Día 72. Fidelidad total
Día 72 de la Cuarentena
«Saúl y sus hombres le perdonaron la vida a Agag y se quedaron con lo mejor de las ovejas y las cabras, del ganado, de los becerros gordos y de los corderos; de hecho, con todo lo que les atrajo. Solo destruyeron lo que no tenía valor o que era de mala calidad» 1 Samuel 15:9 NTV
Tal como Dios lo había advertido, Saúl no fue un buen Rey. Poco
a poco sus inseguridades se van manifestando y termina pecando desastrosamente.
¿En qué se equivocó? Comenzó bien, el Espíritu de Dios vino sobre de Él; Dios
mismo le dio un nuevo corazón. ¿Qué sucedió? Creo que el problema de Saúl es
que jamás profundizó su relación con Dios, todo quedó en un suceso aislado en
el llamado de su reinado.
Este desapego por Dios es fácil de notar en su desobediencia; y,
antes de juzgarlo, examinemos nuestra vida, pues él comenzó a hacer lo que
muchos de nosotros hacemos: Servir a Dios a nuestra manera. Pero, vamos por
partes. Saúl, como instrumento de Dios, recibe un encargo divino: servir como
instrumento de juicio contra Amalez. La orden era clara: destruir todo. Sin embargo,
Saúl no lo hace.
Cuando conquistaron la ciudad, cuando llegó el momento de demostrar
obediencia a Aquel que lo puso como Rey, Saúl falló. Junto con el pueblo,
comenzaron a ver los animales engordados, las cosas de calidad… todo lo que les
atrajo. En la RVR60 dice: «No lo quisieron destruir». No es que se hubieran
equivocado en las instrucciones, que hubo un error de comunicación. Simple y
llanamente no quisieron obedecer a su Señor. A aquel que les había dado la
victoria.
Ahora, mira el verso, es muy triste: «Solo destruyeron lo que
no tenía valor o era de mala calidad». ¿Por qué hicieron eso? Le ofrecieron a
Dios lo peor, y ellos se quedaron con lo mejor. Pero, un momento, ¿cuántas
veces hacemos eso? ¿Cuántas veces le ofrecemos a Dios de lo que sobra? Lo que
sobra de nuestro tiempo, lo que sobra de nuestras finanzas, lo que sobra de
nuestro ánimo, lo que sobra de nuestra fidelidad. ¿Cuántas veces lo hemos
hecho?
Tristemente, la actitud de Saúl es muy cínica. Pues no solo
desobedece. Cuando se encuentra con Samuel, lo primero que dice es, parafraseando:
«Misión cumplida, hice todo lo que se me ordenó». Samuel le contesta con
ironía: «¿Y esos animales que escucho?», «Ah, eso», responde con descaro, «son
para sacrificar a tu Dios». Aun cuando Samuel le anuncia que su Reino le ha
sido quitado, él no se arrepiente; sigue pensando que hizo lo correcto, que la
víctima es él.
Es la triste actitud humana, la de creer que las circunstancias
nos dan el derecho de desobedecer a Dios. Como la chica que cree que por haber
sufrido decepciones amorosas en la Iglesia, puede unir su vida con un
inconverso. O del cónyuge que está convencido de que tiene el derecho de tratar
con desprecio a su pareja porque le fue infiel. O que tenemos el derecho a
estar deprimidos y sentir autocompasión por lo mucho que nos han herido. O que
podemos rebelarnos abiertamente en la Iglesia porque no nos parece que los
líderes sean muy «espirituales» y estén siguiendo la dirección de Dios.
Así es, querida Iglesia, el mal que aquejaba a Saúl vive dentro
de nosotros. Y es que es muy fácil hablar de cómo nos debemos de comportar
cuando estamos en la Iglesia, es muy sencillo aparentar una actitud cristiana. Presentarnos
como consejeros comprensivos de aquellos que están en problemas y animarlos a
demostrar una conducta madura y «cristiana». Hasta que somos puestos a prueba,
hasta que nos enfrentamos a las deficiencias de nuestro corazón…
Entonces nos encontramos que, en el momento de la prueba,
demostramos que le ofrecemos a Dios lo que nos sobra. Que tomamos para nosotros
lo que creemos que es lo correcto y le dejamos a Dios las miserias. No solo
eso, nos justificamos. Y es así que queremos servir a Dios, anhelando recibir
«concesiones» que me permitan actuar conforme a mi criterio y «saltarme» las
reglas.
Querida Iglesia, se acercan tiempos difíciles. Ya no podremos
actuar como hasta ahora lo hemos hecho. Es tiempo que seamos perfeccionados en
la obediencia a Dios, que cumplamos sin pretextos los mandamientos que el Señor
nos ha dado. Que las encomiendas sean cumplidas fielmente. Querida Iglesia,
levántate y vive para tu Señor, tomemos ejemplo de lo que le pasó a Saúl y no
vivamos para nosotros mismos.
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