Día 1. La falacia de la soledad en el ministerio



Aprovechando la cuarentena por el COVID-19; comparto una enseñanza desde mi devocional diario. Este es el Día 1

«Así acabarás agotado y también se agotará el pueblo. Esta carga es demasiada para una sola persona» Éxodo 18:18

Una idea que ha causado mucho daño a la Iglesia, y mientras más alto subas de cargo en la congregación, más te has visto afectado por este paradigma erróneo, es la idea de que tienes que estar solo.

Creo que esta idea surgió, en primer lugar, al tomar como modelos a personajes del Antiguo Testamento, quienes fueron escogidos por Dios para renovar y transformar su entorno. Entre ellos sobresalen los profetas, esos hombres que el Padre uso para declarar su voluntad al Pueblo, muchos fueron incomprendidos y perseguidos; presentándose firmes ante el desvío de Israel; fieles en medio de la rebelión… y, en muchos casos, tremendamente solos.

Pero, espera un momento querida Iglesia, ¿era esta la voluntad de Dios para su Pueblo? ¡Por supuesto que no! Tomemos de ejemplo a Moisés. Salieron de Egipto unos tres millones de israelitas aproximadamente ¿Te imaginas el trabajo de ministrarlo? Pues bien, nuestro capítulo dice que se sentaba desde temprano en la mañana y se la pasaba todo el día escuchando al Pueblo, resolviendo las diferencias y aclarando las dudas.

Afortunadamente para Él, llega su suegro Jetro, sin duda enviado por Dios, y le hace ver que está en un error al usar ese sistema. Suyas son las palabras en este verso. Bien, comencemos con la advertencia; si Moisés continuaba con ese método, donde él resolvía absolutamente todo, y tomaba todas las decisiones, el resultado sería que el Pueblo se iba a agotar, y él también terminaría en ese estado.

Creo que esta palabra, «agotado», describe el estado de muchos pastores, líderes e Iglesias. Se encuentran cansados y sobrepasados de trabajo: Ganar lo suficiente para subsistir; las exigencias y el cumplimiento del ministerio; cumplir con las actividades de la congregación en el templo; las demandas del matrimonio y la familia; los ataques del enemigo; etc,; se van sumando sobre las espaldas de aquellos que queremos servir al Señor.

Es interesante cuando estudiamos lo que significa esta palabra, pues dentro de sus significados en hebreo, según la concordancia Strong, están: «secarse; caer, fallar, desmayar; figuradamente, ser necio». Estas palabras describen muy bien lo que pasa cuando uno quiere crecer en la vida cristiana solo. Definitivamente, la soledad puede ser peligrosa.

Y es que, escudados en las heridas que hemos recibido de otros hermanos, los creyentes tenemos a aislarnos, a declarar que no podemos contar nuestras luchas porque luego «estarán en boca de todos»; y forjamos ideas que parecen bíblicas, pero no lo son, tales como «yo voy a la Iglesia a ver a Dios, no a la gente». ¡Cómo nos ha quitado efectividad el enemigo con esta absurda idea de estar solos en el ministerio!

Porque al intentar hacer todo nosotros, ser el centro del movimiento, terminamos agotados y agotando a aquellos que están a nuestro alrededor. Notemos que uno de los significados de esta palabra es «secarse»; ¿no es esa una descripción vívida de muchos ministerios? Y es que nadie puede aguantar un ritmo de trabajo tan agotador. Recuerdo escuchar a un Pastor presumir que él se levantaba a las 6:00 am y que a veces se iba muy tarde a dormir por servir al Señor. Pero no hay cuerpo que aguante este ritmo de trabajo.

Pero no solo nosotros terminamos agotados, también lo hacen nuestras familias y colaboradores cercanos, Dios diseñó a la Iglesia para que todos trabajáramos en unidad, y no que unos cuantos llevaran el trabajo de todos. Pues este ritmo de trabajo nos lleva a una rutina, en la que la pasión por Dios queda ahogada por el cansancio y los problemas que parecen nunca tener fin. Las oraciones no son lo mismo que antes. La relación con Dios se va enfriando poco a poco, y las lágrimas de la desilusión y amargura terminan apagando el fuego del amor de Dios en nuestro corazón.

El problema no es solo que nos «sequemos», sino que después de estar secos aparecen las otras definiciones de esta palabra (¡Me asombra lo exacta que es!): «caer, fallar, desmayar». Te puedo asegurar que casi un 100% de las caídas de los siervos de Dios se deben a que estaban solos. No tenían un mentor amoroso ante quien rendir cuentas, tampoco con compañeros de la fe que lo animaran y acompañaran en su andar cristiano (no solamente en su ministerio) El Pastor que mencioné anteriormente terminó cometiendo adulterio, divorciándose y contrayendo nupcias otra vez. Y no es un caso aislado.

