se nos dice que nadie tiene el derecho de pasarnos por encima; en la que los creyentes tienen a su disposición infinidad de «métodos» que aseguran la victoria y una vida libre de sufrimientos. Así, vivimos acorde a la mentalidad del mundo: «No te dejes»; «la victoria es del más fuerte».

Pero, las Escrituras nos dicen que hay otro tipo de persona. Es un hombre que está por encima del pensamiento del mundo; una mujer que no es igual a las otras. Veamos, es alguien que es descrito como «cuerdo» (RVR60); «Con buen juicio» (NBV); «sensato» (NTV); Sabio e inteligente (PDT) (Recuerden que las siglas corresponden a versiones de la Biblia).

¿No sería hermoso que el cielo se refiriera a nosotros con esas palabras? ¿Qué tenemos que hacer para ser descritos de esa manera? Son dos cosas, la primera, de acuerdo a distintas versiones de la Biblia es, «detener el furor», según la RVR60; «calmar el enojo», nos dice la NBV; «no perder los estribos», dice la NTV; y, por último, la PDT declara «ser paciente». ¡Ay hermanos que difícil es esto!

Entonces, nos damos cuenta que las Escrituras no nos justifican nuestro proceder cuando estamos enojados. Vamos a hablar en secreto, vamos a sincerarnos tú y yo. ¿Cómo te comportas cuando tu ira explota justificada ante la ofensa? Tal vez humillas al otro, reclamas a gritos, o eres de los que golpeas cosas, pateas la pared, avientas lo que tienes en las manos, ¿un silencio profundo para castigar al otro es tu reacción? No olvidemos las sutiles venganzas, las ofensas, las miradas cargadas de reproche, la pared que levantamos para evitar que la otra persona se nos acerque y nos siga «lastimando». Es más ¡Hasta justificamos caer en pecado (como el adulterio) por las ofensas recibidas!

¿Sabes por qué sé que lo has hecho? Porque eres humano, de sangre y carne, como yo; que al igual que tú se ha creído con el derecho de sentirse ofendido y ha contraatacado de las peores maneras. Sin embargo, ¿en qué situación nos pone eso? Pues que sea declarado como: «demente»; «Sin buen juicio»; «torpe»; «ignorante y tonto», por las Escrituras que ¿Dónde dice eso? Solo use antónimos, al no actuar conforme a lo que nos enseña este proverbio, entonces las cualidades que exhibo son las contrarias a las descritas por la Palabra de Dios.

¿Por qué soy descrito de esta manera? Porque no importa lo profundo de la herida, ni la magnitud de la traición, ¡No tengo derecho a sentirme ofendido! Por lo tanto, no tengo derecho a expresar mi ira. Mira bien que en ningún momento se nos dice que no nos enojemos (lo cual es prácticamente imposible); se nos habla de aprender a dominar lo que sentimos. ¡Eso hace la diferencia entre un sabio y un necio! El primero sabe controlarse, el segundo da rienda suelta a su ira. Es así de simple.

Pero sigamos con el texto, pues la segunda cosa que nos dice el texto que debemos de hacer para que se nos describa de manera correcta es «pasar por alto las ofensas». Tal vez observaste acertadamente que esta vez no escribí este texto según las distintas traducciones de las diversas versiones de la Biblia para profundizar en el texto. ¿Por qué? Por la simple razón de que todas usan las mismas palabras: «pasar por alto las ofensas». ¿Qué nos muestra este simple detalle? Que no hay opción, todo es muy claro, no tengo derecho a sentirme ofendido. La madurez, sabiduría y espiritualidad de un creyente se manifiestan cuando es capaz de detener el furor y pasar por alto la ofensa.

