Día 4. Su Presencia hace la diferencia


Cuarto día de la Contingencia COVID-19

«¿Cómo se sabrá que me miras con agrado —a mí y a tu pueblo— si no vienes con nosotros? Pues tu presencia con nosotros es la que nos separa —a tu pueblo y a mí— de todos los demás pueblos de la tierra». Éxodo 33:16

Hace algunos años comencé a comprender que Dios estaba guiando a la Iglesia fuera de sus templos. El problema es que hemos vivido una vida tan arraigada en nuestras instalaciones físicas, que se nos hace difícil no verlas como una prioridad. Pues durante mucho tiempo la vida de la Iglesia ha sido Templocéntrica. Es muy fácil demostrarlo, ¿Cuánto dinero invierte tu congregación en sus instalaciones, comparado con el que invierte en ganar almas? La respuesta es obvia y reveladora.

Pues bien, ahora esta pandemia nos ha sacado fuera de los templos. Lo cual para muchos resulta difícil, pues se encuentran con que carecen de las herramientas necesarias para seguir haciendo vida de Iglesia. Pero, como bien se ha mencionado en las redes sociales, la Iglesia no es un Templo, ni debe gravitar alrededor de él, la Iglesia somos nosotros, tú y yo.

Lo que me lleva al tema central de esta reflexión: ¿Cuál es la diferencia entre nosotros y las demás creencias? Ya lo sé, me dirás que nosotros tenemos vida, que no seguimos una religión. Pero, detente un momento, analicemos las cosas objetivamente, en realidad sí tenemos una religión. Asistimos a un templo, cooperamos voluntariamente con ofrendas y a través de nuestra participación y obediencia, tratamos de ganarnos el favor de Dios. Aunque proclamemos a los cuatro vientos que nuestra fe la recibimos por gracia, nos la hemos pasado toda la vida intentando ganar el favor y la aprobación de Dios con nuestro esfuerzo, y eso, querida Iglesia, es religión.

Entonces, volvamos a la pregunta inicial: ¿Qué nos hace diferentes a las demás creencias? ¿Cómo podemos estar seguros que el camino que seguimos es el verdadero? La respuesta la entendía perfectamente Moisés, y en el texto en el cual hoy meditamos le dice al Señor: «Tu presencia en nosotros es la que nos separa de los demás pueblos de la tierra». Vamos a poner los antecedentes para entender estas palabras.

El pueblo había sido infiel, el Señor se había molestado. Así que al principio del capítulo 33 le dice a Moisés que lleve al Pueblo a la tierra prometida, y le promete que un ángel lo va a acompañar. Sin embargo, Moisés se niega y le dice que si no va su Presencia con él, entonces no va a ir. ¡Qué tremenda diferencia con nosotros! Lo que me lleva a hacer una pregunta impertinente, pero importante.

«¿Qué esperas de Dios?» Por favor. Sé sincero. Medita un poco en las cosas que le pides a Dios. Tal ves descubras que gran parte del tiempo pides por tus asuntos, por tu comodidad, por tu estabilidad financiera y familiar. ¿no es así? ¿Sabes que es lo triste? Que muchos hubieran aceptado de buen agrado que un ángel los guiara hasta la tierra prometida y poder tomar posesión de la tierra que «fluye leche y miel». Porque prefieren más la «unción» que la presencia de Dios.

Entonces, ¿Qué esperamos de Dios? Me he encontrado con la triste verdad de que muchos creyentes no saben adorar. En tiempos de alabanza y adoración les dices: «Hermanos, no pidan nada, solo adoren»; no pasa ni un minuto cuando ya están pidiendo perdón, por sus familiares, por ayuda, etc. No, querida Iglesia, nos hemos olvidado de lo importante. Pero Moisés no, él no quería al ángel, el quería la presencia de Dios mismos, porque esa era la marca que lo diferenciaba de los demás pueblos de la tierra.

Yo sé que como creyentes solemos decir que Dios está con nosotros, de hecho, lo damos por sentado, sin darle el merecido reconocimiento de que se digne a estar con nosotros. Pero, he aquí lo que Moisés entendía, la Presencia de Dios en medio de ellos traería resultados visibles, evidencias, de que efectivamente eran el Pueblo de Dios. Es por eso que en Hechos la Iglesia, cuando comienza a ser perseguida, ora y le dice a Dios: «concédenos predicar con todo denuedo y confirma la Palabra con maravillas y milagros».