Así, este ciclo se repetirá una y otra vez: Vives tu vida cristiana en soledad, te secas, y luego caes en inmoralidad (no necesariamente sexual, puede ser amargura, celos, resentimiento, etc.). Así, de esta forma tan sencilla, el enemigo ha destruido a muchos sectores de la Iglesia. Y aun sabiendo estas cosas, nos resistimos a tener relaciones cercanas en la Iglesia, aquí entra la última definición de la palabra: «ser terco». Porque mira si nos aferramos a la soledad.

Lo que me lleva a preguntarme: ¿Por qué no queremos abandonar la soledad? Creo que hay varios factores a explorar; aprendamos a reconocerlos y desactivar estos paradigmas en nuestra vida.
El primero de ellos, y que influye de gran manera, es que toda la vida hemos repetido la enseñanza de que «el ministerio es un lugar de soledad». Yo cursé el Instituto Bíblico muy joven, y ya desde ese tiempo yo sabía que mi vida estaba destinada a servir a Dios… y que por eso iba a estar siempre solo. Esta enseñanza (en muchos casos bienintencionada), nos ha llevado a aceptar la soledad como una normalidad del ministerio cristiano. Es un principio que pasado de discípulo a discípulo durante mucho tiempo.

Ahora bien, si hay tiempos de soledad en el ministerio. De hecho, cuando entramos a los desiertos que Dios ha diseñado en nuestro caminar cristiano, donde nuestra carne es tratada y somos liberados para servir a Dios efectivamente, lo hacemos en soledad. Porque esos procesos son así. El problema es que pasamos el desierto y nos quedamos con la idea de que tenemos que seguir solos. Entonces, el segundo factor que nos hace abrazar la soledad es que entremos a la Tierra Prometida pero seguimos con la mentalidad del desierto (este tema es tan importante que requerirá una reflexión aparte).

El tercer factor ya tiene que ver con nuestra humanidad, y es qué en los desiertos, una de las pruebas es aprender a servir a Dios sin importar las traiciones y desengaños de las fallas de carácter de los demás. Aún el Señor Jesús padeció esto. Piénsalo, si has servido a Dios, te has encontrado con hermanos que defraudan tu confianza; con creyentes que hablan de ti; peor aún, con aquellos a quienes les brindas tu amistad, incluso tu hogar, y te traicionan terriblemente. ¿Cuál es nuestra reacción? Dejamos de confiar en las personas, les cerramos el corazón.

Esta es un área en la que muchos hemos fallado, y, ahora, somos reacios a permitir que una persona entre nuevamente en nuestra esfera de confianza, el miedo domina nuestras relaciones. Muchos ni siquiera confían en su cónyuge. Pero nos escudamos diciendo que «maldito el que confía en el hombre». Así que desarrollamos un sistema en el que se nos es más fácil aceptar la realidad de la «soledad en el ministerio» que entender que somos «un cuerpo» unido a través de relaciones profundas de amistad.

Es tanta la decepción y amargura en el corazón (aunque más de uno negaremos que así sea) que vamos por la vida proclamando que «en el mundo son más amigos que en la Iglesia». Y es que pregunta a tus conocidos, pregúntate a ti mismo, ¿cuántas relaciones profundas tengo dentro de la Iglesia? Es verdad que no podemos tener relaciones profundas con todos, pero si debemos de tenerlas, y de calidad.

Pues, al final, recordemos que dice el texto: «esta carga es demasiada para una persona». ¡Ay querida Iglesia! Cuantos Siervos del Altísimo conozco que se desviven y se desgastan con sus Iglesias. A veces ni comen, ni salen, ni descansan, por estar atendiendo a la congregación. Y están esos creyentes que declaran enfáticamente: «yo no voy a hablar de mis problemas con otra persona que no sea el Pastor». Esto me da pie de hablar del último factor que propicia la soledad en la Iglesia.

Hemos desarrollado congregaciones que gravitan alrededor de una persona, generalmente el Pastor. Esperamos que tenga todas las soluciones. Que de todas las respuestas. Que atienda a todos. Y lo hacemos porque se nos ha enseñado que para eso están allí. De hecho, ¡los mismos pastores dirigen la Iglesia bajo esta idea! Todo en la congregación está diseñado para que dependa de una sola persona. Por eso cuando el agotamiento lo lleva al pecado, o llega al final de sus días en la tierra, su rebaño se dispersa.

