Día 25. División para el que divide


Día 25 de la Contingencia COVID-19

«Tres años después de que Abimelec comenzó a gobernar a Israel, Dios envió un espíritu que generó conflictos entre Abimelec y los ciudadanos prominentes de Siquem, quienes finalmente se rebelaron. Dios estaba castigando a Abimelec por haber asesinado a los setenta hijos de Gedeón, y a los ciudadanos de Siquem por apoyarlo en esa traición de asesinar a sus hermanos». Jueces 9:22-24 NTV


En la sucesión de Jueces encontramos a alguien que se coló. Su nombre es Abimelec, propiamente dicho, él no fue un Juez, pues se autoproclamó Rey. Aprendamos algunas cosas respecto a Él. Resumamos su historia. Gedeón rehusó el gobernar sobre Israel, solo pidió parte del botín. El hombre tuvo 70 hijos, y, también, tuvo un hijo con una concubina. Ese hijo fue Abimelec.

Cuando Abimelec se hizo grande, se acercó a los hombres de Siquem y les pidió su apoyo. Pues su madre era de esa ciudad. Los de Siquem no solo lo apoyaron, le dieron dinero con el que contrató asesinos que, junto con él, dieron muerte a sus hermanos. Solo quedó Jotam, el hijo menor. Después de esto, Abimelec fue coronado como Rey.

Abimelec pensó que había hecho una jugada maestra, que se había salido con la suya. El crimen perfecto. Pero Dios lo estaba viendo. Le dio su justo castigo. No me adelanto. Hoy quiero que meditemos en los que atacan a sus hermanos y se proclaman señores de los demás. Cuando Israel le pidió a Gedeón que los gobernara, él respondió sabiamente: «No seré señor sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará: Jehová señoreará sobre vosotros». (Jueces 8:23 RVR60).

¿Quién puede enseñorear sobre el Pueblo de Dios? ¿Quién puede ser Señor de los escogidos? La respuesta salta a la vista, solo Dios. Le pertenecemos. Él es nuestro Señor. Gedeón, sabiamente, entiende esto. Sabe que la obra que le fue encomendada terminó, se hace a un lado. Da el honor a quien lo merece: «Dios gobernará sobre ustedes». ¡Cuántos problemas nos evitaríamos en las congregaciones si hiciéramos caso de esta simple verdad! (Y, dicho sea de paso, esto no es para que critiques a los demás, es para que examines tu corazón, mi querida Iglesia).

Hoy muchos atacan impunemente a sus hermanos. Se cobijan bajo la bandera de que «estamos defendiendo la verdad». Cuando en realidad tienen conflictos no resueltos en su corazón y aman estar al frente; les encanta ser el centro de la atención; tener el control; ser protagonistas; gobernar sobre los demás. Otros más, hablan desde sus heridas, critican y apoyan a los que se rebelan; respaldan la obra de quien es rebelde y lo siguen.

Querida Iglesia, no me asombra que haya personas así. Gente que gobierna y usa a la congregación para sus propios fines. El Señor nos advirtió que existirían. Lo que no entiendo es el por qué la gente los sigue. ¿A qué se debe que aunque sean defraudados, reconozcan sus mentiras y adulterios, la gente sigue creyendo en ellos? ¡Por qué no huyen de esos líderes! Que Dios no nos encuentre siguiendo a una persona así.

No debemos apoyar jamás a un individuo que quiere dividir una Iglesia. No seamos como los de Siquem, que dieron su apoyo a Abimelec para destruir a sus hermanos. Incluso, no debemos permanecer callados mientras otros conspiran en contra de las autoridades de la Iglesia. Debemos tener una postura firme. Podemos estar en desacuerdo. Podemos opinar de forma diferente. Pero jamás ser encontrados siendo desleales. La Biblia nos instruye a hablar las cosas de frente.

Quiero que observemos algo. Gedeón dio una orden firme: «No lo gobernaré», dijo. Y añadió: «Tampoco lo hará mi hijo». Abimelec desobedeció la orden de su Padre. Si eso no era suficiente, él no tenía un llamado divino; él no había sido escogido. Solo era un humano que quería una posición de grandeza. Aquí encontramos sabiduría. Jamás te autoimpongas donde no has sido llamado por Dios.

Las Escrituras nos dicen claramente que los ministerios, los dones y sus operaciones son dados por el Eterno Dios. Él escoge nuestro lugar dentro del Cuerpo, que es la Iglesia. Así, cada uno en su lugar, establecemos el Reino de Dios. No se trata e honra, ni de prioridades, simplemente es un acto de la Soberanía de Dios. Debemos ser felices de cumplir con la tarea que se asigne, pues con un solo miembro que no haga su trabajo, toda la obra del Cuerpo se entorpece.

