Día 28. Tratando de manipular a Dios



Día 28 de la Contingencia COVID-19

«En esa ocasión, el Espíritu del Señor vino sobre Jefté, y él recorrió toda la tierra de Galaad y de Manasés, incluida Mizpa en Galaad y, desde allí, lideró al ejército contra los amonitas. Y Jefté hizo un voto al Señor: ‘Si me das la victoria sobre los amonitas, yo entregaré al Señor al primero que salga de mi casa para recibirme cuando regrese triunfante. Lo sacrificaré como ofrenda quemada’» Jueces 11:29-31


Esta es una historia muy fuerte. De la que podremos aprender varias cosas. Tres aspectos son claves en ella. Primero, el Espíritu Santo vino sobre Jefté, de tal forma que se legitimó su llamamiento. Segundo. Hace un voto, promete sacrificar al primero que salga de su casa a recibirlo. Tercero. Gana la batalla y quien sale es su hija, era la única, no había más hijos; el texto nos da a entender que el la mató.

Entremos de lleno a nuestra reflexión. ¡Qué arrogante es el corazón del ser humano! Tan lleno de inseguridades, tan débil, aunque nos esforzamos porque los demás no se den cuenta de nuestra debilidad. Nuestros actos delante de Dios confirmen que estamos infectados de la inestabilidad de nuestra humanidad.

Comencemos con esta frase que, para mí, encierra todo lo que se necesita para cumplir con un llamado de Dios: «El Espíritu del Señor vino sobre Jefté». Esto era algo que no se podía esconder, que tenía repercusiones visibles en lo que este hombre hacía. Y, como en los casos de los jueces anteriores, el pueblo acude al llamado de Jefté. Así qué, él podía estar seguro que Dios le daría la victoria.

Antes de continuar con el punto central, debo señalar que, contrario a Jefté, el Espíritu de Dios no viene a nosotros. ¡Vive dentro de nosotros! Por gracia, hemos sido salvados de la acción del pecado y de la muerte, de la condenación. Comisionados para establecer su Reino, se nos han otorgado dones y ministerios; poder y autoridad. No nos hace falta nada para cumplir con nuestro destino. Dios va con nosotros.

Entonces, Jefté tiene el Espíritu de Dios sobre él. El pueblo está listo para pelear. Hace un voto, se compromete en una promesa: «Si Dios me da la victoria, yo le sacrifico al primero que salga a recibirme». ¡Tenemos esa manía de hablar de más! ¿No se daba cuenta que Dios ya estaba con Él? Crees, querida Iglesia, ¿que si no hubiera hecho esta promesa el Padre no le hubiera dado la victoria? ¿Qué su voto influyó de forma real en el resultado? ¡Por supuesto que no!

Pero los seres humanos siempre hemos creído que se trata de nosotros, que llevamos el peso de la relación con Dios. Que hay que hacer «votos» para conmover el corazón del Padre. «Pactos» para que Él se mueva en nuestra vida. «Sacrificios» para que Él se apiade de nosotros. No entendemos que no hay nada bueno en nosotros. Nada. Que no somos especiales. Que somos seres egoístas. Pero, Él nos ama. Su gracia se extiende, su elección es la que nos hace especiales.

La Iglesia comete este error, una y otra vez: tratar de convencer con nuestro humano esfuerzo, que Dios haga las cosas. ¡No entendemos que es Soberano! Tampoco que nos ama, que a través del Señor Jesús recibimos todas las cosas. Que, incluso, es su gracia la que nos impulsa a buscarlo. No requiere que lo «obliguemos» a cumplir con una promesa, con un sacrificio… y ¡mucho menos con sembrar una ofrenda!

Miremos a Jefté. Como habló de más. Como no se humilló a pedir la intervención divina y mostró un pleno desconocimiento del Padre. «Lo primero que salga a recibirme» ¿Qué suponía que saldría a recibirlo? ¿Algún animal? Sus palabras son insensatas. Ahora, notemos por favor que Dios no le pidió ningún voto. Tampoco se nos menciona la Escritura que lo obligó a cumplirla. Algunos creen que no mató a su hija, sino que quedó encerrada para siempre. Pero, si la sacrificó, ¡en ningún momento se nos dice que Dios pidió tal sacrificio! En todo, Jefté actuó sin considerar a Dios.

«Actuar sin considerar a Dios» ¿no es muy parecido a lo que hacemos? Nosotros pecamos, prometemos, nos consideramos, actuamos, vivimos y en ningún momento consideramos a Dios. Aunque nos decimos cristianos, creyentes que queremos obedecerle. Le prometemos cosas a Dios que no nos ha pedido. Ayunamos para obtener poder y no para relacionarnos con Él. ¡Hasta hacemos berrinches para ver si se conmueve y nos muestra su poder!

Ahora, que soy más grande (no tanto jajajaja), me doy cuenta que de joven una y otra vez trataba de «convencer» a Dios para que me hablara, para que me diera su Espíritu Santo. Como ser humano no podía concebir que esas cosas simplemente se recibieran por amor. Que era por gracia. Me esforzaba por obtener aquello que ya se me había dado. Y, cómo Jefté, muchas veces hablé de más, muchas veces prometí cosas que Dios no me pedía.

Y ese es el punto. ¿Por qué ofrecer a Dios cosas que Él no me pide? Mientras que lo que sí me pide, no se lo doy. Es un poco irónico ¿no? Seamos sinceros, cuantas de las cosas que hacemos, de los proyectos que iniciamos, de los ministerios que levantamos, en realidad son iniciativas humanas, y no algo que nace de la voluntad de Dios. Muchas veces, el enemigo es el que nos azuza y dice: «Si eres hijo de Dios, demuéstralo, debes de hacer…».

Así la Iglesia cae en un estado de activismo, mucho movimiento, mucho hablar, pero pocos resultados. Además, si el Padre nos ha escogido para llevar a cabo una tarea, ten la seguridad que se va a hacer, porque es su Voluntad. ¿Quiero decir que no debo de orar, que está de más ayunar? ¡Por supuesto que no! Pero, una vez más, hay que hacerlo con la intención correcta; y no para tratar de coaccionar a Dios para que nos ayude.

Querida Iglesia, no tratemos a Dios como alguien que busca una ganancia de nosotros; como una persona que solo invertirá en ti si le devuelves algo a cambio, si es un buen negocio. Él es nuestro Padre amoroso, no escatimó ni a su propio hijo, dice el Apóstol, ¿cómo no nos dará todas las cosas? Despojémonos de la vergüenza, del sentido de indignidad que nos embarga. Sí, no somos nada, pero en cuanto el Señor Jesús nos tendió la mano, nos hizo especiales.

Porque detrás de toda promesa apresurada, de esos votos; se encuentra una persona que no se cree digna de Dios. Alguien que piensa que debe ofrecer, como si nuestra humanidad valiera para algo. No, mi querida Iglesia, todo es por amor del Padre y, cuando entendemos esto, devolvemos ese amor con acciones de amor: sacrificios, ayunos, oraciones, predicaciones, etc. Las cuales van al cielo como gratitud y no como pago por un servicio. Meditemos en esto.

Comentarios

Entradas populares