Día 19. Cuando no acuden al llamado



Día 19 de la Contingencia COVID-19

«Los príncipes de Isacar estuvieron con Débora y Barac; siguieron a Barac a toda prisa hasta el valle. Pero en la tribu de Rubén hubo gran indecisión. ¿Por qué se quedaron sentados en su casa entre los rediles, para oír a los pastores silbar a sus rebaños? Así es, en la tribu de Rubén hubo gran indecisión. Galaad permaneció al oriente del Jordán. Y ¿por qué Dan se quedó en su casa? Aser se sentó sin moverse a la orilla del mar, y permaneció en sus puertos. Pero Zabulón arriesgó la vida, igual que Neftalí, en las alturas el campo de batalla». Jueces 5:15-18


¡Qué hermoso son los inicios de un ministerio! Cuando comenzamos el trabajo que Dios nos encomendó, ¡parece que estamos en una Luna de Miel! Todo es nuevo, nos sentimos seguros de que Dios nos usará para transformar al mundo. Pero muy pronto nos damos cuenta de algo: Aunque nos preparamos, nos esforzamos, tratamos de involucrar a los demás… no todos responden.

Esta es la verdad que tienen que enfrentan los líderes de las congregaciones. Pues, muchas veces, a pesar de que los congregantes no se involucran de manera activa en el trabajo, si lo hacen criticando a los líderes, peleando por no perder sus derechos y comodidades dentro de la Congregación. Y eso es un aspecto difícil de manejar.
Hoy seguiremos aprendiendo de la vida de Débora y Barac. Estas son preguntas que a menudo me hacen aquellos que están al frente de la Iglesia: ¿Cómo involucro a todos? ¿Por qué no me apoyan? ¿estoy haciendo algo mal? ¿será que me equivoqué y este no es mi ministerio? Estas reflexiones están llegando a un público diverso, dentro de ellos hay líderes y congregantes. Aunque me enfocaré un poco más a los que están en un liderazgo, reflexionar en esto servirá para toda la Iglesia.

Recordemos que Sísara, el general enemigo, tenía en su ejército 900 carros de guerra hechos de hierro (los vehículos militares más poderosos de aquel tiempo); al frente de ellos, había estado hostigando a Israel, por supuesto, porque una vez más se habían olvidado del Señor y adoraron dioses falsos. Débora llama a Barac y le dice que reúna a un ejército para pelear. Hasta aquí todo va bien. Barac va en nombre de Dios, recibió una revelación y una promesa específica… pero no todos respondieron al llamado.

Cuando Dios te da una visión, cuando se te asigna una tarea divina, lo primero que debemos de entender es que no todos te apoyarán. Yo sé que antes de tomar el liderazgo de un ministerio, creemos que haremos las cosas diferentes. Razonamos: «Dios está conmigo, Dios me dio esta visión, me la han confirmado proféticamente, cuando llame a todos a trabajar se levantarán y me seguirán…»; no, no es así.

Comenzar con esto en mente te ayudará a no sentirte lastimado, ni defraudado. El ministerio lo llevamos a cabo porque es una encomienda del Cielo y no porque la gente agradezca lo que hacemos. Al final de cuentas, el ministerio es una oportunidad de demostrar nuestro amor a Dios sobre todas las cosas y el amor a nuestro prójimo. Pero no, no todos lo entenderán.

De hecho, surgirán muchos que te dirán como hacer las cosas, que se enojarán si no se hace a su manera; los que piden privilegios especiales, los que se quieren aprovechar de tu ministerio, los que te criticarán por las cosas más increíbles que te puedas imaginar. Y sí, habrá quienes conspiren de ti a tus espaldas, te compararán con otros líderes, no agradecerán lo que haces, y sí; incluso, te desafiarán abiertamente. No, no es nada raro; es exactamente lo que le hicieron a tu Maestro y Señor.

Muchos son los factores por los que una Iglesia no apoya, no podemos analizarlos todos, pero sí algunos que se desprenden del texto que leímos. «En la tribu de Rubén hubo gran indecisión» es una frase que se repite dos veces en el texto. La gran mayoría de la gente no apoya por esto, porque la indecisión está en su corazón.

