La oración no se trata de mí



¿Qué es orar? La gran mayoría de nosotros sabemos que orar es tener una plática con Dios… Pero muy pocos disfrutan de esa intimidad hermosa y apacible con Él. De hecho, la palabra «orar» para muchos es sinónimo de algunas de las siguientes palabras: carga, trabajo, algo pesado, algo sin sentido, aburrido, perdida de tiempo, frustración, etc.. 

Sin embargo, las Escrituras nos dicen: «Velad y Orad» 1 Tesalonicenses 5:17; «Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil». Mateo 26;41; «Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos». Efesios 6:18; «Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo» Judas 20.

Bien, a estas alturas sé que estás convencido de que orar es importante. Pero, tal vez, tu vida de oración no es lo que tu quieres. Puede ser, porque se da el caso, que sientas que tus oraciones son vacías, cansadas, frustradas, que no te puedes concentrar.
 
Aclaremos algo de una vez por todas: El orar se trata de Dios, no se trata de ti. He pensado y analizado mucho este tema y descubrí que esta es la gran verdad. Cuando alguien se acerca a la oración con una actitud personal, la oración carece de sentido y fuerza.

Mas cuando la oración es una oportunidad para enfocarse en Dios, las cosas cambian radicalmente. Estos son principios que están en la Biblia, también, son cosas que he aprendido en mi relación con Dios. Con vergüenza reconozco que la mayoría de ellos los aprendí de la forma difícil, por testarudo y aferrado.

Cuando creemos mentiras, el resultado serán fracasos en nuestra vida; cuando creemos la verdad, producirá vida. Por eso, vamos a ver algunos conceptos equivocados acerca de la oración. Mentiras y hábitos que tenemos que quitar de nuestras vidas a fin de que nuestra calidad de oración cambie.
 
Todas las mentiras acerca de la oración están arraigadas en actitudes erróneas de nuestra carne. Son conductas que hacen que la oración se trate de nosotros mismos y, por lógica, nos frustran.

1. La oración no es un monólogo

Si decimos que la oración es un tiempo de intimidad con Dios, entonces debe ser un tiempo donde platicamos con Dios. Pero, la verdad es que muchas veces cuando oramos solo hablamos nosotros, no tomamos el tiempo para escuchar a Dios.

Y no solamente hablamos y hablamos, sino que nuestra oración es como un cazador que dispara hacia todas las direcciones posibles para ver, si por fortuna, le da a algo. Así oramos. Pedimos, rogamos, lloramos, hablamos y hablamos. Nuestras oraciones no van dirigidas, son un conjunto de palabras que van saliendo de nuestra boca con la esperanza de que algunas de ellas lleguen hasta Dios.

La oración no se trata de hablar por hablar. ¿Te has fijado como es la plática con alguien que no conoces? ¿Cómo buscamos en nuestra mente rellenar los silencios incómodos? A veces eso hacemos con Dios, no sabemos ni que decir, pero seguimos hablando. Rellenamos nuestra oración diciendo las mismas cosas, metiendo un «padre», «señor», etc. cada 20 segundos.

La oración, entonces, se vuelve algo disperso; sentimos que no es eficaz, que no obtenemos nada. Y es verdad, nuestra oración no apunta a la meta de la voluntad de Dios, sino a miles de cosas. Por eso decimos: «si es tu voluntad, abre puertas; si no, ciérralas»; por eso pedimos señales. Por que no sabemos dirigir nuestras oraciones. Así la oración  se convierte en un monólogo lleno de palabras que, en su mayoría, no atinan al blanco ni producen cambios significativos en la tierra.


2. La oración no se centra en mis problemas y debilidades

Siendo sinceros, nos acercamos a la oración cuando hay momentos difíciles en la vida. Si pones atención, gran parte de nuestra oración se centra en nuestros problemas, en como nos sentimos, en lo que pensamos, en lo que queremos. De hecho, esta es la principal razón por la que nuestra oración es ineficaz (Santiago 4:3).

Sin el afán de ofender a nadie, creo que los creyentes hacemos muchas «oraciones lastimeras», oraciones que tratan de provocar la lastima de Dios para que se acerque a nosotros en medio de nuestro llanto y desolación. Ponemos cara triste y esperamos que Él venga a nosotros a consolarnos.

Le decimos que somos unos inútiles, le hablamos de nuestras múltiples debilidades, pero no para arrepentirnos, sino para justificarnos, para hablar de nosotros mismos. Para que Dios nos tenga lástima (misericordia creemos nosotros) y nos rescate de nuestra vida. Para que el cielo se abra y de repente seamos transformados. Nuestra oración está llena del olor de nosotros mismos. No lo digo para ofender, lo digo porque yo lo hice muchas veces.

Cuando decidí hacer a un lado la depresión en mi vida, cuando en su bondad el Señor transformó mi corazón, me di cuenta que ¡Ya no tenía nada porque orar! Yo oraba más de media hora, pero solo era para llorar y quejarme, para elevarme en mi tristeza y tratar de ganar a Dios a través de lo mucho que sufría, o al menos eso pensaba yo.

