Día 33. La tragedia del Invencible


Día 33 de la Contingencia COVID-19

«Entonces ella gritó: «¡Sansón! ¡Los filisteos han venido a capturarte!». Cuando se despertó, pensó: «Haré como antes y enseguida me liberaré»; pero no se daba cuenta de que el Señor lo había abandonado. Así que los filisteos lo capturaron y le sacaron los ojos. Se lo llevaron a Gaza, donde lo ataron con cadenas de bronce y lo obligaron a moler grano en la prisión». Jueces 16:20-21 NTV


Sansón se fue entregando poco a poco. Demasiado confiado en sí mismo, terminó autoengañándose, pensando que hasta podía saltarse las ordenes de Dios y salir ileso. Pronto descubrió que no podía hacerlo. Tal vez has creído que el gran Sansón terminó siendo vencido por una mujer, pero no; Sansón fue destruido por él mismo. Nunca aprendió a poner en sujeción sus deseos, vivió pensando que era libre de actuar como mejor le pareciera; sin tomar en serio su papel como Juez de Israel.

Lo mismo sucede con muchos creyentes. Van por la vida sin tener conexiones reales con la Iglesia, son independientes, creen que han madurado lo suficiente; que el Eterno Dios va a respaldar sus ministerios sin importar que su vida interior sea un desastre. Coquetean con el peligro, comienzan a amar lo que no deben y, cuando se dan cuenta, ya el desastre está sobre de ellos.

Dalila ya había demostrado claramente sus intenciones. Tres veces intentó entregarlo a los filisteos. Y aun así Sansón seguía encaprichado con ella. Le insiste, le ruega, lo presiona para que le revele su secreto. ¿Qué pensaba Sansón, que esta vez no intentaría entregarlo? Pero el orgullo de este hombre es tan grande que piensa que todo será como siempre. Cree que puede seguir sosteniendo el fuego sin quemarse.

Ese es el problema del que confía en sí mismo. ¿te das cuenta que llega un momento en que ya nos creemos «maduros»? ya sabemos como ministrar, siempre opinamos respecto a como se hacen las cosas «bíblicamente», servimos con nuestros dones, tenemos una «rutina» cristiana de vida. Eso es lo que ven los demás. Porque en nuestro interior sabemos que nuestro corazón no es fiel completamente, pero nos autoengañamos, creemos que Dios va a pasar por alto, al final de cuentas, Él sigue respaldando nuestro ministerio.

Hace mucho tiempo leí un libro, Ungido para la Sepultura, en él se narra la historia de un avivamiento, no recuerdo el lugar donde se llevo a cabo. El punto es que el Espíritu de Dios se derramó de forma impresionante: milagros, sanidades, multiplicación de alimentos, etc. Pues bien, uno de los hermanos sale comisionado por la Iglesia para predicar en un nuevo lugar. Él sale, mientras atrás queda su esposa, pues está embarazada.

Resulta que al pasar el tiempo, el Pastor descubre que este hermano, quien ya había abierto una congregación nueva donde se manifestaba el poder de Dios, se encontraba viviendo en una relación adúltera, sin ningún deseo de arrepentirse. Cuando es confrontado, su respuesta fue: «Si yo estuviera mal, no sucederían los milagros cuando oro». ¡Qué tremenda manera de ser engañado! Aquí vemos la misma actitud de Sansón.

Y es que en la congregación nos han enseñado a ser «fuertes»; se supone que debemos madurar a un punto donde seamos «invencibles». Muchos creyentes han caído víctimas de esta idea. Mientras más fuerte nos sentimos en la vida cristiana, más peligro hay de caer. Sabiamente el Apóstol nos advierte: «El que crea estar firme, mire que no caiga». Déjame decirte uno de los principios más importantes de la vida cristiana: nunca se trató de ser fuertes, todo lo contrario, la madurez se manifiesta en nuestra debilidad, la debilidad que reconoce su fuerza.