Como dije, el hecho de tener una visión de Dios, no va a lograr que todos nos sigan automáticamente. En el corazón del hombre hay mucha indecisión. En hebreo se describe como que tenían «muchas deliberaciones en su corazón». Es decir, no eran personas constantes, no estaban convencidas de querer tomar el riesgo de enfrentar a ese enemigo tan poderoso, en suma, no estaban seguros de creerle a Dios.

Y así hay muchos creyentes en las Iglesias, nos cuesta trabajo tomar una decisión; nos es difícil comprometernos, debido a la inseguridad que hay en nuestro corazón. Preferimos ser cautos y no arriesgarnos. Se relaciona con lo que el texto nos dice: «Se quedaron en sus casas, sentados entre los rediles». Como vemos, prefirieron la seguridad de su hogar, que participar en una gran victoria.

¿Sabes cuál es el problema querida Iglesia? Hemos aprendido a estar cómodos y seguros detrás de las paredes de nuestros templos. Se nos instruye a ir al Templo a «encontrarnos con Dios»; nos sentamos a «escuchar la Palabra»; nos levantamos a «adorar al Señor»; pero no nos involucramos activamente con el trabajo de la Iglesia. Hemos aprendido a estar cómodos y recibir la Palabra, en lugar de involucrarnos viviendo la Palabra.

Esto es algo que hemos perpetuado como Iglesia, escuchando a la congregación y preguntándonos como hacemos para que estén más a gusto y no se cambien a otra congregación. Querida Iglesia, no vamos al templo a recibir, esta es una idea errónea (aunque sí recibamos de Dios en él, no es el enfoque principal). No vamos al Templo a encontrarnos con Dios, eso lo hacemos en casa, somos la Iglesia que está en comunión con Dios; y vamos al Templo a dar y compartir. Esa es la gran diferencia.

Como congregante debemos cambiar el enfoque al asistir al templo, no poner nuestra mira en lo que recibimos, sino en lo que estamos dispuestos a compartir. La Iglesia no está para servir a la misma Iglesia Existimos para servir a Dios; después, para servir al mundo perdido y llevarlo al Señor, y, por último, servirnos los unos a los otros. Si estás al frente de un ministerio, prepara a tus discípulos para que viven la Iglesia de esta manera.

«Gad permaneció al oriente del Jordán». Mientras que algunos están indecisos sobre involucrarse, otros simplemente no se acercarán. Debes saber que en todo ministerio aparecerán creyentes que no solo no apoyan, sino que hacen visible su malestar. Incluso, te encontrarás con que habrá otros ministerios, e Iglesias, que atacarán el trabajo que estás haciendo. No es agradable, no es algo de esperar entre hijos de Dios, pero es real y debes de estar preparado para enfrentarlo, extendiendo la gracia que te ha sido dada y enfocándote en ser fiel.

 Y que decir de Aser que «se sentó sin moverse». ¡Qué descripción tan gráfica de algunos congregantes! Pues hay algunos que no solo no se involucran en el trabajo para Dios y no se adhieren a la visión, hay quienes simplemente no hacen nada. Cuando estamos en la Iglesia, mientras adoramos a Dios, habrá algunos que estarán mirando sus redes sociales, que no levantarán la mano, que no se unirán a la danza ante nuestro Dios.

Es triste cuando el director de alabanza dice «adoremos», y las personas no responden. Que la Palabra de Dios sea expuesta y las mentes estén en otra cosa. Es triste, pero es real, y debes estar consciente que a estas cosas te vas a enfrentar. Espera un momento, no es para deprimirse, si Dios te llamó es porque te usará para cambiar eso, puedes ser el instrumento para que Dios levante a la congregación o a tu ministerio y que se desate un avivamiento.

¿El secreto? A muchos Pastores nóveles les he dado este consejo: «No todos querrán apoyarte, pero habrá quienes sí lo harán ¡Trabaja con ellos!». Que tal que Barac y Débora se quedaran lamentándose por los que no vinieran y dijeran: «no vinieron todos, no iremos a la guerra!» ¡Jamás habrían ganado la batalla! Observemos el texto, pongamos atención a lo importante.