Estas dos cosas van de la mano. Debemos desarrollar, en el poder de Dios, la capacidad de, dicho de forma sencilla, no explotar cuando somos ofendidos. Y esta es una Palabra con la que lucha desde el Pastor más experimentado, hasta el recién convertido. ¿Por qué crees que el diablo siempre busca que las personas que más nos importan nos ofendan? (Y de paso, convertirnos en ofensores de aquellos que nos estiman) Pues porque sabe que si explotamos, si nos desquitamos, terminaremos encerrados en nuestro castillo egoísta; dejando a todos afuera de nuestra vida… incluido nuestro Creador.

Y cuando lo hacemos, cuando perdemos el control, comenzamos a comportarnos de la peor manera. Sentimientos de venganza anidan en nuestro corazón, incluso, comenzamos a quejarnos de que Dios no intervenga. Poco a poco dejamos de orar y nos alejamos de la fuente de amor. ¿Cuántas veces he visto que ponemos el pretexto de nuestro derecho a sentirnos ofendidos para dejar el ministerio? Tratamos de disfrazarlo, pero, al final, es por nuestra desdicha que nos damos un receso del servicio a Dios. Ya lo sabes, egoístas, centrado en uno mismo

No, no tenemos el derecho a vivir ofendidos. No importa lo profundo de la herida, no importa si la traición se da de la forma más cruel, no importa si nuestro mejor amigo nos entrega con un beso… debemos aprender a pasar las ofensas; pues de esa forma, nuestro texto nos dice, que eso nos dará «honra» (RVR60) y nos hace «ganar respeto» (NTV)

¿No es curioso lo que afirman las Escrituras? Porque, precisamente, no queremos pasar por alto las ofensas pues, razonamos, nos van a ver como tontos, porque se aprovecharán de nosotros, porque «soy manso pero no menso», porque todo tiene un límite, porque me usarán de tapete, porque el otro no se «saldrá con la suya», porque no me va a ganar, porque… Pero la Escritura nos dice lo contrario: recibiremos honra, ganaremos respeto.

Sí, lo sé; tal vez el ofensor no nos muestre respeto, pero el cielo sí. Delante de Dios seremos vistos como personas de honra, que se comportan a la manera de su Padre Celestial. Aún el infierno reconocerá que la obra de Dios en nosotros es muy fuerte para ser vencido por las heridas. Aún más, otros hermanos en la fe podrán tomar ejemplo de nosotros y ser fortalecidos en sus propias luchas y pruebas. Al final, pasamos por alto las ofensas, porque es lo que Dios hizo con nosotros.

Una cosa impresionante sucede cuando sujetamos lo que sentimos y, en lugar de edificar murallas, tendemos un puente hacia el ofensor, se genera amor. Las Escrituras son claras, en Proverbios 17:9, nuestro segundo verso que estudiaremos, nos dice que al pasar por alto la ofensa «el amor florece»; la DHH y NBV dice que se «crea lazos de amor». Bien, aquí nos adentramos a lo sobrenatural, al poder espiritual.

Muchas veces he dicho que la vida de un cristiano no debe estar regida por reglas naturales. Si nos comportamos igual que los demás, entonces no tenemos ninguna diferencia con ellos. Por eso, el Maestro nos aclaró que no había nada loable en ser buenos con quienes son buenos con nosotros (Mt. 5:43-48); que eso lo podían hacer hasta los más hipócritas; pero que si amamos a nuestros enemigos, entonces seríamos perfectos. ¿Y cómo amamos al enemigo? Pasando por alto sus ofensas, porque eso genera amor.

Ese es el camino que nos enseñó el Maestro en la cruz. Él nos dio ejemplo de esta verdad. Y, al pasar por alto nuestras ofensas, adquirió honra como nunca nadie la ha tenido en el Universo. Nuestro Dios pasó por alto nuestras ofensas en el sacrificio del Señor Jesús, allí floreció el amor y creo lazos de amor con los que nos atrajo a Él. Nuestra misión del mundo no es imponer nuestros derechos, vivir cómodamente, sino alcanzar al mundo con el amor de Dios, y eso es lo que hacemos cuando pasamos por alto una ofensa.

