Día 5. Tres respuestas al amor de DIos


Día 5 de la cuarentena COVID-19

«Tienes que temer al Señor tu Dios, adorarlo y aferrarte a él». Deuteronomio 10:20a NTV


Una cosa descubrí al leer el Pentateuco, sobre todo en Deuteronomio, que Dios se revela a la humanidad con el propósito de que nosotros respondamos correctamente a quien es Él. No entraré en detalles acerca de la naturaleza de Dios, pues nos llevaría muchas horas describirlo; baste con decir que Dios es el Soberano, dueño de todas las cosas; que es hermoso por dentro y por fuera; que su pensamiento es muy profundo y que su misma existencia le otorga el derecho de ser adorado.
Moisés, en Deuteronomio, hace un resumen de todo el peregrinaje del pueblo de Israel durante el Desierto, hace un recuento de los errores del Pueblo, les recuerda las leyes y les advierte como deben comportarse; pues se encuentran a las puertas mismas de la Tierra Prometida. Estas advertencias son recurrentes en este libro. Esta sintetiza muy bien nuestra respuesta al Señor.
Y así llegamos al tema de esta reflexión. Hoy es un buen día para centrarnos en tres pilares de una correcta respuesta al amor de Dios. El texto nos los indica claramente: Temer al Señor tu Dios; adorarlo y aferrarnos a Él. ¿Comenzamos?
Muy bien, comencemos con «Temer al Señor tu Dios». Antes de entrar de lleno al tema del Temor a Dios, hay dos detalles que saltan a la vista. El primero de ellos es el título que se escoge en este verso para referirse a Dios en este verso: «Señor». Medita un poco en esta verdad, ¿qué te viene a la mente al escuchar esta palabra? Pensamos en un personaje con porte, con dignidad, inmensamente rico. Alguien cuyos deseos deben de ser obedecidos, no puede ser cuestionado, porque es dueño de todas las cosas.
Dios es más que eso. Él es nuestro Creador y por lo tanto es nuestro dueño, le pertenecemos. Esta es una verdad sencilla y clara. A muchos no les puede gustar, lo cual no significa que no sea verdad. Ahora, no solo le pertenecemos por haber sido creados, se podría decir que le pertenecemos al doble, porque nos adquirió con la preciosa Sangre de su Hijo, el Señor Jesús.
Entonces, de forma general le pertenecemos porque Él es el creador de todo lo existente; y le pertenecemos en forma específica porque nos rescató del pecado y la muerte. Sin embargo, es una verdad que solemos dar por sentado, pero que en la realidad, en la práctica, no moldea nuestra forma de ver y entender al mundo.
El segundo detalle, es que se nos dice TU Dios. Derivado de lo que venimos hablando, que le pertenecemos al Señor, se desprende la idea contraria obvia: Que Él es nuestro. Exactamente, es nuestro Dios, nuestro Señor. Toda la relación entre Dios y los humanos es recíproca: Las cosas vienen de Dios y nosotros las devolvemos a Dios. Nosotros le pertenecemos al ser Creados, pero, a la vez, Él es nuestro; de forma general, como el Dios que creo el mundo; y de forma específica, como el Dios que nos salvó de forma personal.
Este binomio, esta realidad dual, es la base para relacionarnos correctamente con Dios. Como humanidad debemos entender que no podemos escapar de esta realidad, independientemente de como decidamos responder al Padre, el seguirá siendo dueño y Señor de todas las cosas y nosotros las criaturas que debemos responder ante nuestro Creador.
Quiero ser enfático en este punto. Y vuelvo a reiterar aquella verdad de que el cristianismo trata de Dios y no de nosotros. La mayoría de los creyentes nos acercamos al cristianismo buscando un beneficio personal, no es malo en sí mismo; pero al pasar los años, el enfoque debe de pasar de nosotros a Él. En palabras de Juan el Bautista: «es necesario que yo mengüe, y que él crezca».
Porque, piénsalo, en su Trono alto y Sublime, nuestro Dios está sentado. Él posee todos los secretos, de Él emana toda la belleza y la sabiduría. Si lo pudiéramos ver tal cual es, si lo viéramos en todo su Esplendor y Gloria, ¿Qué pasaría con nosotros? ¿Cómo reaccionaríamos al escuchar esa voz de trueno? ¿Qué argumentos esgrimiríamos ante su Gloriosa Sabiduría? Esta verdad es sencilla, no es difícil de entender, pero es a la vez muy profunda, y no todos están dispuestos a aceptarla.
Ahora sí, estamos listos para comenzar con los tres pilares para responder correctamente al amor de Dios.