En el otro extremo, están aquellos que llenan su tiempo de oración con quejas amargas, con enojo, con reclamos. Inconformes con lo que Dios hace se lanzan a orar para que Dios cambie las cosas de la vida confiados en su fuerza de voluntad y visión de las cosas.

Este tipo de oración, centrado en nuestros problemas y debilidades, nos vuelve en seres humanos adoradores de nosotros mismos. Nos acercamos a Dios pero para hablar de nosotros, nuestras necesidades están por encima de las de Él. ¿Qué logramos con esta actitud? Encerrarnos en nosotros mismos, perder la oportunidad de contemplarlo, de conocerlo, para, simplemente, sentarnos sin verlo a los ojos… y hablar de nosotros.

Quisiera que entendieras algo muy importante. No oramos para alcanzar la gracia de Dios, es por su gracia que podemos orar. No te acercas a Dios para ver si Él está allí para ti. Nos acercamos porque nos llama, porque el camino está abierto por la sangre de su Hijo (He. 4:16). La gracia de Dios ya está sobre de ti, pero, cuando te encierras a hablar de tus debilidades y problemas, no la puedes ver y, mucho menos, recibir.

3. La oración no es un tiempo de negociación

Siguiendo lo que vamos explicando, tenemos la idea errónea de que orar es una negociación, donde voy a obtener lo que yo quiero. Sobre todo en este tiempo, la iglesia ha perdido mucho del respeto a Dios (como veremos en el punto 7). La oración se ha convertido más en una plática de iguales donde nos acercamos a Dios y obtenemos lo que queremos de Él.

Algunos usan la oración solamente para obtener de Dios lo que ellos quieren. Sus oraciones están repletas de las necesidades propias y las de su familia. Orando para buscar un bienestar, pidiendo por las cosas que les hagan sentir bien, que les proveen tranquilidad. Disfrazamos estas oraciones, negociamos con Dios para demostrar que es legítima nuestra preocupación.

Por ejemplo, hay quien dice: «Dame para mi familia, si fuera yo solo no habría problema, pero la Biblia dice que yo tengo que proveer para mi casa o soy peor que un incrédulo» (1 Ti. 5:8). Esta pudiera ser una oración legítima, pero cuando se hace para esconder nuestro propio temor, para que no nos tachen de incapaces, entonces no es una oración correcta, estamos tratando de negociar con Dios como si fuéramos iguales.

Oramos tratando de convencer a Dios de que nuestras opiniones son correctas, hablamos y ni siquiera consideramos que nuestra percepción de las cosas está equivocada. Pero, alguien podría decir que Dios lo escucha y le da lo que pide. Eso es por gracia de Dios, sin embargo, ten la seguridad de que el Señor te llevará a madurar en tus tiempos de oración, te lo aseguro. Él no quiere que re quedes en ese nivel.

Deberíamos aprender la lección de Nabucodonosor, aquel gran rey que se engrandeció y Dios lo humillo terriblemente. Él termina diciendo: «y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?» (Dn. 4:35b). Pero, en nuestra inexperiencia, oramos desde nuestras propias opiniones, oramos conforme a como nos sentimos, oramos de acuerdo a nuestro humor, oramos lo que nos gusta, oyendo la música que nos gusta, oramos en el orden que pensamos que es el correcto, oramos de acuerdo a lo que pensamos que es correcto sin molestarnos en descubrir si es el deseo de Dios.

Oramos cuando queremos, como queremos y de la forma que queremos. Esto es orar desde nuestra propia opinión, de nuestra carne. Esto es tratar de negociar a Dios. Los seres humanos vivimos tratando de manipular a los demás, de hacer que los otros hagan lo que yo quiero, para hacerlo lloramos, gritamos, nos hacemos los enojados, los dignos, y piensa… ¿no es lo mismo que haces con Dios? La Biblia está llena de testimonios de hombres así. No hermano, no podemos negociar con Dios, la oración no es para eso.

Pero, ¿no es la intercesión la que negocia con Dios? ¿no oraron Abraham y Moisés, entre otros, y Dios prometió cambiar las cosas? Bien, estas son preguntas legítimas, parece que el que intercede negocia con Dios y lo motiva a cambiar sus designios ¿Esto es así? ¡Claro que no! . Pensemos en Moisés para explicar esto.

Dios es justo, no cabe la menor duda de esto. Él sabía que tenía que destruir a Israel si ellos eran rebeldes, y Él sabía que lo iban a hacer. Cierto, Moisés intercedió por el pueblo y Dios se movió a misericordia. Me imagino que satanás se frotaba las manos con placer, diciéndole a Dios: «tienes que ser justo, destruye a este pueblo rebelde». Sin necesidad de eso, la propia justicia y santidad del Eterno lo movían a castigar esa persistente rebeldía, llegó a tanto que les dijo: «No voy a ir con ustedes» (ve la historia en Éxodo 33). Allí entra Moisés e intercede delante de Dios.

