Día 3. La autodefinición de Dios


Día 3 de la Contingencia por el COVID-19

«El Señor pasó por delante de Moisés proclamando: “¡Yahveh! ¡El Señor! ¡El Dios de compasión y misericordia! Soy lento para enojarme y estoy lleno de amor inagotable y fidelidad. Yo derramo amor inagotable a mil generaciones, y perdono la iniquidad, la rebelión y el pecado. Pero no absuelvo al culpable, sino que extiendo los pecados de los padres sobre sus hijos y sus nietos; toda la familia se ve afectada, hasta los hijos de la tercera y cuarta generación». Éxodo 34:6-7 NTV


Entre los hombres escogidos por Dios en el Antiguo Testamento, sin duda Moisés es un caso excepcional. Ya en Génesis se nos narra la historia de los Patriarcas (Abraham, Isaac, Jacob y José); hombres que caminaron con el Eterno y lo conocieron de una manera especial. Sin embargo, es Moisés a quien le toca el privilegio de ser el Instrumento divino, por quien la Gloria visible de Dios se manifestó en la tierra, a través de milagros y manifestaciones de su presencia.

Aún más, el capítulo anterior, Éxodo 33, nos muestra una de esas asombrosas peticiones que hacen aquellos que caminan cerca del Señor, en el verso 18 declara: «Te ruego que me muestres tu Gloria». Y si es sorprendente la petición, lo es aún más la respuesta del Eterno, pues le promete ver parte de su Gloria, ya que su cuerpo mortal no soportaría estar ante la santidad y presencia del Señor, por lo que le promete ver solo sus «espaldas» (Ex. 33:23); lo cual sucede en el capítulo en el cual hoy meditamos.

Así que el Señor le permite ver una pequeña porción de su Gloria ¡Qué gran privilegio! Ese simple hecho nos da para reflexionar ampliamente. Pero quiero centrarme en los versos 6 y 7. En muchos pasajes de las Escrituras se nos habla de la Naturaleza de Dios, percibida por sus siervos: Proveedor, Sanador, Amoroso, etc. Este no es el caso, aquí el Señor se presenta y se describe a sí mismo, gozándose de revelarse a su siervo.

Empecemos por eso. El Señor ama revelarse a sus siervos; es una verdad que a veces pasamos por alto, incluso, lo damos por sentado. Pero quisiera que entendieras, querida Iglesia, que el Señor se goza cuando se revela a nosotros, y su pueblo responde con amor a esa revelación. Pues bien, meditemos en lo que el Señor revela en este verso.

En primer lugar, se presenta como el Yo Soy (YHWH); ese nombre nos da para mucho meditar; por el momento dejémoslo en que Dios es autoexistente, por lo que nadie tiene potestad sobre de Él. Lo que nos lleva directamente a su segunda afirmación: «El Señor». Notemos en primer lugar la exclusividad del título, no hay otro Señor, solo Él. Tal como lo mencionamos en la anterior reflexión, Él es el dueño absoluto de todo, por lo que tiene el derecho de determinar el destino de la creación, forjar propósitos en nosotros y establecer las reglas que rigen el mundo físico y espiritual. ¿No es maravilloso tenerlo de nuestro lado?

Ahora, observa algo. Siendo Dios, el Padre tiene el derecho de decidir ser como Él quiera ser. Podría ser cruel, vengativo; podría olvidarse de nosotros; pero no, en una muestra de su amor, el decide ser diferente: «El Dios de Compasión y Misericordia». ¿por qué debería ser paciente con los que no lo obedecen? ¿Por qué dar oportunidades a aquellos que desprecian su regalo de Salvación, el sacrificio de su precioso Hijo? ¿Por qué ayudar a aquellos que vez tras vez van detrás de sus vicios y apetitos trayendo oprobio a su nombre? ¿Por qué no ha destruido la tierra? Por su compasión y misericordia. ¡Alabemos la grandeza de nuestro Dios!