Pues bien, aterricemos esta Palabra, ¿cómo demuestras que la presencia de Dios está contigo? Cuando nos volvamos a reunir para adorar a Dios, todos juntos, ¿cómo podremos saber que Dios está con nosotros? Porque debe de ser más que palabras, esa presencia se debe manifestar de tres formas: Su Presencia, de una u de otra manera se debe de hacer visible; me refiero a que los milagros y señales deberían de ser algo frecuente si Dios está con nosotros.

En segundo lugar, la presencia de Dios en nosotros se manifestará en un verdadero arrepentimiento; no me refiero a una actividad intelectual, ni meramente emocional. No, estoy hablando de vidas cambiadas, de pecadores llorando arrepentidos, de corazones transformados. Esta es la principal evidencia de su presencia en nosotros, querida Iglesia.

Pero, también, y como consecuencia del punto anterior, la presencia de Dios en medio de nosotros nos transformaría. Porque de nada sirve que grandes milagros existan en medio de nosotros si nuestras propias vidas no dan evidencia de su persona en nosotros. ¿Cómo se evidencia esto? La respuesta es sencilla: cuando el fruto del Espíritu Santo se desarrolla en nosotros, es decir: Gozo, Paz, Paciencia; Benignidad, Bondad, Fe, Mansedumbre y Templanza. Estas cosas no se pueden fingir, solo pueden venir del cielo.

Nuestras reuniones deben de dar evidencia de la Presencia de Dios en nosotros. Pero no debemos olvidar que una congregación será tan fuerte como lo sean sus congregantes. Así que, querida Iglesia, confrontémonos con la Palabra y preguntémonos: «¿Cuánto anhelamos realmente al Señor?». Pues es en nuestra vida diaria donde se debe hacer manifiesta la Presencia de Dios en nosotros.

Tal vez deberíamos comenzar diciendo que la Presencia de Dios en tu vida se manifiesta, principalmente, en tu deseo de ser Santo. Y es que su Espíritu nos pone un anhelo de ser libres de las ataduras y deseos de nuestro cuerpo. El arrepentimiento es una consecuencia natural de nuestro acercamiento a su Presencia. El anhelo de ser una habitación limpia donde Él pueda morar libremente. Un corazón del cual Él se agrade.

La evidencia palpable de su Presencia obrando en ti, será, también, el cambio de tu carácter. Día a día el fruto del Espíritu Santo se desarrolla en ti: no guardas rencor, comienzas a sonreír mas, ya no sientes la ira quemando tus entrañas, puedes desechar más rápido las emociones negativas, te preocupas por los demás. Porque, al final de cuentas, el medidor bíblico de cuanto amor de Dios has comprendido es el amor que demuestras a los demás. ¿Qué actos de amor has sembrado hoy?

Y, por último, la Presencia de Dios en nosotros nos debe introducir a una vida sobrenatural. Cada día debemos ver los milagros de Dios: La salvación de aquellos a quienes les compartimos la Palabra de Dios, el desarrollo de nuestros discípulos, sanidades, provisión sobrenatural, etc. Esta debería ser la forma de vivir de un creyente normal.

Por último, déjame responder a la pregunta: ¿Cómo me encuentro con su Presencia? De entrada, te diré que no podemos encontrarnos con Dios, por la sencilla razón que es Él quien se acerca a nosotros. Tus esfuerzos, oraciones, ayunos no te acercan a Dios por sí mismos. No, creer eso es abrazar los caminos de la religión. Todo comienza por entender que el amor de Dios se derramó en nosotros en la obra del Señor Jesús, donde fuimos salvos por Él. Así, que es Él quien se acerca a nosotros. Nosotros respondemos en amor.

Y es nuestra respuesta la que lo conmueve, como nuestro corazón lo hace cuando nuestros hijos se acercan y nos dicen: «Te quiero». Así, la respuesta al acercamiento de Dios es el anhelo por su Presencia. Eso es lo principal. Cuando lo que inflama nuestro corazón es el anhelo por encontrarnos con Él, por contar con su presencia y respaldo, es entonces que el ayuno, estudio dela Biblia, oración comienza a tomar significado. Ama a Dios en primer lugar.

Aprende a adorarlo, y no me refiero solo a las canciones, no, aprende a expresarle palabras de amor. A disfrutar estando delante de su Presencia. A recordar que solo somos humanos y que Él es Dios. Que está allí para nosotros. Ámalo, adóralo, quiérelo. Entonces, el hará habitación y morada en medio de nosotros. En esta cuarentena, ¿No te gustaría estar encerrado con Él? Y al salir del encierro, su Presencia será la evidencia de que lo que crees, vives y predicas es una realidad.

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