Sin embargo, nosotros elegimos no pasar por alto las ofensas. ¿Qué sucede? Que nos quedamos estancados en el pasado. Lo diré nuevamente, que se grabe este gran peligro en el corazón: No pasar por alto las ofensas nos estaciona en el pasado. Cuando nos venimos a dar cuenta, estamos encerrados en nuestros castillos de ideas, desconfianzas, amarguras; y, aunque tratamos de seguir con la máscara del cristiano victorioso, del creyente que no da pasos para atrás; la realidad es que nuestros cimientos están agrietados. Vivimos atormentados y estancados por las heridas que nos infringieron hace años y, también, por nuestra incapacidad para evitar herir a aquellos que amamos.

¿Cómo termina separado un matrimonio? ¿acaso cuando hicieron sus votos de amor tenían el firme propósito de fracasar? ¡Por supuesto que no! ¿Qué fue lo que sucedió? Que no pasaron por alto las ofensas, poco a poco construyeron una historial donde se guarda en el corazón el sentimiento de heridas y amarguras porque «el otro» no fue lo que se esperaba; porque traicionó sus expectativas, porque sus diferencias fueron más grandes que sus encuentres. Y un día, todo explota, aquellos que tanto se amaban no pueden estar en la misma habitación.

Ahora, que pasaría si uno de los dos comienza a pasar por alto las ofensas del otro. «Que el otro se va a aprovechar», casi los puedo imaginar pensándolo. Sí, eso es lo que la lógica humana nos hacer creer. Pero somos cristianos, pasar por alto la ofensa, extender gracia, hará que el amor florezca; creará lazos de amor y la pareja será unida una vez más. Porque eso es lo que dice la Palabra, y aquí está la diferencia entre un creyente y un simpatizante del cristianismo. El creyente pone la Palabra en acción porque cree en ella.

¿Fácil de hacer? ¡Imposible sin la fuerza del Señor! ¿Instantáneo? Para nada, a veces la lucha es larga. ¿Quién debería de empezar, el hombre o la mujer? Esa es una respuesta fácil, debe hacerlo quien quiera ser reconocido como sabio, inteligente, cuerdo, etc. Pues quien lo hace ha comprendido que no tiene derecho a sentirse ofendido, sabe que la gracia de Dios se ha manifestado en él de dos formas: pasando por alto sus ofensas y transformándolo para pasar por alto las ofensas de los demás.

Mi querida y preciosa Iglesia. Llegamos al punto neurálgico de esto. Si levantas tus ojos al panorama que se avecina en nuestro camino, se vislumbra tormentas, no solo para la Iglesia, sino para toda la humanidad. Al decidir caminar como lo hace todo el mundo, nuestro destino será el mismo que el de los demás; pero que tal si comenzamos a vivir la Palabra, si la Iglesia comienza a amar pasando por alto las ofensas, si la Iglesia comienza a generar, así, amor sobrenatural; ese que florece en los lugares más difíciles; ese que vence en medio de las causas perdidas; ese que nos humilla, pero que crea lazos de amor que atrae a los demás hacia a nosotros, y nos hace habitar en el favor de Dios.

Porque al final, ya nos lo había advertido el Apóstol Pablos: «Si no hay amor, está de más todo lo que hacemos». No solo eso, el Maestro dijo claramente que la marca de distinción de los verdaderos discípulos sería la calidad de amor que mostraran a los demás. Bien, amar al que es bueno con nosotros, ya lo mencionamos, cualquiera lo puede hacer; pero amar a pesar de la ofensa, solo lo puede hacer un Hijo de Dios.