Es interesante notar como el Señor Dios se describe a sí mismo. Primero, nos dice que es compasivo y misericordioso. Es interesante notar que el vocablo en hebreo, nos dice el Diccionario de Vine, que tiene la idea de «fuerza, constancia y amor». Ahora, querida Iglesia, estemos atentos a esta definición de la relación del Eterno con nosotros. De acuerdo al significado de los términos, misericordia hace alusión a los derechos y responsabilidades que se adquieren ante la ley, al entrar en una relación. Por eso, se hace alusión con este término al matrimonio.

Sin embargo, la misericordia va más allá de los términos que marca la Ley para un matrimonio. La fuerza de ese amor nos lleva a querer proteger al otro. En estos términos Dios reitera su compromiso con la humanidad, la conmoverse su corazón y extender sus manos a favor de aquellos que nos encontramos en necesidad (eso significa compasivo) ¡Y que mayor necesidad que la de una humanidad perdida en el pecado! Así, Dios va más allá de los términos que por Ley adquirió con su pueblo, pues cuando fuimos infieles a Dios, Él podía destruir el pacto con nosotros. Pero no lo hizo. ¡De allí que no hay lugar más seguro que su amor! ¡Bendito sea su nombre!

Entonces, al declararse compasivo y misericordioso, el Señor no habla solamente de un sentimiento. Pues el vocablo se refiere a lo que una persona «hace», «demuestra» o «hace»; como nos explica, una vez más, el diccionario de Vine. Si algo me impresiona de esta autodescripción de Dios es el uso de una palabra que sintetiza la fidelidad y la constancia de Dios hacia la humanidad; y, aún más, a aquellos que ya hemos sido salvos por la máxima demostración de su compasión y misericordia: la salvación en el Señor Jesús. Entonces, ¿Por qué temer? ¿Por qué recurrir a «formulas» para obtener cosas de Dios? No, querida Iglesia, Dios ya nos ama y el siempre estará a favor de nosotros. ¡Dejemos de dudar de Él! Pues él mismo nos asegura que cumplirá su pacto con nosotros.

«Lento para enojarme». ¿Te has puesto a pensar que pasaría si Dios realmente nos diera lo que merecemos? Si eliminara su misericordia y bondad. Si fuera infiel como nosotros lo somos. Pero no. Él es diferente. Por eso, el cristianismo trata de Él, de sus bondades y misericordias y no de nuestros esfuerzos para agradarle «portándonos bien». Si entendiéramos estas verdades, querida Iglesia, nuestra manera de acercarnos a Él sería completamente diferente; y nuestra relación crecería a un nuevo nivel. Que agradecido estoy con el Padre de que sea lento para enojarse.

«Lleno de amor inagotable y fidelidad». Si puedes observar, en la versión Reina Valera se repite en este texto la palabra «misericordia»; aunque en esta versión se traduce como «amor inagotable». Es interesante que la raíz de esta palabra, que no es la misma que la anterior traducida, también, como misericordia; pero, en este caso, hace referencia a las «entrañas»; para hacer alusión a lo que siente por dentro una madre por su hijo; de allí que sea traducida como «amor inagotable».

Bien, pero dejemos las explicaciones y trasladémonos a la práctica. Piensa por un momento que estás delante del Padre ¿cómo te ve? No sé tú. Pero el pensar que el me mira como una madre a su bebé, mi corazón se conmueve. ¡Por qué sé que no soy digno! Y, sin embargo, me mira con amor. Por eso, todo comienza del Padre, es Él quien nos busca, nos encuentra, provee los caminos que nos llevan delante de Él. No se trata de nosotros, no son nuestros ayunos, nuestras oraciones, ni nuestra obediencia las que provocaron que se acercara a nosotros. Aunque se agrada de todas estas cosas, el catalizador de su amor y cercanía a nosotros nacen de ese amor inagotable, de esa paciencia que nos enseña desde lo más básico, hasta los grandes misterios de su Persona.

