Día 55. Un nuevo corazón


Día 55 de la Contingencia COVID-19


«En ese momento el Espíritu del Señor vendrá poderosamente sobre ti y profetizarás con ellos. Serás transformado en una persona diferente.
«Mientras Saúl se daba vuelta para irse, Dios le dio un nuevo corazón, y todas las señales de Samuel se cumplieron en ese día». 1 Samuel 10:6,9


Saúl, quien sería el nuevo Rey de Israel, era de buen parecer y muy alto, el más grande de Israel apenas le llegaba a los hombros. Pero, interiormente era como cualquier otra persona. Las asnas de su Padre se pierden y él va a buscarlas, termina visitando a Samuel para preguntarle por ellas, sin saber que sería ungido como Rey. Pero, Saúl no fue elegido por su estatura o belleza, tampoco por su inteligencia. Simplemente fue elegido por la Soberanía de Dios.

Y es que al final, piénsalo, Dios escoge a quien Él quiere, tiene todo el derecho de hacerlo ¿no? Por eso es Dios. Entonces, Dios lo escoge, le revela su propósito, y lo unge como Rey. Sin embargo, él no estaba listo para ser Rey… y, bueno, de hecho, él no podía hacer nada para prepararse como Rey. Por eso Dios interviene directamente.

Observemos atentamente el pasaje, Dios prepararía a Saúl para ser Rey interiormente, para que su vida secreta pudiera estar alineada a su voluntad, y así recibir la bendición divina para gobernar y la sabiduría para hacerlo correctamente. Saúl no podía hacerlo solo, no podía hacerlo por sí mismo. Es por eso que Dios derrama su Espíritu sobre de él.

Y mira lo que dice la palabra que le dio Samuel: Primero, el Espíritu de Dios vendría sobre de él y profetizaría. De hecho, cuando esta palabra se cumple y Saúl empieza a profetizar, las personas lo observan atónitas, no lo pueden creer. Pero era un paso necesario. Ahora, lo importante no era que profetizará, ni la experiencia en sí misma; todo era un medio para lo importante: «Serás transformado en una persona diferente».

De hecho, la obra transformadora de Dios comienza justo cuando Saúl se despide de Samuel, «Dios le dio un nuevo corazón». ¡Qué maravillosa es la gracia de Dios! Saúl no hizo nada para merecer esto, él estaba ocupado en sus asuntos, pensando en sus problemas y en un instante, en un momento, Dios le cambia el corazón, lo prepara para ser Rey de todo Israel.

Bien, es el Antiguo Testamento, las cosas no suceden como ahora. ¡Nuestro presente es mejor! Por el sacrificio del Señor Jesús, al responder con fe y arrepentirnos, Dios nos da un nuevo corazón. No se trata de ti o de mí, sino que es un acto de gracia. Recuerda, que todo inicia con Dios, es la fuente de Vida y Verdad. Sin embargo, creo que a veces se nos olvida una verdad muy importante.

Porque todo comienza con Dios, eso los creyentes no lo discutimos; pero también es cierto que todo continúa con Dios y que todo terminará con Él. Lo que estoy tratando de decir es que la salvación es por gracia de Dios. Y la santificación, el proceso en el que nos volvemos como Dios, también es por gracia. La transformación de nuestro interior es una obra que solo Dios puede hacer y no nosotros.

Aunque intelectualmente sabemos esto, en la práctica, trasladamos la responsabilidad de la transformación de Dios hacia nosotros. Simplemente, pregunta a un creyente: ¿qué tengo que hacer para cambiar? Y te dirá una serie de acciones que te hará pensar que todo depende de ti y no de Dios: ora, ayuna, lee la Biblia, pórtate bien, controla tu carácter, etc. Sin embargo, las Escrituras son consistentes con lo que nos enseña esta palabra: es Dios quien cambia nuestro corazón.

Es por eso que nuestra lucha por ser santos se vuelve tan frustrante; consumimos mucho tiempo y esfuerzo por creer que está en nosotros la capacidad de cambiar; que Dios nos premiará transformándonos, si tan solo ve que perseveramos con todas nuestras fuerzas. Ahora, piensa un momento, ¿de verdad existirá ser humano que logre el esfuerzo, y la acción, suficientes para ser transformado? Claro que no, si hubiera alguno, ¿para que necesitaría a Dios?

Querida Iglesia, mientras más pronto te des cuenta que somos transformados al humillarnos ante su presencia, al abandonarnos a su fuerza, al reconocer que solo somos humanos y que necesitamos de su divinidad; te evitarás mucha frustración, lágrimas y esfuerzo vano.

De hecho, las pruebas que pasamos están diseñadas para mostrarnos esta verdad. No se trata del tipo de oración que haces, de lo que declaras. No se debe a tu esfuerzo, a tus muestras de amor. Las pruebas te enseñan que no hay poder en ti, que por ti mismo no puedes. Como muchos han señalado, esta pandemia nos ha mostrado que frágil es el ser humano, que tan poco se necesita para trastocar nuestro mundo.

Las pruebas nos muestran la realidad de nuestro corazón, la fragilidad que habita dentro de nosotros. Pero, también, revela la grandeza de nuestro Dios, su constancia, la realidad de que es una Torre Fuerte y que tiene un poderoso brazo para salvar. Las pruebas nos revelan que todo depende de Dios: Todo comienza en Él, continúa con Él y termina con Él. Es así de simple.

Entonces, ¿no tenemos que hacer nada? Como posteriormente veremos en la propia vida de Saúl, lo que tenemos que hacer es obedecer lo que el Padre nos manda. Eso es lo que debemos hacer; y no lo hacemos porque podamos, sino porque Él puede formarse en nosotros y llevarnos a una nueva dimensión espiritual, adecuando nuestro corazón para darle gloria a Él.

Pues bien, querida Iglesia, lo que Dios espera que hagamos es que le respondamos con alabanza a su acción salvadora. Creo que, al final de cuentas, esa fue la diferencia entre Saúl y David. Mientras que el primero se fue haciendo cada vez más consciente de sí mismo; David siempre volteaba sus ojos con admiración al Creador.

En lugar de arreglar tu corazón para presentarlo delante de Él. ¿Por qué no lo ofreces tal y como está para que Él lo arregle? Esto nos da para mucho que pensar ¿no crees?

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