Dios le dice a satanás: «los destruiría, pero mi siervo justo ha intercedido, debo cumplir mi palabra con Moisés». Pareciera que Moisés negoció con Dios y ganó su presencia para el pueblo. ¡No es así! El Señor ya sabía que Israel sería rebelde, Él necesitaba un hombre transformado (por Él), tratado (por Él), dirigido (por Él), para interceder por su pueblo (de Él). Así que fue Él quien escogió a Moisés (Nm. 12:6-8). Él le dio su corazón de intercesor y su Espíritu guió la intercesión de Moisés. No fue una negociación, todo fue una obra de Dios. La oración no es una negociación.

4. La oración no son declaraciones

Siguiendo lo que estamos diciendo, la oración no es un conjunto de formulas o «declaraciones» para obtener lo que uno quiere. Eso es egoísmo. Es verdad que hay leyes espirituales, que Dios es fiel a lo que ha prometido en su Palabra, pero quien ora así nunca va a tener intimidad con Dios.

En los últimos tiempos la iglesia se ha dado a la tarea de encontrar «formulas» y «declaraciones» que obliguen a Dios a que haga nuestra voluntad. ¡Qué tragedia!. Lo que intentamos es obligar a Dios a que haga lo que necesitamos, somos como abogados que buscan una coerción legal para que el Señor nos escuche y responda. No es así. Somos sus siervos, somos sus esclavos, Él es Dios, digno, santo, no tiene que humillarse a respondernos, a hablar con nosotros, pero lo hace.

Observa como algunos creyentes oran, hablan y hablan con formulas, declaraciones, recitando promesas, y, al orar así, creen que obtendrán lo que quieren porque oraron de esa manera. Sería igual de ridículo como un joven que al final de una cita le sugiere a una chica que pasen tiempo de intimidad en la cama. «claro que no», responde ella. «¿Por qué no?» dice él y aclara: «ya te lleve a cenar, te di rosas, te he dicho las cosas que toda mujer quiere, ya cumplí, ahora recompénsame con tu intimidad». ¿qué piensas de este joven? Pues es lo mismo que le hacemos a Dios cuando oramos con esa actitud.

No me malentiendas, orar así es bíblico, estoy hablando de la actitud negociadora que tienen algunos. No confían en el nombre de Jesús para recibir respuesta, sino en decir las cosas adecuadas para recibirlas. Ten cuidado con eso.

5. Orar no es un conjunto de actitudes externas

Hay hermanos que piensan que orar tiene que ver con la postura, las palabras, y, en fin, las acciones del cuerpo. Orar es algo natural. No es algo forzado, mira que el Señor Jesús criticó la forma de orar de los fariseos porque cuidaban más las actitudes externas que la santidad y sencillez de corazón (Mt. 6:5; 23:25,27). Recuerda que a Dios le gusta la sencillez y la humildad (Is. 57:15; Mr. 14:3-9).

6. La oración no es un tiempo de experimentar sensaciones

«¿Cuántos sintieron la presencia de Dios?», es una pregunta clásica en nuestras reuniones. No es malo, pero hay muchos que creen, entonces, que siempre hay que sentir a Dios. Cuando tratan de orar en su Lugar Secreto, se frustran porque muchas veces no sienten a Dios. La oración no es para sentir bonito.

Habrá veces que sientas cosas grandiosas, otras el dolor al interceder, pero en otras no habrá ninguna sensación, solo la fe y la decisión de continuar adelante. Así es, no es por vista, es por fe. No siempre vas a sentir algo cuando estés orando, porque la oración no es para eso, la oración no es para alegrarte a ti, es para causarle placer a Dios y allí está el verdadero gozo.

7. La oración no es familiaridad con Dios, es intimidad

Este punto bien puede ser un resumen de lo que hemos hablado. Judas se quedó en la familiaridad, los demás discípulos avanzaron a la intimidad. Hay una gran diferencia entre familiaridad e intimidad. Una persona que tiene familiaridad con otra no la respeta.

La familiaridad te hace ser descortés, te lleva a abusar de la confianza del otro y, sobre todo, la familiaridad hace que no tengas interés en las cosas del otro sino en las tuyas propias. Usas a la otra persona, pero no estás para cuando ella te necesita. Si pones atención, muchos oramos así.

La familiaridad provoca que veas lo que tú quieres, interpretas las cosas a tu manera y de acuerdo a tus opiniones. La familiaridad ve por las necesidades del otro cuando te conviene hacerlo, la familiaridad te impide escuchar porque no amas a la otra persona, estás más interesado en tus propias necesidades.

Así tratamos a Dios en la oración, hablamos de nosotros, no lo escuchamos. Interpretamos sus acciones a nuestra manera. A Dios le duele esta actitud. ¿cómo orar, entonces? Velo en la públicación «La oración se trata de Él»

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