Nadie está exento de caer en este error. Pues el orgullo, erróneamente pensamos que se manifiesta solamente en los que: «se creen mucho», como decimos coloquialmente. Son aquellos cuya soberbia les hace despreciar el consejo de los demás, lo que creen que son los únicos que pueden hacer las cosas, pues solo ellos saben como hacerlas. No, el orgullo se refiere, también, a quien piensa que su manera de actuar, que sus opiniones, son correctas y no permiten que nadie más influya en su manera de pensar, creen que sus paradigmas están alineados completamente al Padre.

Quiero que analicemos el texto, pues nos describe unas pautas de alguien que ha sido vencido, irónicamente, por su sentido de «invencibilidad»; por esa seguridad en sí mismo que lo hace traspasar los límites que el Padre ha establecido claramente. Tal vez al mirar a un Siervo de Dios caer pensamos ¿cómo no se dio cuenta? Pero, cuidado, nunca debemos dar por sentado que estamos a salvo de caer.

Lo primero que hicieron los enemigos al capturarlo fue sacarle los ojos. ¡Qué vergüenza para Sansón! Permíteme tomar esta analogía. Lo primero que pierde una persona orgullosa es la visión. Aunque cree que sus opiniones e interpretación de la vida es correcta, en realidad está ciego a las verdades espirituales. ¿Cómo podrá encontrar el camino de la verdad una persona ciega? Ese es el punto. No puede.

Se intensifica la ironía sobre estas personas. Creyendo que conocen todos los caminos, que son expertos senderistas de la vida cristiana, en realidad están ciegos. No saben de donde vienen, tampoco saben a donde van y ¡mucho menos saben donde se encuentran! Si hablas con estos creyentes, muy pronto te vas a dar cuenta que tienen respuestas prefabricadas para todo, que hablan y dan vueltas para no contestar lo que preguntas porque la realidad es que ¡un ciego no tiene respuestas! Aunque finja tenerlas.

Fue atado con cadenas de bronce. La segunda ironía de los «invencibles» es que creen que tienen completa libertad de acción, que han desarrollado un cómodo sistema de vida en el que pueden actuar como quieran. Pero están atados, atados fuertemente. No conocen la libertad de una relación de amor con Dios, de una humanidad libre que depende de la divinidad para existir y no conocen la maravilla de experimentar la Vida de Dios.

Por último, se le puso a hacer un trabajo que haría un animal, dar vueltas alrededor de un molino. Cuando vives para ti mismo, la tercera ironía del «invencible» es que no tiene destino. Creen estar haciendo «grandes cosas» para el Reino de Dios, pero solo están llevando cargas sobre su espalda, haciendo un trabajo que los tiene dando vueltas y vueltas, sin realmente avanzar.

Una persona centrada en sí misma, siempre nos hablará de cuanto se «sacrifica» por el Señor, de las horas que se la pasa buscándolo, de los milagros que ha obrado, de las horas de sueño que pierde por establecer el Reino de Dios. Pues bien, no lo están estableciendo, solo están dando vueltas en el mismo lugar. Sus enemigos los han atrapado y se divierten viéndolos trabajar dando vueltas en el mismo lugar.

Querida Iglesia, debemos estar atentos. Sincérate. ¿Se te han acabado las respuestas, pero sigues dando las mismas de siempre? ¿Te cuesta relacionarte con un Padre amoroso? ¿Tu valor lo encuentras en los «sacrificios» que haces para Dios? Si respondes afirmativamente a alguna de las preguntas, ten cuidado, tal vez el orgullo ya se ha anidado en el corazón, acércate al Cirujano Divino para que lo extirpe de ti.

Sansón terminó siendo vencido por él mismo. Que no nos suceda lo mismo, aprendamos a vivir una vida dependiente de Dios. Sobre todo cuando vemos que días malos se acercan. Es de vital importancia ser una habitación para la presencia de Dios, pero recuerda que Él solo se acerca a los de humilde corazón. No sembremos acciones orgullosas, porque de Dios nadie se burla.

Comentarios

Entradas populares