Día 20. El Padre comienza por el final


Día 20 de la Contingencia COVID-19

«Después el ángel del Señor vino y se sentó debajo del gran árbol de Ofra que pertenecía a Joás, del clan de Abiezer. Gedeón, hijo de Joás, estaba trillando trigo en el fondo de un lagar para esconder el grano de los madianitas. Entonces el ángel del Señor se le apareció y le dijo: —¡Guerrero valiente, el Señor está contigo!» Jueces 6:11-12


Una vez más, el pueblo pecó, pero, al clamar a Dios, Él no se olvida de ellos. Esta vez escoge al quinto Juez: Gedeón. Creo que va quedando de manifiesto la gran variedad de personalidades que Dios va eligiendo como jueces, estos llamamientos se basan en la Soberanía de Dios y no en las aptitudes y capacidades de las personas. También, quiero observa que, hasta el momento, Dios no repite método, cada Juez fue comisionado de forma diferente.

Esta vez, el ángel de Señor desciende y visita a Gedeón para entregarle las órdenes del Eterno. La Escritura dice que los madianitas tenían una cruel costumbre para maltratar a Israel. Cuando era el tiempo de la cosecha, esperaban a que el pueblo hiciera el trabajo, entonces venían y se robaban toda la cosecha, los animales y el ganado, dejando al Pueblo sumido en el hambre y la miseria.

Así que Israel levanta escondites donde trillar y guardar su cosecha, para mantenerla a salvo de las hordas madianitas. ¿Por qué se escondían? La respuesta es sencilla: porque tenían miedo. Esa era la consecuencia directa de su pecado. El enemigo era numeroso, ellos se habían empobrecido, ¿Quién les iba a hacer frente y los salvaría?

Pues bien, Gedeón se encuentra trillando, escondido, en el fondo de un lagar. Se le aparece el ángel y le dice: «Guerrero valiente». Bien, si ya has leído esta historia, Gedeón se podría describir de muchas formas en ese momento; pero «guerrero y valiente» no eran vocablos que alguien usará para referirse a él. Lo que nos mete de lleno en la idea central del principio que meditaremos hoy: «Dios empieza por tu final».

En lo personal, me impresiona mucho la forma en que Dios hace las cosas. No ama los métodos, es como un Padre divertido que siempre nos anda sorprendiendo. Los humanos tenemos esa tendencia de decirle a alguien: «A mí no me engañas, yo sé cómo eres», esto es especialmente cierto en diferencias con nuestra pareja ¿no es verdad? Pero no, estamos equivocados, nosotros señalamos el principio de una persona, y la animamos mostrándole la meta. Pero Dios no, Él llega y te habla por tu destino, comienza por el final.

¿Qué significa eso? Que Dios no está preocupado por tu presente; no se encuentra ansioso al verte luchar en medio de las tormentas de la vida; no se desanima al mirar los enemigos que te rodean en medio de tus batallas. No. Porque Él es Dios. Por el perdón en el Señor Jesús, Él no mira nuestro pasado. Por la acción de su Espíritu en nosotros, Él no mira nuestro presente. Sabe que las cosas dependen de Él, por eso nos mira y sonríe viendo nuestro futuro.

El primer adjetivo con el cual se dirige a Gedeón es «Guerrero». ¿Cuántas peleas había llevado a cabo Gedeón? ¿Cuáles eran las medallas que había ganado en batalla? ¿Cuántos enemigos habían caído abatidos ante su espada? ¡Ninguno! ¿Será que el ángel se equivocó de persona? ¡Por supuesto que no! Dios sabía que iba a pelear y que iba a vencer… aun cuando Gedeón no estaba enterado.

Mi querida Iglesia, ¿Qué es lo que Dios sabe de ti, y no estás enterado? Si tuviéramos un oído atento, si pudiéramos escuchar los adjetivos con los que se refiere a nosotros, ¿no dejaríamos de afanarnos por las batallas presentes? ¿No estaríamos seguros? Simplemente porque sabríamos como termina la historia, porque estamos seguros de que Dios cumplirá su Palabra que ha enviado para nosotros. Al final, estamos hablando de fe.

Así que, sin haber lanzado una sola flecha, o levantado una espada, y, mucho menos, guiando a un ejército, Gedeón es llamado «Guerrero». Hoy la gente mira a la Iglesia, aun los creyentes, y dicen cosas como: «ya no sirve»; «ya pasó de moda»; «está llena de hipócritas»; «solo sirven para pedir dinero». Mas yo prefiero mirar lo que dice el Padre, no miro su presente, creo su futuro: La digna esposa, hermosa, y pura del Cordero, ¿Con cuál visión te quedas tú?

«Valiente» es el segundo adjetivo. ¿Quién en su sano juicio le dice a un hombre que está escondido que es valiente? Dios. Así es. No está viendo su presente, está comenzando por su futuro. Dios sabe en que va a terminar la historia. Ya escribió el final. Y a lo que Él llama «valiente» nadie le puede llamar de otra manera ¿o sí? Bueno, hay alguien, el enemigo; lo mirará y dirá: «¿Valiente, tú? Mírate, ¡estás escondido!». Así que, o, me alineo al futuro de Dios, o al presente del enemigo.

Dos aplicaciones te quiero compartir de este texto. Primero, ¿Qué es lo que el enemigo te señala de ti mismo? ¿Cómo te describirías en estos momentos? ¿Te has dado cuenta que a veces solo podemos recordar nuestros fracasos? ¿Cuántas veces hemos sido heridos? ¿traicionados? ¿olvidados? Ese es nuestro presente, en el que nos vemos como fracasados, tontos, rechazados, traicionados, miedosos, amargados, frustrados… que deprimente situación.

Pero entonces Dios nos mira, y dice: «¿Fracasado? Yo no veo ninguno»; «ese, Él de allí», te señala el diablo. «Ah, ese, ¿Te refieres al Profeta?». Como se goza mi corazón ante esto, ante los propósitos eternos que han sido depositados dentro de nosotros. No se trata de lo que somos, sino de lo que Dios hará en, y a través, de nosotros. Comienza a mirarte como Dios te ve.

La segunda aplicación es consecuencia directa de la primera. A medida que puedo descansar en lo que Dios dice que soy, también puedo extender esa gracia hacia los demás. Preciosa Iglesia, debes aprender a ver el destino de los demás y ser un apoyo para que ellos lleguen a ser lo que Dios ha destinado que sean. La misma Gracia que has recibido, extiéndela a los demás.

¿No es maravillosa la obra de Dios? ¿No es inmenso su amor? Tomar a gente como tú y yo, transformarnos, cambiar nuestro destino. La verdad es que si me preguntas si yo soy lo que Dios me llamó a ser, te diré que aún no; no lo soy. Aún me asombra que Dios me haya escogido para Él. Pero soy su Hijo, soy santo, ¿sabes por qué? Simplemente porque Él lo dice y yo lo creo. Y eso, mi querida Iglesia, es lo que nos debe animar a seguir… Comencemos por el final.

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