Como padres amorosos, queremos lo mejor para nuestros hijos. Dios también. Solo con una diferencia, mientras que nosotros no sabemos lo que es mejor para ellos, el Padre sí. Así que cuando nos mira, Él ve todo el potencial real y único que podemos llegar a desarrollar. Cuando te mira, lleno de amor, no te ve como tú te percibes a ti mismo. Él te mira como lo que realmente eres, como Él te hizo. Y se compromete con nosotros, por esa fiel misericordia, a ayudarnos a desarrollarnos hasta llegar a esa meta. Así que, nuestro propósito se encuentra rodeado por su amor.

Avancemos, ese amor es tan inagotable, que se derrama sobre sus siervos por mil generaciones. Me impacta esa verdad, mira, en las Escrituras tenemos un ejemplo de esta verdad; cuando los reyes de Judá pecaban, el Señor una y otra vez reiteraba su fidelidad «por amor a David mi siervo». 
A mí me impresiona mucho la lealtad que nuestro Dios se toma con sus siervos. Lo que me lleva a pensar en la responsabilidad que tengo para que Dios bendiga mis generaciones, pero de esto hablaremos en un momento.

Este amor de Dios lo lleva a perdonar la rebelión y el pecado. Todos hemos escuchado de matrimonios en los que uno de los cónyuges es fiel, amoroso y lucha por su matrimonio; solo para encontrarse con que el otro comete actos de infidelidad. ¡No es justo! Declaramos y nuestro veredicto es unánime: No debe de dar otra oportunidad. Pero Dios no es así. Perdona nuestras rebeliones y pecados.

Quiero llevarlo más allá. ¿Qué necesidad tiene de perdonarnos? Él es el Señor. Es la perfección. Es lo más maravilloso que existe en el mundo. Es más, lo pondré de este modo, ¿quiénes somos nosotros para revelarnos? Y, aun así, nos ama, nos perdona. Siendo el gran Dios se humilla para perdonar nuestras rebeliones, nuestras iniquidades, incluso, nuestras dudas de su amor y bondad. Que bueno es Dios.

Ahora bien, no nos confundamos; como quiere hacerlo esta sociedad posmoderna, esgrimiendo el amor de Dios como base de sus ideas y perversiones. Porque dice que no castigará al culpable. En este caso, me gusta cómo lo pone la Reina Valera 60: «No dará por inocente al culpable». Que no se nos olvide que nuestro Señor es justo. Que no entra en nuestros juegos y que no hace «de la vista gorda» a causa de su amor. No. castiga al malvado, y, al igual que su bondad, la maldad persigue a los hijos, los nietos hasta la cuarta generación.

Sin embargo, notemos el contraste; mientras que su bondad se manifiesta por mil generaciones; el castigo solo lo hace sobre cuatro. Demostrando así, una vez más, su misericordia y amor. Lo que me lleva a una reflexión más. Si bien el Señor es sumamente compasivo, nos ha hecho responsables de nuestra respuesta a ese amor.

Por favor, querida Iglesia, nota esto. Como seres humanos, Dios nos ha hecho responsables no solamente de nosotros, sino también de todo lo que abarca nuestra esfera de autoridad. Si respondo al amor de Dios con fe, arrepentimiento y la consecuente obediencia, entonces aquello que está bajo mi autoridad es bendecido. Pero, lo mismo aplica en sentido contrario. Si hay maldición en mi, también pasará sobre aquello en quien tengo autoridad (a menos, claro está, que mis descendientes rompan esa maldición a través del nombre de Jesús.

Es así, querida Iglesia, que hoy quiero que reflexionemos en como estamos respondiendo a su amor. Tomemos un tiempo para agradecer su infinita bondad y misericordia. 

Alabémosle, disfrutemos de su amor y volvámonos a Él. «Gracias Dios, has hecho que vivir valga la pena por el simple hecho de poder disfrutar el amor de tu Presencia». ¡Alabemos su inagotable amor!

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