Día 18. Incapacitados y llamados


Día 18 de la Contingencia COVID-19

«Barac le dijo: —Yo iré, pero solo si tú vienes conmigo». Jueces 4:8


Me impresiona la bondad y la misericordia de Dios. Cada vez que me pongo a meditar en como el Señor confía en nosotros para establecer su reino, me quedo sorprendido. Podría venir y obligarnos con su poder a amarlo. Podría abrir el cielo y mostrarse claramente. Pero no, escoge hombres y mujeres; como tú, y como yo.

Sin embargo, aún más sorprendente del hecho de que Dios escoja a personas comunes y corrientes, es que la mayoría de los escogidos duden de ese llamado. Piénsalo, estamos hablando del gran Dios y Rey del Universo, del Soberano. Un día llama a uno de sus súbditos y le dice «tengo una encomienda para ti». Después de describirle la tarea, uno esperaría que la respuesta sea: «es un honor esta encomienda, haré todo lo que me dices». Resulta que no es así, que generalmente lo que ponemos son pretextos.

Así es. Es asombroso que las criaturas le pongamos pretextos al Señor. Esto es lo que vemos en la historia de Débora y Barac. Débora, nos dice las Escrituras era una profetiza, quien fue Jueza de Israel. Un día, recibe una revelación y manda a llamar a Barac, le dice que Dios lo va a usar para liberar a Israel. Como mencionábamos, en lugar de decir: «Haré todo lo que mi Señor ordene»; la respuesta es «Voy, pero si tu vienes conmigo».

Deja señalar un hecho interesante. Barac tenía nombre de guerrero, era el nombre que esperarías de un jefe de ejército: «Relámpago»; de donde se traduce también como «Espada reluciente». Ya en su nombre estaba marcado el propósito que Dios tenía para él. Sin embargo, a la hora de tomar su papel en la historia, su respuesta es: «Solo iré si vienes conmigo». Por supuesto, él quería que Débora fuera con él, pues reconocía que Dios hablaba con ella. Confiaba en que el Señor respaldaría a Débora, pero no confiaba en que lo respaldaría a él.

Creo que aquí nace el problema, la razón de porque no aceptamos las encomiendas celestiales: la inseguridad. Nos miramos y decimos: «¿Yo? ¿En serio me estás llamando a mí?». Recordemos que aún un gran hombre como Moisés puso excusas para no cumplir con el mandato del Señor. Así que los seres humanos solemos vernos incapacitados para servir al Señor, volteamos y decimos: «mejor que vaya el Profeta»; «llamemos al Pastor».

Creo firmemente que el Señor está haciendo una revolución en la Iglesia. Esta vez no levantará a una persona en especial; sino que todos los creyentes en conjunto cumpliremos encomiendas para establecer el Reino de Dios. Ya no es el tiempo para que se levanten hombres y mujeres ungidos por Dios, obrando milagros y maravillas; es el tiempo de una nación santa levantándose y transformando su cultura con los principios Escriturales.

Allí entras tú, querida Iglesia. Es tiempo de dejar de esperar a que el Pastor, o los líderes de la Iglesia cumplan las encomiendas de Dios. Muy pronto cada creyente recibirá una encomienda del Cielo, se desatará el mayor poder y la más grande gracia, como nunca antes en la historia del mundo. Y tú, sí, tú que me estás leyendo, serás parte de esa encomienda.

Allí es donde el enemigo ataca con la inseguridad: ¿Será que realmente estoy preparado para establecer el Reino? ¿Será que tengo la capacidad para llevar a cabo aquello que Dios me mando? ¿Será que voy a enfrentar oposición y voy a sufrir? ¿Será que me van a apoyar? ¿Y si me equivoco al tratar de obedecer a Dios? ¿Y si no es Dios quien me habla? ¿y si…? Las dudas se amontonan en nosotros. Pero, déjame ser claro, si Dios te llamó es porque no tienes la capacidad de hacerlo. Sí, leíste bien. No eres llamado porque eres especial, sino que el llamado te hace especial a los ojos de Dios.

Mi querida Iglesia, es Dios quien ostenta toda la gloria. Es el Padre quien se goza en nuestras vidas al manifestarse en nuestra debilidad. Esto trata de Él, recuérdalo. Por eso escoge personas como tú y yo, para manifestar su fuerza y poder. Por eso, el apóstol Pablo decía: «Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros» (2 Corintios 4:7). Es así de sencillo, de él es la excelencia y nosotros somos el barro, quienes adquieren honor cuando es vertido dentro de ellos el Reino de Dios.

Entonces, no es el vaso quien le da valor a lo que está dentro de él. No. Es lo que hay dentro lo que le da valor al vaso. Entonces, no debemos tener temor de no estar capacitados para cumplir los propósitos de Dios. Claro, esto no es un permiso para ser irresponsables; sino un aliento para dar nuestra «excelencia» (que como humanos es muy poca) y dejar que Dios se glorifique en nosotros al hacer grandes obras a través de nosotros.

Así que, es mi incapacidad, mi humanidad, la que me capacita para ser escogido por Dios. Pues las Escrituras dicen que el Padre mira de lejos al altivo. Si yo me creyera preparado y autosuficiente, eso me descalificaría para servir a Dios. Con esto en mente, agradezcamos a Dios por haber sido tenidos por dignos de llevar este evangelio, y de proclamarlo a las naciones. Al servir a Dios, dejemos de pensar en nosotros mismos y sirvamos al Eterno con confianza.

Bueno, y a este punto quería llegar. En el anterior devocional ya lo explicamos, es la fuerza de Dios en nosotros. Entonces, es lógico que también sea la capacidad de Dios en nosotros. Toda obra que como humanos podemos hacer, será precisamente eso, humana. Pero cuando la obra sobrepasa nuestras capacidades, entonces es Dios obrando a través de nosotros.

Además, si Dios nos manda hacer algo y nosotros estamos seguros de que no lo podremos lograr a causa de nosotros mismos, estamos dudando de la sabiduría de Dios. No, no digo que comencemos a creer en nosotros mismos. Más bien, comencemos a creer en el Dios que nos encomendó ese trabajo, y en que nos proveerá las herramientas necesarias para llevarlo a cabo. No esperemos a que los demás se muevan, seamos fieles con aquello que Dios nos encomendó.

Queda preguntar, querida Iglesia, ¿qué es lo que Dios te ha encomendado? ¿Lo estás llevando a cabo? ¿Estás obedeciendo el encargo de nuestro Padre? Es el tiempo que comencemos a obedecer y establecer el Reino de Dios. ¡Cumplamos cada uno con nuestra parte!

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