Día 7. Todo comienza en Dios
Séptimo Día de la cuarentena COVID-19
«¡Pero hasta el día de hoy, el Señor no te ha dado mente para comprender ni ojos para ver ni oídos para oír!». Deuteronomio 29:4 NTV«El Señor tu Dios cambiará tu corazón y el de tus descendientes, para que lo ames con todo el corazón y con toda el alma, y para que tengas vida». Deuteronomio 30:6 NTV
El milagro de la salvación es la evidencia más grande de que el
cristianismo trata de Dios y no de nosotros. ¿Sabes algo? Es muy triste que la
salvación ha pasado de ser un acto de la gracia del Eterno, para dar la
impresión de que somos nosotros los que le hacemos un favor a Dios al
acercarnos a Él. Por eso es que muchos buscan al Señor solo por conveniencia.
Es muy importante entender el concepto de la Gracia y Soberanía
de Dios, pues de eso dependerá la forma en que nos relacionemos con Él.
Tristemente, hemos reducido la salvación al acto de hacer una oración, la cual,
muchas veces, se repite sin entender lo que se dice, por lo que no hay
convicción en lo que uno está orando, por lo que no se provoca arrepentimiento,
por lo que se producen cristianos simpatizantes de la fe a un nivel intelectual
y/o emocional; pero sin la vida de Dios.
Pues bien, la salvación es una obra que se origina en el cielo,
desde el mismo corazón del Padre. Observa bien los textos. En el primero se nos
dice que Dios no les había dado mente para entender, ni ojos para ver, ni oídos
para oír. Pon atención a esta verdad, querida Iglesia, es solo por revelación
que podemos darnos cuenta de nuestra condición; y solo por revelación que
podemos entender la gracia de Dios para transformar nuestra vida.
Como te habrás dado cuenta, todos los textos que he presentado
son del Pentateuco, la razón es simple, estoy compartiendo reflexiones de
algunos versos que me han impactado en mi lectura diaria; y estoy leyendo la
versión NTV. Al leer Éxodo me encontré con ese verso que desde niño me ha
perturbado, donde dice que Dios endureció el corazón de Faraón para que no se
arrepintiera.
Lo que me llevaba a pensar: ¿Qué culpa tenía él entonces? Es
ahora que entiendo que el endurecimiento del corazón de una persona se debe más
a lo que Dios no hace, que a lo que hace en Él. Me explico. El corazón duro del
Faraón no era debido a que él se quisiera arrepentir y Dios lo endurecía para
que no lo hiciera; es decir, el Padre no lo endurecía a propósito. Más bien, al
ser rebelde y obstinado, el Padre simplemente lo dejó, no le mostró quien era
Él: y si no hay revelación, no hay arrepentimiento, no hay salvación.
En estos tiempos, en que la sociedad se ha desligado del Señor
de una manera tan clara, levantando pensamientos y estándares de vida tan
contrarios a la verdad de Dios; los corazones endurecidos abundan. Bien,
pensemos un poco, si Dios ya mandó a su hijo para salvarlos y ellos lo rechazan
y siguen en sus pecados ¿Qué hace el Señor? Simplemente no se revela a ellos,
les endurece, de esta manera, el corazón. Pues el rechazo de la humanidad a su
salvador se manifiesta en el silencio del cielo. Entonces, ¿cómo se salvan? De
eso hablaremos en un momento.
El punto que quiero dejar claro, por el momento, es que si Dios
no abre nuestro entendimiento y corazón simplemente no nos podemos acercar a
Él. No ha existido ni un solo ser humano que por sí mismo se dé cuenta de su
condición, y se acerque al Señor. Si existiera tal caso, la gloria estaría
enfocada en el hombre que reconoce su falta y se vuelve a Dios, provocando que
Él lo acepte con los brazos abiertos.
Esto no es bíblico, pero, si lo piensas,
es como vemos la salvación, solo basta ver que, en esencia, esta es la forma en
que interpretamos la Parábola del Hijo Pródigo.
Si una persona se acerca a Dios por sus propios medios, y trata
de ganarse el cielo con su propia humanidad, estamos hablando de religión y no
de la vida que Dios da. Yo sé que cada uno dirá: «Todo es por gracia de Dios»,
pero en la práctica vivimos el cristianismo de forma opuesta a esta verdad. El
único que puede abrirnos los ojos y hacernos entender es el Espíritu de Dios
(Jn. 16:8; 1 Co. 2:10).
En el segundo verso, Moisés promete que el Señor sería quien
cambiaría nuestro corazón para amarlo y obedecerlo. Observa, querida Iglesia,
cuando amamos a nuestro Dios, lo obedecemos y honramos, lo único que hacemos es
devolver la vida que hemos recibido de Él. Todo proviene del Señor, y todo
vuelve a Él; haciéndolo el centro de nuestra existencia.
