Día 6 ¿Qué ofreces a tu Iglesia?
«Luego los jefes también dirán: “¿Alguno de ustedes tiene miedo o está angustiado? De ser así, puede irse a su casa antes de que atemorice a alguien más”». Deuteronomio 20:8 NTV
Leyendo las Escrituras me encontré con el pasaje donde se le
daba a Israel las instrucciones para cuando entraran a la guerra. Hubo muchos
detalles interesantes, como que si un israelita acababa de levantar una casa,
plantado un viñedo, o era un recién casado no debería ir a la guerra; sino ir y
disfrutar de esas cosas. A continuación, se encuentra este pasaje en el cual
meditaremos hoy.
El general del ejército debería de preguntar: «¿Alguno de
ustedes tiene miedo o está angustiado? Puede irse antes de que atemorice a los
demás. Lo que nos lleva a este principio bíblico que aparece una y otra vez:
nuestra responsabilidad ante el Pueblo de Dios. Pues lo que hacemos dentro de
nuestra congregación puede influye a muchos. De hecho, una vez escuché, o leí,
que una persona tímida llega a influir en unas 10 000 personas a lo largo de su
vida. Como vez, es un asunto importante.
De hecho, creo que una traducción más exacta es la que ofrecen
versiones como la Reina Valera, o la NVI, que traducen la palabra como
«medroso» y «miedoso» respectivamente. Pues el punto no está en sentir miedo,
sino en no permitirnos ser dominados por Él. Recuerdo una frase que leí y que
me gustó mucho: «La fe es el miedo que ya hizo sus oraciones». Tremenda verdad.
No hablaré del temor, ni de como sobreponernos a Él. Solo diré
que es nuestra responsabilidad tratar con él. Todos los seres humanos sentimos
miedo, es una reacción natural ante las amenazas, reales o imaginarias, sobre
las que no tenemos control. Pero no debemos dejar que nos domine. De otra
forma, la Palabra de Dios es bien clara, si marchamos temerosos con el Pueblo
de Dios, nuestra cobardía contaminará a muchos.
También se menciona que los angustiados no pueden ir a la
guerra con el Pueblo de Dios. Esta palabra significa literalmente «tierno»; y
por implicación, «débil». Piensa por un momento lo que un «débil» podría
provocar en la guerra. Ante el primer peligro no dudaría en volverse atrás,
sería capaz de traicionarnos, no se puede confiar en él. Pues bien, se dice que
tal guerrero mejor se quedara en casa.
Querida Iglesia, ahora pensemos: ¿qué es lo que ofrecemos
cuando asistimos a la congregación? ¿Cuál es nuestra reacción ante los retos
que enfrenta la Iglesia? Se requieren siervos fieles, hombres y mujeres
valientes que enfrenten con una fe osada al enemigo; creyentes preparados y
entregados a la obra; fuertes en la fe para desafiar al enemigo. ¿Es eso lo que
ofreces a tu congregación?
O, tal vez, eres de los que se quedan a la orilla; de los que
no se comprometen; de los que disfrazan su temor con prudencia; de los que al
volver de un culto están llenos de críticas a lo que sucedió en él; de los que
se doblan ante la primera dificultad; de los que se ofenden fácilmente por
cualquier cosa; de los que tienen miedo de abrir el corazón y amar; de los que
están preocupados de todo y por todo. Así es, preguntémonos, ¿qué aporto a la
Iglesia?.
¿Sabes, por ejemplo, lo que siente un director de alabanza,
cuando el Espíritu de Dios lo guía a animar a la congregación… y no
respondemos?; peor aún, su propio grupo está más preocupado en otras cosas que
en adorar al Rey. O cuando un intercesor siente el peso de Dios, y clama con su
corazón… mientras los demás no lo apoyan. Podría seguir en más ejemplos, pero
la pregunta es la misma: ¿Qué ofreces a la Iglesia?
Sí. Lo sé. Te han lastimado. Pero, ¿acaso nuestro Señor no fue
también traicionado? ¿No es algo que todos los creyentes, de alguna u otra
manera, hemos vivido? El mundo está convulsionando, necesitamos hermanos
valientes, necesitamos mujeres fuertes; que se paren en la línea de batalla,
con la espada desnuda en sus manos, con sus ojos firmes, con el corazón
confiando en su Dios, con sus pies pegados a la tierra.
Por favor, piensa una vez más, ¿los hermanos que se relacionan
contigo se sienten impulsados por tu influencia? De no ser así, ¿a qué se debe?
¿Qué es lo que siembras en los demás? Necesitamos momentos de alabanza que
cimbren el corazón de Dios con una Iglesia unida; reuniones de oración que
ardan en el fuego del Espíritu de Dios; evangelismo respaldado por toda la
congregación. En fin, se requiere un ejército valiente que rompa las puertas
del infierno y rescate a los perdidos.
No requiere de mucho entender este texto, ¿podemos tomar un tiempo y arrepentirnos de nuestra actitud? ¿Podemos ser la clase de creyentes que hoy la Iglesia necesita? ¿Podemos dejar la cobardía atrás? ¡Levantémonos! ¡Juremos lealtad al Cordero! Es el tiempo.
Comentarios
Publicar un comentario