Día 22 ¿Por qué buscas entre los muertos al que vive?


Día 22 de la Contingencia COVID-19

¡Grandioso día! Resurrección, Nuestra razón de ser. Es por eso que en nuestro estudio de Jueces hacemos un paréntesis y nos tomamos un tiempo para reflexionar en nuestro Señor y Salvador.

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado». Lucas 24:5b-6a


Miles de ángeles. Con sus rostros asombrados. La mandíbula temblando. Miles de ángeles contemplando como su querido y amado Señor era desfigurado de forma atroz. Golpes, burlas, escupitajos. Su desnudez al descubierto. Su cuerpo lacerado. Un relámpago de espadas cantó al unísono. Pero del Trono del Padre la orden truena en el cielo: ¡Deténganse!

Las espadas vuelves a sus vainas. Los angelicales rostros se miran perplejos. Una a una las rodillas del cielo se doblan. Los gritos y las burlas se intensifican: ¡Crucifíquenlo! Las risas demoniacas infestan el mundo espiritual. Y, por encima de todo, se escuchan las huestes celestes como una sola: ¡Bendito el Cordero de Dios! ¡Santo el nombre del Señor Jesús!

Ha llegado el momento. El Padre voltea su Rostro. El pecado en los hombros de su Hijo. Su corazón envuelto en tinieblas, a punto de estallar. Un grito desgarra el cielo y la tierra. El Hijo del Hombre mira directamente a los ojos de sus enemigos, el diablo y la muerte. Dos palabras que sintetizan el misterio del Padre: «Consumado es». Y la tierra entra en pausa.

¿Puedes imaginarte el dolor de su madre? ¿Puedes entender la pena que afligía a aquella mujer que lo había seguido con todo su corazón? Tres días de dolor. Tres días de ver como los fariseos se felicitaban el uno al otro. Rumores de que muy pronto perseguirían a todos sus discípulos. La soledad que se anidaba en el corazón y la perdida de destino. Ya no tenían Maestro ¿ahora qué iban a hacer? ¿quién los guiaría? Habían dejado todo. Todo por seguirlo. Y ¿para qué?

Lo buscan. No esperan verlo vivo, aunque Él se los anunció muchas veces. Llevan especies, ungüentos. Van a ungirlo. A ungir un muerto. Apenas está amaneciendo cuando se dirigen presurosas al sepulcro. Su deseo de honrar al Maestro es tan grande que se encaminan al lugar sin un plan en mente: ¿Qué les dirán a los guardias? ¿Quién moverá la piedra?

Los mismos ángeles que tres días antes lloraron, hoy con el Rostro radiante forman un camino, la rodilla en el suelo. Las cabezas inclinadas respetuosamente. El Cordero de Dios ha evolucionado al León de la Tribu de Judá. Majestuoso camina entre ellos rumbo al cielo, glorioso, hermoso… vivo. Sí. Vivo. Con las llaves del Hades y de la muerte, se presenta ante el Padre para ofrecer su sangre. La era del pecado y de la muerte ha terminado. El sol se ha levantado. Una nueva era ha nacido.

Ajenas a tan maravillosa noticia, las mujeres llegan al Sepulcro. Algo ha pasado. Ese ancestral sexto sentido femenino se los dice. Lo perciben. Lo huelen en el aire. Lo primero que notan es que la temida guardia no está, solo quedan restos de una fogata, armas desparramadas en el suelo. Los sellos rotos. La piedra movida. Sí, con un nudo en el corazón se miran, se preguntan: ¿A dónde se llevaron su cuerpo?

Temerosas. El corazón latiendo. Entran lentamente al sepulcro. No hay cuerpo. «No está». La verdad traspasa su corazón. ¡El cuerpo del Maestro no está! De repente, la cueva oscura se ilumina. Dos hombres resplandecientes se paran junto de ellas, las miran, sonríen y las cuestionan: «¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?».

Hoy celebramos ese maravilloso acontecimiento. Hoy proclamamos a los cuatro vientos que nuestro Dios está vivo. Y, sin embargo, si pusiéramos mucha atención. Puede ser que escucháramos una tierna voz susurrarnos: «¿Por qué buscas entre los muertos al que vive?». Es una pregunta que recorre los pasadizos en mi mente, que se me ha colado en medio de mis sueños, que llama mi atención en todo momento: ¿Lo estoy buscando entre los vivos o entre los muertos?