Por eso el Apóstol declara: «nosotros le amamos a él, porque él
nos amó primero» (1 Jn 4:19). Y el mismo Maestro nos aclaró: «No me escogisteis
vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn. 15:16). Aún más, en
Ezequiel el Señor aclara a Israel que si cambiaban se debería a una acción
directa de Él y no porque ellos se lo merecieran (Ezequiel 36:22, 26, 31-32).
¿Puedes verlo querida Iglesia? La salvación no es un acto de
hacer una oración. Sino de recibir la revelación que provoca una respuesta de
arrepentimiento y fe. Donde entendemos que nuestra vida pecaminosa es una
provocación a la santidad de Dios; que estamos perdidos; que nuestra manera de
ver la vida es una mentira. Pero, también, nuestros ojos se abren a la verdad
de que el Señor Jesús murió por nosotros y, nuestros oídos se abren para
escuchar la dulce invitación. Eso es gracia, una conversión así produce
cristianos fuertes, porque son bíblicas.
Bien, pasemos a la parte práctica de nuestra reflexión:
1. Pide a Dios la revelación que produce arrepentimiento. Doblemos
las rodillas y pidamos a Dios que nos revele la condición de nuestro corazón
(tal como lo hacía David en el Salmo 51). A la vez que rogamos porque nos sea
revelada la gracia en el Señor Jesús. Piensa que si estás leyendo esto, y te sientes
motivado a hacerlo, es Dios quien se está acercando e invitándote a buscarlo.
Todo depende de Él.
2. Tengamos la sabiduría de hacer esta oración uno de nuestros
anhelos: «Dios, por favor, no me abandones a mis propios caminos». Pues si
bien, ya somos salvos, puede ser que existan áreas de nuestro corazón que aún
están endurecidas a la acción de Dios; roguemos porque el Señor se apiade de
cambiar esas áreas.
3. Intercedamos por los demás. Recordemos que la gente si es
culpable, por su terquedad, que Dios los endurezca. ¿Qué hace la diferencia
entre que Dios se revela a unos y a otros no? Creo que la diferencia la hace la
Iglesia, cuando nos permitidos ser guiados por el Espíritu de Dios en la
intercesión para la salvación de esas personas.
Este principio lo podemos ver en Éxodo. Cuando el Pueblo se
rebela y hacen el becerro de oro y lo adoran, el Padre le dice a Moisés que se
haga a un lado, que destruirá a los israelitas y que hará un nuevo pueblo de
los descendientes de Moisés. Sin embargo, Moisés intercede apelando a la Gloria
de Dios y el Señor perdona a Israel. Observa que con Dios no se juega, en su
justicia Él no dice: voy a revelarme a mi pueblo para que se arrepienta; no iba
a hacer nada a favor de ellos, Él dice: «los destruiré».
Ahora, espera un momento, observa algo. Dios YA sabía que
Israel se rebelaría, que harían ese ídolo y que los tendría que destruir. Pero
allí estaba Moisés. Alto. Observemos. ¿Quién escogió a Moisés? Fue el Señor,
recuerda que Moisés no quería ir. ¿Quién puso en Moisés las cualidades
específicas para hacerlo noble e intercesor? ¡Claro! Fue el Señor ¿Te das
cuenta? Él ya tenía todo planeado. Cuando el hombre que eligió intercede por el
Pueblo, Él responde su petición y perdona al Pueblo.
Estamos en plena cuarentena por el COVID-19. ¿Qué puede hacer
la Iglesia? Interceder. Orar para que el Señor no endurezca el corazón de los
hombres y mujeres que se han ganado el desprecio del Señor. Comencemos a pedir
que sean salvos, que se revele a ellos su condición pecadora. Que Dios salve,
incluso, a los enemigos de la fe. El Apóstol Pablo nos dejó un gran legado, y
ejemplo, como siervo de Dios; pero, él perseguía a la Iglesia, arrastraba a los
creyentes a la cárcel y se gozaba en sus muertes… ¿cuántos creyentes fieles
habrán orado por él hasta que Dios le reveló su condición?
Somos poseedores de un gran poder, hagamos uso de él. Oremos
por nuestras parejas e hijos, oremos por nuestras familias, oremos por nuestros
pastores, oremos por nuestros hermanos en Cristo, oremos por nuestros gobernantes,
oremos por los que no conocen el amor de Dios, oremos por los creyentes
alejados del Señor, y, por último, no te olvides de orar por mí.
Comentarios
Publicar un comentario