Día 9. ¿A salvo de todo?
«El día que el Señor les dio a los israelitas la victoria sobre los
amorreos, Josué oró al Señor delante de todo el pueblo de Israel y dijo: “Que
el sol se detenga sobre Gabaón, y la luna, sobre el valle de Ajalón”. Entonces
el sol se detuvo y la luna se quedó en su sitio hasta que la nación de Israel
terminó de derrotar a sus enemigos». Josué 10.12-13
El Pueblo de Israel comienza la conquista de la Tierra
Prometida. Una confederación de reyes se une para tratar de frenar el avanza de
los israelitas. Pero, una vez más, son vencidos por Josué y sus guerreros,
quienes los persiguen Es entonces que sucede uno de los más grandes milagros
registrados en las Escrituras: El Sol se detiene. Este milagro es tan
maravilloso que sería más fácil negarlo, o tratar de darle otra interpretación.
Pues, para que el sol y la luna se hayan detenido, la tierra
tuvo que haberse detenido… lo que debió provocar una gran catástrofe. En primer
lugar, todo hubiera salido disparado, provocando accidentes terribles. Además,
hubieran existido inundaciones, terremotos, etc. Pero nada de esto pasó. Así
que estamos hablando de un gran milagro, que involucró detener al planeta, o
alguna obra más maravillosa que esa.
Como no estamos hablando de Apologética, no entraré en
polémicas sobre la legitimidad de este milagro. Pues la reflexión de hoy quiero
encaminarla a que clase de hombre puede provocar un milagro como este. Sí, sé
que fue Dios quien lo hizo, pero en respuesta a la fe de este hombre. ¿Qué
clase de fe se requiere para lograr algo así?
Aún recuerdo que desde niño me enseñaron aquel canto que dice:
«Elías oró y el fuego cayó; oró Josué y el sol se paró». Y nos ponían como ejemplo
de fe a Josué. Así, que desde muy niño me pregunté que clase de creyente tenía
que ser, cuanta espiritualidad debería de acumular, para poder realizar
milagros como este.
Creo que hay tres aspectos a considerar para comenzar a ver
milagros en nuestra vida. En primer lugar, no se trata del milagro en sí, sino
de la voluntad de Dios. Se crea un problema cuando hacemos de los milagros un fin
en sí mismos. Si le enseña a la Iglesia que si desarrollan la suficiente fe
podrán realizar esta clase de milagros, estoy poniendo el énfasis en los
milagros y no en el Dios que hace los milagros.
En este verso podemos observar que Josué seguía una orden
directa de Dios, el milagro que Dios realizó en respuesta a la fe de Josué le
permitiría a Israel cumplir su voluntad. Entonces, los milagros van de la mano
con la voluntad de Dios, pues, de otra manera, si el milagro es a lo que le
damos relevancia, se da el caso de que recibiremos lo que deseamos: milagros
sin la presencia de Dios.
Entonces, el punto está en que se realizan milagros que nos
permitan cumplir con la Voluntad de Dios para nuestras vidas. Ese enfoque nos
ayuda a mantenernos en humildad y en sintonía con Dios. Es de vital importancia
que conozcamos nuestro ministerio y el propósito individual que Dios desarrolló
para nosotros. Pues podemos estar seguros que Dios obrará maravillas para que
su voluntad se cumpla en nosotros y, así, su Nombre sea glorificado. Una vez
más vemos que todo emana de Dios para alabanza de Dios.
En segundo lugar, por supuesto que entra en acción la fe del
creyente. Dentro de muchos círculos cristianos se le da la prominencia a la fe
como principal catalizador de los milagros. Y no dudo que dios honra la fe y
obra maravillas. Pero suele suceder que esta clase de enseñanza provoca que
usemos la fe para motivos egoístas, buscando solamente nuestro propio bienestar.
Por eso lo puse en segundo lugar. El catalizador de los
milagros tiene que ser Dios, Él pone su voluntad en nosotros, y respondemos con
fe; es así que los milagros obran para el bien del Reino de Dios y nosotros
fungimos como administradores fieles del poder de Dios. Ahora bien, no se trata
nada más de «declarar» para obtener milagros, la fe no opera así. Hace tiempo
aprendí, gracias a los libros de Neil T. Anderson, que la fe depende del objeto
en el que se deposita la fe.
En este caso, el objeto de nuestra fe es Dios. Por lo que la
profundidad de nuestra fe estará determinada por el conocimiento de la persona
de Dios. Mientras más real sea el conocimiento que tenemos de Dios, obtenido a
través de la revelación de su Palabra y de la experiencia de nuestro caminar
con Él; mayor será la capacidad de obrar en fe para que su voluntad se cumpla.