¿Has ido a un Panteón? Estoy seguro que sí. ¿Qué es lo que hay allí? Muertos. Simplemente hay eso. Personas que algún día plasmaron sus huellas en esta tierra, que la vieron girar día tras día. Pero no más. Sus hechos, su trabajo, sus posesiones, no les pertenecen más. Solo quedan recuerdos que se perderán en una generación o dos. Tal vez, eres como yo, lees las lápidas, algunas viejas y abandonadas. Una frase o dos para describir el peregrinaje de esa persona por este mundo. En un Panteón hay un ambiente de, recuerdos, olvido, melancolía, maldición y muerte.

Decimos: «En Jerusalén está la tumba vacía». ¡¿Entonces por qué lo buscamos como si estuviera muerto?! Lo adoramos con un dejo de nostalgia y no de expectación. Hablamos mecánicamente del más grande milagro en la tierra: su triunfo sobre la muerte, tal cual como lo hace alguien que perdió a un ser querido. Clamamos y dudamos de que nos oiga, como si fuera un ídolo más de piedra, madera o cerámica. Si está vivo, ¿por qué lo adoramos como muertos?

«¿Por qué buscas entre los muertos al que vive?». Al final de cuentas, no nos acercamos de la misma forma a un vivo que a un muerto ¿o sí? En medio del dolor de la pérdida de un ser querido, al recordarlo, le hablamos, pero no esperamos que conteste. A un muerto le reclamamos su abandono. Le hablamos con un suspiro. Lo visitamos cada semana en un panteón. ¿Y al Señor? ¿No le hablamos como si no fuera a contestarnos? ¿No le hemos reclamado su abandono? ¿No lo visitamos cada semana en el Templo? ¡¿Por qué lo buscamos entre los muertos?!

Y aclaro que no hago una comparación entre el Templo y un Panteón, es solo para señalar el hecho de que nuestro Señor no es una realidad cada día… Aunque muchos asisten al Templo con la misma actitud que en un funeral y muchas creyentes no viven, solo sobreviven.

Enfáticamente los divinos mensajeros les dijeron: «No está aquí». A veces, en nuestro peregrinar en esta tierra, sentimos que no podemos alcanzar a Dios. Queremos encontrarlo. Disfrutar de su Presencia. ¿No será que lo estamos buscando en el lugar equivocado? ¿Será posible que las doctrinas y nuestra teología «ha muerto» y no nos pueden proveer un encuentro con Dios? Tal vez la cuadratura de nuestro razonamiento apesta a cuerpo descompuesto y, no, Él no se encontrará allí.

«Ha resucitado». ¡Gloriosas palabras! ¡La muerte ha sido vencida! ¡El poder del pecado desactivado! Ya no lo buscamos entre los muertos. Ya no lloramos ni lamentamos. Él está vivo. Vivo. Y cerca de nosotros. Me gustó lo que dice Alex Sampedro en una enseñanza. Él menciona que Dios es majestuoso, y que si lo viéramos le temeríamos; pero que, por el sacrificio del Señor Jesús, le podemos amar. ¡Nuestro Señor y Maestro destrozó la barrera entre el Padre y nosotros!

¡Dejemos de buscarlo en las tradiciones de nuestra denominación cristiana! ¡Dejemos de disfrazarnos de personas aptas para poder verlo! ¡Dejemos de buscarlos entre la hedionda pestilencia de nuestros conceptos! Acerquémonos al Señor como vivos. Porque por su sacrificio, Dios nos dio la vida. Dejemos la muerte a un lado, dejemos de creer que el dolor es más grande, que la perdida gobernará nuestra vida, que será imposible perdonar aquella traición.

Querida Iglesia, hoy recordamos que el Señor Jesús resucitó. El mayor homenaje que le podemos hacer es adorarlo, buscarlo entre los vivos; y amarlo con la plena convicción que estamos vivos… en Él. Bendito el nombre de Dios. ¿Me permites terminar cantando? Amo este himno, desde que era niño, mi corazón se embargaba de emoción cuando el director del culto decía: «cantemos el himno 125». Tomaba mi pequeño himnario Bautista y con todo mi corazón cantaba:

«La tumba le encerró, Cristo, mi Cristo;
El alba allí esperó, Cristo el Señor.

Coro:     
Cristo la tumba venció, y con gran poder resucitó;
Del sepulcro y muerte Cristo es vencedor,
Vive para siempre nuestro Salvador;
¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios! El Señor resucitó.

De guardas escapó, Cristo, mi Cristo;
El sello destruyó, Cristo el Señor.

La muerte dominó, Cristo, mi Cristo;
Y su poder venció, Cristo el Señor.

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