Lo que tengo te doy


«Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios» Hechos 3:6-8

Recuerdo cuando era un niño. Siempre amé ir al Templo. Estar en mis clases de Escuela Dominical, los concursos, el esgrima, las cosas que aprendí, los cantos, los juegos con los otros niños. Fue en uno de esos domingos cuando me enseñaron esta historia y memoricé este texto. Piénsalo, para el cojo era un día común, ir a mendigar al templo.

Mendigar. Vivir de las sobras que te dan los demás. Supongo es humillante. Pero, para él, era ya una costumbre, su estilo de vida ¿En qué momento de la vida se pierden los sueños y solo queda una vida humillante por normalidad? La vida lo había golpeado, su lugar estaba más que claro, vivir en el suelo era lo más natural… y, para los demás, verlo en esa posición también era natural.

Pero, ese día, todo sería diferente. Ante él están dos hombres. Ante sus ojos, hombres comunes y corrientes, pero eran un par llenos del poder del Espíritu de Dios. Siempre me impresionó esa declaración: «no tengo oro, ni plata». Es natural pensar que sin dinero no se puede hacer nada, no se puede ayudar. Pero ese día el cojo recibió algo mucho mejor que unas monedas sobrantes de alguna bolsa; el recibió su sanidad.

Bien hemos llegado al punto, a lo que quiero invitarte a pensar: «pero lo que tengo te doy». Piénsalo, hay muchos cojos a tu alrededor. No. No estoy hablando de algo físico. Esta humanidad está cojeando, adolece de muchas cosas. Mendiga amor. Detrás de sus gritos de libertad y la lucha por derechos, en realidad están mendigando amor y atención ¿Qué tragedia les sucedió? No lo sé, es que hay tantas, tanto dolor, tanta violencia.

Está aquella muchacha que papá la tocó de maneras que no debía. Más allá, otra acomplejada con su peso. Y, ¿ya viste las marcas de los cortes en la piel de aquel joven? Por allá, otra se enteró de que su esposo tiene un amante. A ella la humillan y la golpean. A él lo van a despedir de su trabajo. Ellos no saben si su hijo pasará la noche. Aquel viene de enterrar a su esposa. Ella no quiere salir porque la secuestraron. Al final, hay muchos cojos del alma a nuestro alrededor. Hay muchos mendigando amor. Convencidos de que esa es la normalidad de la vida.

Pero ese no el punto. El punto importante de todo es lo siguiente, si te acercaras a ellos y les dijeras, como Pedro: «Lo que tengo te doy»; ¿Qué saldría de ti? Escucho como los creyentes critican a otras personas, se burlan de ellos, los juzgan. «Mira ese…»; «Esta loco…»; «Es un amargado…»; «Muy su vida…»; si extendieran la mano a estos «cojos», lo único que les regalarían sería amargura, porque amargura es lo que hay en su corazón.

Mas, en la mayoría de los casos, lo que reciben es indiferencia, porque hay egoísmo en el corazón del creyente. Se ha desarrollado una generación de creyentes egoístas, que van a los templos a mejorar sus vidas, pero no son motivados a ayudar a la gente que sufre. Eso, mi querida Iglesia, debe cambiar. Debemos de dejar de repartir indiferencia, amargura, soledad, orgullo, religiosidad, etc.

Hoy les invito a examinar los corazones y ponernos a pensar que es lo que tenemos para dar. Que es lo que saldría de nosotros. Aún más, el reto que tengo para ti el día de hoy es este: ¿Por qué, habiendo tantos cojos a tu alrededor, no les has dado lo que tienes? Vamos Iglesia, mirémoslos a los ojos, con una sonrisa digamos: «estoy aquí para darte lo que tengo»; y levántalo en el Nombre de Jesús.

El resultado será visible. Gentes que levantarán las manos y, brincando y danzando, adorarán junto con nosotros al Padre. Y Él, él será glorificado. Vamos Iglesia, hoy es el día de levantar a los cojos…

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