Día 46. Derramando el corazón en oración


Día 46 de la Contingencia COVID-19

Mientras Ana oraba al Señor, Elí la observaba y la veía mover los labios. Pero como no oía ningún sonido, pensó que estaba ebria. —¿Tienes que venir borracha? —le reclamó—. ¡Abandona el vino! —¡Oh no, señor! —respondió ella—. No he bebido vino ni nada más fuerte. Pero como estoy muy desanimada, derramaba ante el Señor lo que hay en mi corazón. 1 Samuel 1:12-15 NTV


Si le preguntas a cualquier creyente su opinión sobre la oración, no dudará ni un momento en señalar su importancia; que la oración es fundamental para el buen desarrollo de un creyente. Desgraciadamente, en la práctica, muchas veces la oración se torna en algo rutinario, en una mera acción de repetir frases que, de tanto decirlas, salen desgastadas. Abundan las oraciones de los labios, pero no del corazón.

Ana era una de las dos esposas de Elcana. Para su gran tristeza, no podía tener hijos, mientras que la otra mujer, Penina, sí. Aún así, Elcana amaba más a Ana, por lo que Penina, en venganza, la atormentaba burlándose de su esterilidad. Recordemos que en los tiempos bíblicos, ser estéril era considerado una maldición de parte de Dios. Como familia fueron al Tabernáculo para adorar al Señor, y Ana aprovecha para hablar con el Señor Dios.

La respuesta de Ana al Sumo Sacerdote Elí me dejó pensando: «derramaba ante el Señor lo que hay en mi». Este es el asunto clave de la oración, aprender a acercarnos a Dios tal y como somos, volvernos transparentes delante de su Presencia y aprender a derramar el corazón delante de Él. Ana no lo hizo en su casa, lo hizo en el Tabernáculo, ante la presencia del Señor.

Tú y yo hemos estado en reuniones de oración. Oramos por todo: la inseguridad; las enfermedades; alabamos al Padre; intercedemos por la Iglesia; etc. Pero, ¿sabes? Son muy pocas las veces que he visto a los creyentes derramar su corazón delante de Dios. ¿Será que por eso nuestra oración carece de poder? ¿Será que es la razón por la que en los cultos hay tantas peticiones pero tan pocas acciones de gracias?

Volteemos a ver a esta mujer. Aprendamos de ella lo que es derramar el corazón delante de Dios. Ana nos muestra que nuestras emociones deben estar involucradas en la oración. Observa que en verso 10 dice: «Ana, con una profunda angustia, lloraba amargamente mientras oraba al Señor». Claramente vemos que sus emociones estaban involucradas en su oración.

¿Por qué será que aún y cuando estamos ante el Señor queremos seguir teniendo el control? ¿Cumplir con una especie de protocolo? ¡hasta cambiamos el tono de nuestra voz cuando oramos! Es como si nos «vistiéramos» de elegancia para hablar con Él. ¿Por qué no simplemente somos sinceros y derramamos el corazón delante de Dios? Muchas veces, solo le damos vuelta a las ideas, tratando de presentarlas de la mejor manera.

Ana no. Ella lloraba amargamente, hablaba desde una profunda angustia. ¿Te has encontrado así? ¿Cómo hablas cuando te encuentras en una profunda angustia? Derramar el corazón tiene que ver con aprender a ser sinceros delante del Padre, a decir exactamente como nos sentimos, a poder expresar lo que verdaderamente pensamos. Si lo piensas, de todos modos Dios conoce nuestros más íntimos pensamientos y sentimientos, por eso, expresémoslos en oración.

Derramar el corazón no tiene que ver solamente con lo que le decimos a Dios, sino también con la forma. Ana rompió con todo protocolo, no se paró respetuosamente y escogió las palabras con cuidado. ¿Cómo lo sé? Piensa un momento ¿de qué forma estaba hablando, llorando, para que el Sumo Sacerdote pensara que estaba borracha? Llamó la atención de Elí precisamente porque su forma de orar no era la habitual, no había nada ceremonioso en ella. Era simplemente un corazón derramándose ante la presencia de Dios.

«Un corazón derramándose ante la presencia de Dios» ¿Hay algo más bello que eso? Delante de un altar espiritual, tu propio corazón derramándose, quemándose, elevándose ante la misma presencia del Señor. Llenando su trono con un precioso olor. Conmoviendo su corazón. Porque solo se puede derramar el corazón cuando te sabes perdido y necesitas ser encontrado.

¡Qué triste es que a veces nos creemos ya muy maduros! Creemos que nuestros propios esfuerzos, que podemos guardar los mandamientos, que podemos ser fuertes para obedecer al Padre; que podemos «aguantar» los ataques del mundo… y, sin embargo, el Maestro proclama: «Bienaventurados los pobres en espíritu…».

Volvamos a nuestras experiencias en los cultos de oración. Pues en un culto de oración se hace evidente nuestra forma de acercarnos a Dios. ¿Derramamos el corazón delante de Dios? tristemente muchos ya ni doblan las rodillas delante del Padre. Todo es estructurado, lleno de frases hermosas, pero de corazones ausentes. ¿Qué pasaría si derramáramos el corazón?

Imagina que intercedemos con esa desesperación, que podemos orar con esa sinceridad, que lloramos delante de su presencia y buscamos su salvación. Entonces podríamos ver lo mismo que Ana: milagros. En su caso, ella recibió un hijo. Un niño que desde su tierna edad fue llamado como profeta y cambió el destino de Israel: Samuel. Y, nosotros, ¿qué recibiríamos?

¿Cuándo fue la última vez que de rodillas elevaste tu corazón al Señor? ¿Cuándo la última vez que dejaste un charco de lágrimas ante su presencia? ¿Y cuándo la última vez que tu oración era tan intensa que cualquiera pensaría que estabas embriagado? ¿Cuándo la última vez que tu gemir y tu clamor llenaron los cielos? Dejemos la etiqueta, echemos a la basura el protocolo. Doblemos las rodillas, querida Iglesia, y derramemos el corazón delante del Padre.

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