Como ves, la fe no es una cualidad independiente, que me permite
obtener todo lo que yo quiera. La fe opera bajo el amor de Dios, debe estar
regida por su voluntad. Cuando la fe se usa de esta manera, no hay límites para
lo que un hijo de Dios puede hacer. Tal como ese maravilloso milagro en el que
el Sol y la Luna se detuvieron.
Entonces, mientras más profunda sea nuestra relación con Dios,
mientras más conocimiento práctico tenemos de Él, de su gracia, de su amor
infinito. Entonces, podremos creer que es capaz de hacer cualquier cosa a
nuestro favor. Que no depende de nuestra humana debilidad, sino de su Fuerza
Divina. Hay una gran diferencia en esto.
En tercer lugar, creo que estos milagros están estrechamente
relacionados con el anhelo de obedecer la voluntad de Dios. Una cosa es anhelar
milagros porque sí, y otra anhelarlos para que la voluntad de Dios se haga.
Puede ser que este punto se parezca mucho al primero, pero hay una diferencia.
Mientras que al principio hablamos de la voluntad de Dios y los milagros que la
glorifican; ahora reflexionaremos en el deseo de obedecer la voluntad de Dios.
Lo primero trata de Dios, lo segundo de nosotros.
Mi querida Iglesia, los caminos de Dios son más altos que los
nuestros, y sus pensamientos mucho más profundos que los que se generan en
nuestra mente… pero no siempre estamos de acuerdo con ellos. Y. aun así. Los creyentes
debemos amar la voluntad de Dios y estar dispuestos a llevarla a cabo. Es allí
donde se manifiestan los milagros.
Seré muy claro, es verdad que a veces la voluntad de Dios
preserva a los creyentes de los peligros; pero, en otros casos es esa misma
voluntad la que los arroja al martirio. Hablamos de como Dios preservó a
Misael, Ananías y Azarías del horno de fuego; pero no hablamos de Esteban que
fue lapidado por su fidelidad al Señor. Estoy tratando de explicarte que se
requiere sabiduría para pedir por milagros.
«Que se haga tu voluntad en el cielo como en la tierra» es el
cimiento de la oración que el Maestro hizo cuando instruyó a sus discípulos
sobre cómo orar. Querida Iglesia, nuestro deseo porque la voluntad de Dios se
lleva a cabo debe estar por encima de mis deseos de hacer milagros. Cuando nos hemos
comprometido con hacer su voluntad, obtendremos la sabiduría para saber cuándo
operar un milagro y cuando no.
Hablemos de cosas prácticas, respecto a esta contingencia que
estamos atravesando en muchos países. En cuanto se habló del peligro del
COVID-19 comenzaron a aparecer muchas ideas de que Dios no permitiría que su
Pueblo sea tocado. Algo así como una inmunidad para los creyentes. Sin embargo,
esto no es así. De hecho, me he enterado de Pastores que ya han sido infectados
con el virus.
Se proclama el Salmo 91, «ni plaga tocará mi morada». Y muchos
creyentes; que, dicha sea la verdad no les importa la voluntad de Dios, lo
proclaman como defensa contra la enfermedad. Peor aún, lo usan para actuar con
irresponsabilidad y no tomar medidas de precaución. Alegan, «Dios me va a
cuidar»; es como cuando alguien pide sanidad de su enfermedad, enfermedad que
fue causada por no cuidarse, comer en exceso y no hacer caso de las recomendaciones
del Doctor.
Al comienzo del ministerio del Señor Jesús, el diablo se
apareció para tentarlo. Le dijo que se aventara y que Dios lo protegería,
curiosamente ¿Qué salmo crees que citó el enemigo? ¡El Salmo 91! Pero la respuesta
del Maestro fue «No tentarás al Señor tu Dios». Y puede ser que muchos de
nosotros lo estamos tentando, proclamando una inmunidad que Dios no nos ha
prometido.
¿Quiere decir que no veremos milagros en esta Pandemia? ¡Por
supuesto que sí! El punto es, una vez más, la voluntad de Dios. Muchos verán un
milagro, otros tal vez no. Es sabio reconocer la voluntad de Dios en medio de
todo esto; y no car en la falacia de que si alguien se enferma achacarlo a «su
falta de fe». Hermanos, en lugar de reenviar estas ideas «prefabricadas» de
redes sociales, aprovechemos la cuarentena para conocer a Dios y anhelar
obedecer su voluntad.
Se acercan momentos gloriosos para la Iglesia. Los milagros
abundarán, pero también lo hará el número de mártires; estas cosas suelen ir de
la mano. No debemos temer. Lo importante es aprender a estar en el centro de su
voluntad, que, al final, no tememos al que puede destruir la carne; nuestra
confianza está en aquel que Resucito de los Muertos. Prepárate para cumplir la
voluntad del Padre: ya sea para ver milagros extraordinarios, o para dar la
vida por el Señor, aún más, para entrar en el desierto de padecer una
enfermedad que fortalezca nuestra fe en Dios. En su mano estamos.
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