«Los príncipes de Isacar… siguieron a Barac a toda prisa hasta el valle»; «Pero Zabulón arriesgó la vida, igual que Neftalí». ¿Lo ves? El enfoque no es amargarse por todos los que no son fieles, sino valorar y trabajar con quienes sí lo son. Aún el Señor Jesús hizo esto; enseñaba a las multitudes, pero entrenó a un grupo reducido de discípulos; de hecho, fue con tres con los que conformó un grupo base: Pedro, Juan y Jacobo. Si al Maestro no lo siguieron todos, ¿qué podíamos esperar nosotros?

Mira las características de estos hombres, estaban listos para seguir, lo hicieron a toda prisa. Esa es la característica de un discípulo. Por supuesto, para tener esta clase de discípulos, también nosotros debemos serlo. Son hermanos preciosos que hasta han «arriesgado la vida» en esta lucha por el Señor.

Me apasiona mucho este tema, y creo que podría escribir bastante sobre esto. Pero terminemos, por hoy, con algunas recomendaciones sobre este tema:

Número 1. Si eres congregante, cuando asistas al Templo (claro, cuando acabe la Contingencia), participa en el culto con todo fervor. Si te piden alzar las manos, hazlo. Si doblan rodillas, hazlo también. Escucha atentamente la Palabra, minimiza tus distracciones y, lo más importante, no te preocupes solo por ponerte un buen traje, por maquillarte y peinarte correctamente; procura vestirte con la mejor actitud para participar de la Celebración a nuestro Dios.

Número 2. Como congregantes, involucrémonos en el trabajo de la Iglesia. Y no, no me refiero al templo solamente, sino a la proclamación del Evangelio y al servicio al mundo. Aún cuando asistas al templo debes estar atento si puedes apoyar a alguien, si Dios pone en tu corazón bendecir a alguien más. No sabes los milagros que se hacen cuando, al salir de nosotros mismos, damos una palabra de ánimo, un abrazo sincero, una sonrisa, te sorprenderá la gran diferencia que estos sencillos gestos pueden hacer. No vayas solo a recibir, ve a dar.

Número 3. Sé consciente que al tomar un liderazgo, o un pastorado, la Iglesia pasará un tiempo de «Luna de Miel» contigo, pero no durará. Habrá momentos de tensión. No todos te apoyarán. Pero tómalo con la actitud correcta. No olvides que el ministerio es de Dios, que quien sostiene la Iglesia es Él. Solo somos instrumentos, no pierdas ese enfoque.

Número 4. No se trata solo de decir la visión que Dios te ha dado y hacer un llamado a apoyarla. Piensa en los indecisos, a veces son miembros que aman al Señor, pero aún tienen temores (como alguna vez también los has experimentado). Así que procura ser muy claro en la entrega de la visión que Dios te ha dado. Aclara las dudas, procura que todos entiendan muy bien lo que se va a hacer… cuando se aclaran las dudas, muchos indecisos apoyarán la Visión que Dios te ha dado.

Número 5. Toma un tiempo para crear una cultura en la iglesia. A veces queremos introducir los cambios muy rápido. Comienza con la gente que quiere, prepara a los líderes, trabaja con amor y enfocado en tu meta. Poco a poco tu liderazgo se dejará notar en los demás, el fuego que Dios puso en ti pasará a los líderes, de ellos a otros líderes y a miembros clave de la Iglesia, y al pasar el tiempo verás como se involucran en la voluntad de Dios. Los cambios requieren tiempo. Crea una cultura bíblica paso a paso.

Número 6. Enfócate. No tomes personal las críticas a tu ministerio. Muchas son por chismes, otras por envidia y difamación, incluso, serán ataques con saña del enemigo. No te amargues por los que no quieren, ora por ellos, perdónalos, pero trabaja con los valientes que están a tu lado. Algunos están dispuestos a morir por la obra. Hónralos, minístralos, trabaja por ellos, ábreles las puertas de tu casa y confíales el ministerio. Te sorprenderás de lo que pueden lograr.

Querida Iglesia, como dije, el establecer el Reino de Dios es un trabajo de todos, te invito a ser parte de esto. Que el Señor esté contigo y avive su obra en medio de los tiempos.

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