Día 17. La fuerza proviene del Señor
Día 17 de la Contingencia COVID.19
«El Espíritu del Señor vino sobre él, y comenzó a ser juez de Israel. Entró en guerra contra Cusán-risataim, rey de Aram, y el Señor le dio la victoria sobre él». Jueces 3:10
Israel se ha establecido en la tierra prometida, Josué ha
muerto. Desgraciadamente, la generación que se levantó después de él, se alejó
de los caminos del Señor. Israel entraría en un triste ciclo que seguía este
Patrón: pecaban adorando a falsos dioses, eran conquistados por una nación
enemiga, clamaban a Dios, Él levantaba a un libertador, el enemigo era vencido,
eran fieles un tiempo, volvían a pecar… Y el ciclo volvía a empezar.
Nos tomaremos un tiempo, mientras transitamos por el libro de
los jueces, para analizar algunos aspectos de la vida de ellos, así, podremos
aprender de sus aciertos y evitar sus errores. Hoy hablaremos del primer juez,
Otoniel. Quien era sobrino de Caleb. Ya desde allí vemos como un hombre de Dios
será una influencia positiva para su familia.
Sobre el aspecto en que quiero reflexionar, lo encontramos
desde el mismo nombre de este libertador: Otoniel. Tiene un nombre con un
significado hermoso: «Fuerza de Dios». Y esa es la principal característica que
quiero resaltar en esta meditación, que la fuerza está en Dios, no en nosotros.
¡Qué difícil es que entendamos en la práctica un concepto tan sencillo!
Y es que lo sabemos, lo predicamos, lo proclamamos: que la
fuerza y el poder provienen del Señor, pero seguimos intentando provocar las
cosas con nuestras propias fuerzas. En la mayoría de los casos, aceptamos que
la salvación es por gracia, tal como dicen las Escrituras. Pero cuando se trata
de la santificación (el proceso en el que aprendemos a comportarnos como el
Señor), nos olvidamos de la gracia y comenzamos a hablar de nuestro esfuerzo
para «corresponder al Señor».
Recuerdo la primera vez que Dios me reveló mi religiosidad, fue
un momento doloroso, reconocer mi humanidad estorbando su obra. Pero,
liberador, porque reconecté con su gracia y, paso a paso, aprender a vivir como
Él vive. ¿Sabes que descubrí? Que, efectivamente, mucho del trabajo para Dios
lo hacía en MIS fuerzas, que eras MIS proyectos, que las cosas la hacía en MI
tiempo y de la manera que a MI me parecía correcta; excusado en mis deseos de
agradar al Señor. Renunciar a la religiosidad me abrió los ojos a lo que
significa la gracia.
La verdad es que, cuando comenzamos a ser cristianos, nuestra
tendencia natural es «andar en la carne» (es decir, hacer las cosas con nuestra
humanidad). Y, por supuesto, podemos orar, cantar, servir, predicar, ministrar,
ayudar a los pobres, etc., en nuestras fuerzas. Es lo normal. Aún no aprendemos
a caminar espiritualmente (es decir, en el poder de su Fuerza). Por eso se nos
considera niños espirituales. Pero debemos avanzar, aprender a ser guiados por
Él. Por la sencilla razón que movernos fuera de su voluntad puede causar
nuestra destrucción.
«El Espíritu del Señor vino sobre Él». Antes de avanzar,
hagamos un paréntesis para ubicarnos en el contexto histórico. Estamos en el
Antiguo Testamento, el Señor Jesús aún no había reconciliado a la humanidad con
el Padre. Por esa razón, el Espíritu Santo no podía vivir DENTRO de las
personas, sino que las ungía desde fuera, y por periodos de tiempo. De allí que
la expresión «vino sobre Él», sea algo literal.
Ahora el hermoso Espíritu Santo vive dentro de nosotros, nos
guía a toda la verdad. Pero se aplica el mismo principio que en este pasaje: No
te muevas hasta que el Espíritu de Dios te impulse. Nota bien lo que dice el
texto, primero viene el Espíritu de Dios sobre de Él y luego se moviliza. Como mencioné,
aún su nombre da testimonio de esta verdad: Dios es la razón de su fuerza.