1. Temer a Dios
Puede sonar raro, pero es un principio Bíblico. ¿Cómo qué le vamos a tener miedo a Dios? Pero te aseguro que si lo pudiéramos ver esa sería nuestra primera reacción. De hecho, tenemos evidencia bíblica de esto. Tanto Isaías como el Apóstol Juan, cayeron a tierra con temor cuando lo vieron. Así que el temor a Dios comienza con el entendimiento de quien es Dios. No se puede temer a Dios si no hay revelación de Él en nuestro corazón.
Es solo cuando, en su hermosa gracia, Dios se revela a nosotros, cuando recién podemos comenzar a responder a su Soberanía de una forma correcta. Ahora, la palabra que fue traducida como «Temor» es obvio que significa, en primer lugar, el sentimiento de temor. Pero cuando se usa en la relación con una persona de alto rango va más allá; al respecto el diccionario de Vine es muy claro: «es la actitud con que una persona reconoce el poder y la condición de la persona a la que se reverencia y se le rinde el debido respeto».
El temor a Dios tiene que ver con la actitud correcta de acercarnos a Él. La Iglesia poco a poco ha traspasado los límites de la reverencia a Dios. Y no, no estoy hablando de una religiosidad, la cual solo se manifiesta en lo externo sin evidencias de cambio interno. No. La realidad es que hemos dejado de tener una actitud correcta al acercarnos a Dios. Por ejemplo, ¿has observado cuan pocos doblan sus rodillas en las reuniones? Necesitamos volver a reverenciar a nuestro Dios.
Como creyentes tenemos el gran privilegio de ser llamados Hijos de Dios. Esto nos permite entrada libre ante el Trono de nuestro Padre, pero de ninguna manera nos da pie para acercarnos con una actitud incorrecta delante de Él. Siempre debemos de conservar el asombro y la devoción que nos debe de provocar su Presencia. Pues solo somos sus Hijos porque su Gracia lo permitió.
El temor a Dios tiene que ver con el reconocimiento de quien es nuestro Dios. Esto ya lo hemos discutido anteriormente, solo aprovecharemos para decir que mientras más conocemos a Dios, más podemos tratarlo de la manera correcta. Respondamos a su amor y profundicemos en nuestra relación con Él.
El temor a Dios tiene que ver con el respeto. Desde niño me enseñaron en la Escuela Dominical que el Temor a Dios tenía que ver con el respeto con el que debemos tratar a Dios. Querida Iglesia ¿Cuánto respetamos a Dios? ¿Cuánto valor y respeto le damos a sus decisiones para nuestra vida? ¿Cuánto nos humillamos y actuamos su voluntad cuando se contrapone con la nuestra? ¿Respetamos sus silencios? Cómo puedes darte cuenta, esto es algo en lo que debemos meditar ampliamente: ¿Puedes mencionar formas prácticas en las que demostraste hoy tu temor a Dios?

2. Adorarlo
Cuando mencionamos la palabra «adoración» nuestra mente lo asocia inmediatamente con cantos, sobre todo los de melodía lenta y suave en los que reconocemos lo que Dios es, así como lo que hace por nosotros. Y, bueno, sí, esa es una forma válida de adorarlo (sobre todo con la actitud correcta de la que hablamos en el punto anterior). Y por supuesto incluimos las oraciones de alabanza y gratitud. Pero, una vez más, las Escrituras nos dicen algo más.
Tal vez te asombre el hecho de que la palabra que fue traducida como «adorarlo» en este verso, sea la palabra hebrea abad cuyo significado, nos dice la concordancia Strong, es, principalmente, «trabajar, en todo sentido». Por eso en la versión común que usamos, la Reina Valera, la traduce como servir. ¿Por qué, entonces, se tradujo como adorar? Creo que la respuesta salta a la vista.
El Temor a Dios provocará siempre una verdadera adoración, porque la verdadera adoración se traduce en obediencia y servicio a Dios. Es decir, lo obedecemos para que Él sea glorificado en todo a través de nosotros (¿Puedes pensar en propósito más glorioso que este? ¡Es un honor ser un instrumento que, al servir, glorifique al gran Dios!). De hecho, uno de los vocablos en que se traduce esta palabra al español es «servir».
Entonces, nuestra respuesta a nuestro creador, primero, es aprender a temerlo, esto provoca adoración; y la adoración provoca servicio. No se trata de servir a Dios por servir. No lo servimos para ganarnos su aprobación. Lo hacemos como respuesta a quien es Él. Lo hacemos porque es un honor ser tenidos por dignos de aportar nuestro trabajo para agradarle. La actitud correcta en el servicio dará como resultado obras que glorifican a Dios. Pues al final, Él se merece que lo obedezcamos de esa manera.

3. Aférrate a Él.
Me encanta la manera en que esta Biblia lo traduce: «aferrarte a Dios». Mira, querida Iglesia, ya el Señor Jesús nos lo dijo con otras palabras: «Separados de mí nada pueden hacer». La mejor manera de responder al amor de Dios es aferrarnos a Él. Una vez más, recurramos a la etimología de la palabra para entenderlo mejor.
Creo que una de las definiciones de la palabra en hebreo nos ayudará muy bien a entender este pasaje, pues la palabra aferrarse también se deriva la palabra «pegamento»; de allí que significa unirse, adherirse. Por eso también se usa como «lealtad» y «devoción».
Habrá veces que pasaremos por situaciones difíciles, allí es donde debemos ser leales a Dios y aferrarnos a Él. A mi mente vienen dos personajes, aquella mujer enferma que se aferró al manto del Maestro y recibió sanidad; y aquel hombre llamado Jacob que se aferró hasta que fue bendecido y su nombre (destino) cambiado. Al final, todo lo que nos queda es aferrarnos a Dios, porque nuestra humanidad no nos da para enamorarlo, solo para responder a su hermoso amor.
Aférrate a Él en medio de la tormenta, aférrate a Él cuando te hundes en la mar turbulenta, aférrate a Él cuando el mundo se estremece, aférrate a Él cuando sufras persecución, aférrate a Él con todo tu corazón, aférrate a Él en tus triunfos, aférrate a él cuando todo sale bien, aférrate a él en la prosperidad. Aférrate a Él cada segundo, de cada minuto, de cada hora, de cada día, de cada año de toda tu vida. Querida Iglesia, no tenemos más opción. Aferrémonos a Él.

Así que ya sabemos lo que tenemos que hacer. El camino está trazado: Temamos a Dios; adorémoslo a través de nuestro servicio y aferrémonos cada momento a Él. Esto, querida Iglesia, te permitirá desarrollarte sanamente.

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