Querida iglesia, tenemos que aprender a trabajar juntos. A apoyarnos unos a otros, toda la Iglesia en conjunto tiene el deber de demostrar la luz de Cristo al mundo perdido. Tenemos que tener la mentalidad de que cada creyente es un ministro, es alguien que sirve y aporta con su trabajo para que todos juntos establezcamos el Reino de Dios. No permitas que las decepciones te impidan encontrar compañeros fieles con quienes asociarte para engrandecer el Reino de Dios.

¿Cuáles son las relaciones que un creyente debe mantener? Quiero basarme en algo que aprendí hace mucho tiempo, cuando aún era joven; es una enseñanza del Pastor Chris Richards, de Vino Nuevo. Él decía que debemos de tener al menos tres relaciones fuertes en nuestra vida:

1. La Relación con nuestros mentores. Busca Hombres de Dios sabios, quienes puedan aconsejarte y ayudarte a desarrollar tu potencial espiritual. Son creyentes ante quienes rendimos cuentas de nuestra vida. Sí, sé que nuestro estómago se nos retuerce ante la idea de tener que dar cuentas, pero es un principio bíblico. Y, aunque hay muchos vividores en el evangelio, también quedan siervos de Dios honestos, fieles, que podrían llevarte a una óptima vida espiritual.

Aún si eres Pastor de una congregación, necesitas a quien rendir cuentas. No es suficiente con que tu autoridad venga algunas veces a tu congregación y ore por ti. Claro que no. Estamos hablando de relaciones de amistad. De saber que puedes confiar en él. De pasar tiempo de calidad con esa amistad. De eso estamos hablando.

2. La Relación con nuestros compañeros de viaje. Todos necesitamos hermanos que estén a nuestro nivel espiritual, que nos animen, y apoyen, en medio de los desafíos de la vida. Busca creyentes con quienes puedas forjar una amistad, no solo para recibir apoyo, sino para tu mismo practicar el amor y la amistad con ellos. Claro está, las relaciones profundas de amistad serán con personas de nuestro mismo sexo. Aunque también es sano tener amistades como matrimonio.

Una mención especial requiere señalar el papel que juega nuestro cónyuge en nuestra vida cristiana. Su amistad debe proveer la necesidad de una relación profunda con alguien que pertenezca al sexo opuesto al nuestro. Por eso, si eres soltero, fíjate muy bien a quien escoges como compañero de vida, que sea alguien que potencialice, en primer lugar, tu vida espiritual. Si eres casado, has de la amistad con tu cónyuge una prioridad.

También, tengo que decir que debemos estar dispuestos a amar al Señor más que a nuestras relaciones humanas. Al buscar una mayor profundidad de nuestra relación con Dios, o al tomar una encomienda en el ministerio (como ir de misioneros o cambiarnos de Iglesia); nuestras amistades cambiarán. Bien puede ser porque no están dispuestas a ir a una mayor profundidad con Dios o por cuestiones de la vida. Sin embargo, eso no debe ser impedimento de forjar nuevas amistades en Cristo Jesús.

3. La Relación con nuestros discípulos. Esta última relación tiene que ver con nuestro papel en cumplir la Gran Comisión: Hacer discípulos. Debemos tener hermanos a quienes aconsejemos y los ayudemos a madurar en el Señor Jesús a través de relaciones de amistad. No me refiero a enseñarles en un día de reunión, sino a ser sus amigos, tal como el Señor Jesús con sus discípulos.

Por último, quiero que estés consciente que la Iglesia del Nuevo Testamento fue diseñada para trabajar en conjunto. No hay tal cosa como «ministerios independientes». La Iglesia, como el Cuerpo de Cristo que es, debe trabajar unida. Dependemos unos de otros. Además, recuerda lo que dice proverbios, que el hombre que quiere amigos ha de mostrarse amigo. Lo que indica claramente que si quieres relaciones de calidad, tu responsabilidad es comenzarlas.

Querida Iglesia, oremos para que el Señor cambie nuestras ideas, dejemos la necedad, sanemos el corazón en el taller del Divino Alfarero, y atrevámonos a amar a los demás. Bajemos nuestras barreras, abramos los brazos, demostremos el amor y establezcamos el Reino de Dios a través de relaciones profundas de Amistad. Que, al final de cuentas, esa fue la forma en que Dios diseñó a la Iglesia.

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