Admiro la actitud del Rey David. Saúl lo había querido matar, una y otra vez. Le quitó a su esposa y se la dio a otro hombre. A pesar que David le perdonaba la vida y le prometía que ya no lo iba a perseguir, volvía a hacerlo. Pasó por situaciones tan difíciles mientras huía. Sin embargo, cuando se entera de la muerte de Saúl y de Jonatán, el exclama:

«Saúl y Jonatán, amados y queridos; inseparables en su vida, tampoco en su muerte fueron separados; más ligeros eran que águilas, más fuertes que leones. Hijas de Israel, llorad por Saúl, quien os vestía de escarlata con deleites, quien adornaba vuestras ropas con ornamentos de oro». (2 Samuel 1:23-24)

¡¿Podrías hablar así de alguien que trató de matarte innumerables veces?! ¿De quién te persiguió durante más de 10 años? ¿De quién te quitó tu esposa y se la dio a otro hombre? Pues David lo hace, pasa por alto las ofensas y entona un canto fúnebre, cargado de sentimiento y dolor, en honor a Saúl y a su amigo Jonatán. Por eso el Señor Dios lo tenía en estima a David, un hombre conforme a su corazón, un siervo sabio y lleno de honra por parte del cielo. ¿Lo ves? Queremos ser como David, sin estar dispuestos a actuar como él, pasando por alto las ofensas.

En el futuro encontraremos muchas personas que nos tomarán como enemigos, debido a nuestra fe en el Señor Jesús; y nosotros tenemos que aprender a pasar por alto sus ofensas para demostrar el amor de Dios. En el presente, estamos en un proceso de perfeccionamiento al pasar por alto las ofensas de nuestra pareja para atraerla con lazos de amor a nosotros. Lo mismo se puede decir con las relaciones rotas familiares.

¿Qué pasaría si aplicáramos esta palabra entre los miembros del Cuerpo de Cristo? Imagina lo que sucedería si una Iglesia que fue dividida pasara por alto las ofensas de la otra mitad. Si los pastores y siervos pasaran por alto las ofensas de los otros ministros. Examinemos nuestro corazón. ¿Cuál es nuestra actitud ante las heridas infligidas por los demás? No olvides que no tenemos derecho a estar ofendidos.

Imagina lo que sucederá cuando la Iglesia se levante victoriosa, cuando sea llena del poder de Dios para preparar todo para la venida de nuestro Señor Jesús. Será una Iglesia llena de amor, invencible porque será inmune al veneno de las heridas, se despojará del pasado y generará amor. Y, como Dios es amor, el Señor mismo caminará con nosotros.

Ese amor sobrenatural, esa fuerza Divina para perdonar ofensas, para controlar el carácter influirá en este mundo lleno de dolor. Nuestras actitudes serán semillas sembradas en los corazones, germinará en preciosas plantas, nacerá el amor, se hará fiesta en los cielos debido a la salvación. Si la Iglesia aprendiera a humillarse, se permitiera aprender a amar como Dios ama, muchos voltearían sus rostros al Cielo y encontrarían salvación.

Bien, piensa un momento. ¿En qué punto te encuentras? ¿Sigues guardando ofensas en tu corazón? ¿Sigues peleando por el derecho a sentirte ofendido? ¿Sigues justificando tu actuar por las heridas que te hicieron? ¡Iglesia despierta! Tu dolor fue llevado en la cruz; es parte de la vida llevar las marcas de la muerte de Cristo, con heridas y traiciones incluidas. Nuestra fe debe estar puesta en el Señor y el amor a los demás debe ser la mara que nos distinga.

Querido Rey, querida Reina; sé que aunque sufren, están muy cómodos en su castillo do dolor y amargura; pero no es lo que el cielo tiene planeado para ustedes. Dobla tus rodillas, clama al Señor, arrepiéntete de abrazar tu dolor, de amar el sentirte ofendido; y clama a su Nombre para que las murallas se derriben. Sé sabio, sé entendida, construyan puentes de amor; al acercarnos al final de los tiempos será necesario ser reconocidos por nuestro amor.

¿Le entregarás a Dios tu derecho a sentirte ofendido o vivirás solo en tu castillo de muerte y dolor? Sabio o insensato; honra o deshonra; tú decides. Ve y reconcíliate.

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