En este año se cumplen 30 años enseñando la Palabra de Dios. Ha
sido un tiempo maravilloso. Si me preguntaran cual es la lección más poderosa
que he aprendido, es esta precisamente: Abandónate a Dios. Abandonarse es dejar
de pelear con nuestras fuerzas, dejar de depender de nuestra astucia y aprender
a usar su fuerza y la sabiduría de sus caminos. No hay un método para aprender
esto, toma toda una vida… y aún seguiremos aprendiendo a hacerlo, ese es el
proceso de santificación.
Porque, como hemos dicho desde el principio de estas
reflexiones, «el cristianismo trata de Dios, no de nosotros». Es así de
sencillo, toda obra comienza en Dios, continúa por Dios y termina en Dios. Cuando
la obra comienza en nosotros, no podrá sostenerse; cuando es nuestra humanidad
la que trata de engendrar algo espiritual, los resultados pueden ser
catastróficos.
Sigamos con el texto, veamos el orden. Primero, viene el
Espíritu de Dios. Eso ya lo establecimos, que el impulso inicial de cualquier
obra, proviene del Eterno. El segundo paso, nos dice que comenzó a ser Juez
sobre Israel. ¿Qué hace un juez? Es la pregunta que nos debemos de hacer, esto
es sencillo: «Es alguien que juzga». Observa bien, antes de tener la capacidad
de juzgar necesitamos la obra del Espíritu de Dios en nosotros.
Juzgar tiene que ver con la capacidad de distinguir entre la
verdad y la mentira. Dios es la fuente de la verdad, el establece que es lo
bueno y lo malo, lo correcto y lo inmoral, la verdad y la mentira. Por eso es necesaria
la guianza del Espíritu de Dios, para poder conectarnos con la visión de Dios,
y mirar las cosas como Él las ve.
Al tener la visión de Dios en nosotros podemos juzgar
correctamente, es exactamente lo que el Señor Jesús dice en el evangelio de
Juan, que su juicio era correcto porque no emanaba de su opinión, sino de lo
que su Padre deseaba (Juan 8:15-16). No solo se trata de juzgar a los demás,
también de hacerlo con nuestra propia vida. Así podremos avanzar, respondiendo
a la acción del Espíritu de Dios en nosotros y eligiendo los caminos correctos
para nosotros.
Después de juzgar, ahora sí estamos listos para entrar a la
guerra y obtener la victoria. El problema está cuando nos lanzamos a la guerra
sin primero recibir la guianza de Dios, nos encontramos peleando sin primero
haber discernido correctamente los tiempos y las estrategias de Dios. No es
casualidad que el primer juez que se menciona se llame «Fuerza de Dios», y que
se diga que el Espíritu de Dios vino sobre Él.
Querida Iglesia, cuando comenzamos la vida cristiana, miles de
opciones se extienden ante nosotros, nuevas obligaciones y responsabilidades.
No podemos cumplir con todas, somos humanos. Lo intentamos. Pero no podemos, no
estoy siendo derrotista, sino señalando el hecho de que Dios quiere que
aprendamos a depender de Él. Por eso Israel pasó primero por el desierto, por
eso el Padre dejó naciones para que Israel no se olvidara de como pelear
(dependiendo de Él).
A veces nosotros cambiamos el enfoque, en lugar de enseñar a la
Iglesia a escuchar la voz de Dios y moverse conforme a su voluntad. La urgimos
a actuar, a trabajar, a demostrar su amor a Dios. Lo cual no es malo en sí
mismo. Pero podemos caer en un activismo, trabajamos y trabajamos, solo para
darnos cuenta que ya nos sentimos vacíos. Mira en Apocalipsis 2 como Dios le
dice a la Iglesia de Éfeso, era una Iglesia que trabajaba, que defendía la fe,
que predicaba y hacia las cosas correctas… pero había perdido su primer amor.
Querida Iglesia, debemos ser como los surfistas. Ellos esperan
la ola correcta, y cuando llega, se montan en ella, viajan con ella y concluyen
su viaje con ella. Así, debemos de esperar la ola del Espíritu de Dios,
subirnos a ella y viajar sobre ella. Entonces verás como tu entendimiento y
decisiones comienzan a ser más acertados, juzgando correctamente (pues esto
solo se aprende con práctica); y obteniendo la victoria en las situaciones
difíciles.
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