La oración que atrae la presencia de Dios



«Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos». Hechos 1:14

Cuando miras el ejemplo del Señor Jesús, puedes darte cuenta que la oración juega un papel claro y fundamental en su vida. La oración lo sostuvo en cada momento importante; fue a través de la oración que recibió la fuerza necesaria para enfrentar la cruz.

No es de extrañar entonces, que la Iglesia tenga como sustento la oración para desarrollar cada una de sus actividades y cumplir, así, la voluntad del Padre. De hecho, podemos notar que fue la oración la que trajo al Mesías a la tierra; fue una noche de oración la que reveló quienes serían los 12 apóstoles. Fue la oración la que guardó a los discípulos y sostuvo a Pedro mientras fue zarandeado. No es de extrañar que la oración fuera clave en la fundación de la Iglesia y en el cumplimiento de la promesa del Padre.

Básicamente, existen dos formas de orar, la oración que nace desde nuestra carne y la oración que fluye en el espíritu (para un ejemplo de cómo la carne afecta la intercesión, accede a este enlace de mi blog https://fuerzasinlimites.blogspot.mx/2013/10/la-intercesion-pervertida-por-la-carne.html). Los discípulos comienzan a experimentar la oración verdadera, aquella que estaba alejada de los ritos, las repeticiones y las poses. Veamos las características básicas de esta clase de oración, la oración que debemos hacer como Iglesia.

Primero, la oración que atrae la Presencia de Dios es perseverante. La palabra «perseverar» está formada por dos palabras que significan «ser fuerte» y «hacia adelante»; con una idea de hacerlo «intensamente». Esta es la actitud que debemos de desarrollar con la oración. Pero, creo que para poder hacerlo debemos cambiar nuestra perspectiva de la oración. La mayoría ve la oración como algo que debe ser provocado por el hombre.

Gracias a que usamos palabras como «disciplina»; «búsqueda»; y otras, gran parte del Cuerpo de Cristo ve a la oración como una actividad difícil, pesada, que, cuando se logra, es porque se ha hecho un esfuerzo titánico. La oración no es algo que la Iglesia inicia para atraer a Dios. La oración es una respuesta a la amorosa invitación de Dios a pasar tiempo con él, es más un esfuerzo que un placer.

Pero, ¿por qué dice que perseveramos? Estamos hablando de pasión. ¿Qué mejor describe el «ir hacia adelante intensamente», que el amor? Cuando uno ama se esfuerza para agradar al objeto de su amor. Así, los discípulos que habían visto a su Maestro, que al fin comenzaban a entender el sacrificio de su Señor, completamente revitalizados buscaban a su Maestro a través de la oración. Esa es una oración que persevera. No nace en nuestro corazón, nace en el corazón de Dios primeramente.

Segundo, la oración que atrae la presencia de Dios es unánime. La palabra unánime, dice el diccionario, significa «Que tienen un mismo parecer, dictamen, voluntad o sentimiento». Cuando estamos juntos orando como Iglesia, nuestras intenciones deben de estar sincronizadas en un mismo propósito.

Aunque la mayoría de Iglesias se jactan de orar unánimes, y proclaman el conocido texto de «donde están dos o tres reunidos en mi nombre…». En la práctica, las reuniones de oración suelen ser muy caóticas; y no me malentiendas, no me refiero a que si hay mucho ruido o no; sino a que cada quien ora según le parece.

Mientras que el dirigente pide una oración de adoración, unos comienzan a pedir por familiares; otros pelean con el diablo; unos más piden misericordia, etc. Eso no es ser unánimes. Si estamos juntos, debemos de orar por lo mismo, que las oraciones se eleven en una misma dirección. Eso es responsabilidad de todos. Pues, incluso, en una iglesia donde se ora en silencio, uno dirige la oración, mientras los demás divagan en mil direcciones.

No, no se trata de pensar igual, sino de avanzar (perseverar) en un mismo sentido (en el caso del verso que estamos estudiando, la meta era ver cumplida la promesa del Padre). Y es así que vamos avanzando, juntos como Iglesia, buscando el Rostro de Dios. Cuando esta clase de oración se da; es seguro que el cielo y la tierra se encontrarán y grandes cosas sucederán.

Tercero, la oración que atrae la presencia de Dios se acompaña con ruegos. Aunque ahora está de moda declarar, reclamar y proclamar, la realidad es que si queremos la presencia de Dios debemos de acostumbrarnos a suplicar. Esa es la idea de la oración, el Pueblo de Dios que se acerca confiadamente a su Dios y le suplica su intervención a su favor.

Muchos padres de las generaciones antiguas se escandalizan ante la falta de respeto de los niños de hoy. Les gritan a sus padres y les exigen que cumplan sus deseos. Pues bien, lo mismo pasa con la generación actual, auditorios llenos de personas que exigen a Dios que venga y les cumpla todos sus caprichos: dinero, trabajo, matrimonio restaurado… oraciones infestadas de puro egoísmo.

No es que sea malo pedir. Nosotros pedíamos con respetos a nuestros padres y éramos agradecidos por lo que recibíamos. La Iglesia de hoy, como las nuevas generaciones, exigen la bendición, y al recibirla lo hacen con el sentimiento de que se lo merecen. Pero la Iglesia verdadera sabe rogar, sabe suplicar, sabe tocar la puerta del cielo insistentemente, alimentada por su fe.

La Iglesia que suplica sabe dirigirse a Dios con respeto (no con religiosidad, ni familiaridad, los dos extremos peligrosos a la hora de intimar con Dios). No tiene problemas con doblar las rodillas y proclamar su dependencia del Padre; sabe que del Padre de las luces viene toda buena dádiva y todo don perfecto.

Pero el ruego nos habla, también, de una oración que va más allá de simplemente pedir. La Iglesia debe insistir, el ruego nos habla de querer tanto algo que insistimos una y otra vez, que usamos una voz que denota nuestra pasión. Eso es lo que pedía la Iglesia y obtuvo la más maravillosa de todas las bendiciones: la manifestación de la Presencia de Dios.

Entonces, querida Iglesia, ¿queremos ser habitación de Dios? ¿Queremos responder correctamente a las intenciones del cielo? Oremos. Que nuestra intención de encontrar a Dios sea firme y se revele buscando su rostro cada día, respondiendo su invitación. Oremos de forma unida no por una visitación, sino porque seamos su habitación permanente. Y hagámoslo con humildad, respetando a nuestro poderoso Dios… ¿Qué esperamos? Comencemos o clamar…

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