Defensores de la Verdad


«Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído». Hechos 4:19-20

Tal como estaba previsto por el Padre, la Iglesia continúa en acción, los apóstoles, después de sanar al cojo a la puerta del Templo y predicar la salvación en el Señor Jesús. Son apresados y llevados ante el concilio. Observa como el Espíritu de Dios había cambiado completamente a estos hombres. Estaban delante del concilio que había matado a su Maestro. Uno había negado al Señor, el otro había guardado silencio. Pero ahora han sido transformados por el Espíritu de Dios y se enfrentan valientemente ante estos hombres.

A la Iglesia le ha sido otorgada la verdad de Dios. Dios le revela sus misterios. Eso nunca le ha gustado al mundo. El mundo tiene sus propias ideas, sus propias filosofías. De hecho, ahora nos dice que no hay verdades absolutas, que estamos llenos de verdades relativas y que nos respetemos las opiniones. Se levanta la Iglesia. Proclama la verdad. Una sola, la del Señor Jesús. Empiezan los problemas.

Como Iglesia debemos entender que, aunque amemos a los demás, seremos tachados de intolerantes, de orgullosos por creernos poseedores de la verdad. El Maestro nos lo advirtió, nos dijo claramente que seríamos odiados por nuestra fe. Así que al abrir la boca, la Iglesia se mete en problemas, por un lado; por el otro, los pecadores son salvos y Dios es glorificado. Así es como funcionan las cosas.

En nuestra mente debe resonar esta declaración de Pedro y Juan: «Es justo servir a Dios antes que los hombres». La gente nos dirá que nos callemos, que respetemos la libertad de cada ser humano a elegir, que existen miles de verdades y que debemos de coexistir en armonía. Y, sin embargo, siempre debemos de tener en mente que es necesario servir a Dios primero y no a la opinión de la sociedad.

Aunque debemos de estar preparados, conforme los días pasan nos acercamos a la venida de nuestro Señor, las leyes irán cambiando para tratar de detenernos. Ya no se trata solo de filosofías, sino de reglas que nos quieren imponer. Como lo que sucedió en CDMX recientemente, donde será penado hasta con cinco años de cárcel a los pastores que quieren ayudar a un homosexual a reformarse. Así es, querida Iglesia, va llegando el momento donde, al igual que Juan y Pedro seremos amenazados por las autoridades para defender nuestra fe. Y será necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.

Nosotros debemos seguir hablando. Pero lo debemos de hacer en amor. Tal como nos enseñó con su ejemplo el Maestro. Porque hay muchos que han disfrazado sus amarguras e intolerancias, predican la verdad sin una actitud de amor. Señalan el error, pero no la solución. Son los fariseos modernos que no saben convivir con el pecador y que no se dan cuenta que los primeros en pecar son ellos, al no mostrar el carácter de nuestro Señor Jesús.

Me viene a la mente que para que cada creyente pueda obedecer a Dios y no a los hombres, deben estar listos para defender la verdad. Por eso es importante que sean entrenados en conocer la verdad por sí mismos. No a través de un Maestro o Pastor, ellos son guías, pero no intermediarios. Debemos enseñar a la Iglesia a experimentar la verdad a través del Señor Espíritu Santo.

Y este pasaje nos recuerda que nuestra lealtad es para con Dios y no con los hombres. Veo con preocupación que en muchas Iglesias se da un énfasis desmedido a la lealtad al Pastor, líder espiritual o al movimiento o denominación al que pertenece. Somos de Dios, a Él le debemos la lealtad. Sí, honramos a los hombres de Dios, somos leales unos a otros, pero siempre nuestra obediencia debe ser el Señor y no un hombre.

El punto importante es que la Iglesia debe estar llena de ministros. Así es, cada creyente, un ministro. Personas que entienden cual es su Identidad. Que conocen su propósito de vida. Que siguen adelante en la obra por convicción propia. Pero, a la vez, estos creyentes saben que la Iglesia es un Cuerpo, por lo que voluntariamente se unen unos a otros y establecen el Reino de Dios.

Nadie, más que el Mesías, tiene autoridad sobre la Iglesia. Ni el mundo debe dictar como se comporta; ni una persona debe proclamar que es la única que recibe revelación celestial para guiarla. Iglesia, nuestra meta es conocer más a Dios, conocer su verdad, obedecerle; no importa lo que digan las demás personas. No importa las consecuencias. Fieles a Dios Iglesia.







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