Es de vital importancia que conozcas tu don y ministerio, y que estés trabajando activamente en él. De lo contrario, puedes estar realizando un trabajo para el que no fuiste llamado. Incluso, hay pastores que no tienen un llamado a ser pastores; personas que ocupan púlpitos sin tener el ministerio de enseñar a la Iglesia; músicos que no son adoradores. ¿Por qué anhelamos esos lugares? porque nuestra humanidad anhela ser admirada y tener una influencia en los demás, lo que debe traducirse como el deseo de que los demás hagan lo que yo digo.

Por eso la disciplina por la que pasamos los creyentes es difícil. Golpea nuestra carne y nuestros deseos impuros. Nos purifica para cumplir fielmente con la encomienda del Señor. Porque de lo contrario, comenzamos a anhelar que las cosas se hagan a nuestra manera, a amargarnos porque nuestras opiniones no son escuchadas (claro, no lo decimos así. Lo que hacemos es proclamar que seguimos la Verdad de Dios y que nosotros sí sabemos como hacer las cosas, que los demás son rebeldes por no someterse a Dios).

Si tan solo los creyentes dejáramos de criticar y en lugar de eso ocupáramos nuestro lugar; cumpliéramos con nuestras responsabilidades en vez de pelear por nuestros derechos. Aun siendo llamados por Dios, teniendo un ministerio legítimo, se puede encontrar dentro de nosotros ese deseo de gobernar a los demás. La Iglesia tiene una sola cabeza. Y no, no es el Pastor. Es Dios. Debemos de dejar que Él gobierne la Iglesia a través de TODOS los hermanos en quienes actúa el Señor Espíritu Santo.

La Iglesia es una entidad viva. No es una empresa. No es una organización. Está viva. Es el receptáculo de la Gloria y Presencia de Alto Dios. ¿Quién la gobierna? ¿Quién la controla? ¿Quién la coordina? Él. Solo de Él es la gloria. Dios estableció jueces, no reyes, porque Él es el Rey de Israel. Él es el Rey de la Iglesia. Israel quiso copiar los sistemas de gobierno de este mundo y ofendió a Dios.

Si la Iglesia comete ese error (de hecho, lo hacemos) y establecemos gobiernos y estructuras humanas en la Iglesia, Por eso solo obtenemos resultados humanos; engendramos carnalidad. No, la Iglesia debe ser celestial en su orden y trabajo. Así, el resultado será sobrenatural. Cuando una persona comienza a señorear sobre una congregación o ministerio (y mira que no siempre es el Pastor o el líder), usurpa el lugar de Dios. Y aunque proclamemos que no es así, que Dios dirige lo que hacemos, lo sabio es dejar que el Espíritu de Dios nos escanee y nos revele si estamos fallando en esta área.

Es importante. Al final, Abimelec recibió su castigo. Dios provoca una división entre él y los de Siquem. Tanto uno, como otro bando fue destruido. Entendamos la lección. Si generas división siempre cosecharás división. ¿Has observado como los que dividen una Congregación y levantan su propio templo, terminan divididos ellos también? Incluso, quien separa a un matrimonio, para iniciar su propia familia, suele terminar con su propio matrimonio destruido.

De Dios nadie se burla. Siempre se cosecha lo que se siembra. Es por eso que una Iglesia que dividió a otra no permanece. Si tu congregación está en esta situación, deberían convocar a un tiempo de profundo arrepentimiento. Escuchar la voz de Dios. Seguir su dirección, tal vez les pida cerrar la obra. Pues de lo contrario, la maldición los seguirá. Es así de sencillo.

Querida Iglesia, es mi oración que no seas encontrado como simpatizante de alguien que ataca a sus hermanos. Incluso, cuida tus palabras. Porque muchas veces nuestras acciones van en contra de los hermanos, los criticamos, nos burlamos de ellos, los consideramos ignorantes de las verdades de Dios. Aunque Dios nos mandó amarnos, preferimos comernos unos a otros. Tengamos cuidado de esto.

Por último, si tu congregación alienta la división del Cuerpo; si salieron peleados con otra Iglesia y no hay arrepentimiento, siguen hablando de los otros, lo mejor es que salgas de ella. A menos que Dios te indique claramente que te quedes. La Iglesia es donde hacemos alianzas, ¿qué alianza se puede hacer con alguien que divide al Cuerpo? ¿Qué confianza puede haber en ellos? El tiempo se acorta, busquemos el Rostro de Dios y crezcamos en amor. Y, sobre todo, cuida que el amargado y divisor no seas tú mismo.

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