Día 16. Una generación entrenada



Día 16 de la Contingencia COVID-19

«El Señor dejó a ciertas naciones en la tierra para poner a prueba a los israelitas que no habían conocido las guerras de Canaán. Lo hizo para enseñar a pelear en la guerra a las generaciones de israelitas que no tenían experiencia en el campo de batalla». Josué 3:1-2

 Estamos creando generaciones abandonadas. En familias donde mamá y papá tienen que trabajar, poco es el tiempo que se invierte en los pequeños. Criados por los abuelos, quienes, a pesar de amarlos profundamente, ya no tienen la misma energía para criarlos. Eso, en el mejor de los casos. Porque hay muchas familias en donde el padre es solo un recuerdo, donde la madre es un amargo sabor de boca evocado por su abandono. Es una generación abandonada.

Una generación que se cuida de sí misma, que todo gravita alrededor de ellos mismos. Que conocen al dedillo cada uno de sus derechos, pero no les puedes hablar de responsabilidades. Los ves gritando por las calles, abogando por las causas «justas», vertiendo sus opiniones «acertadas» en redes sociales. Proclamando que no existe la verdad, pues es el pretexto perfecto para poder hacer lo que ellos quieren, para defender «su verdad». Por eso navegan con su propia interpretación de la palabra «tolerancia».

Es una generación de barro, que hay que tratar con «algodones», para no herir o lastimar sus sentimientos. No se les puede exigir nada, no les puedes reclamar nada. Aún a sus propios hijos los educan con esta mentalidad de «intocables», como si la vida fuera una buena amiga que nunca nos depara obstáculos terribles. Aman hasta que «se acaba el amor».

Sí, lo reconozco, estoy generalizando, pero es algo que se ve de manera evidente. El día de ayer reflexionamos sobre la necesidad de que la nueva generación crezca conociendo al Señor y sus maravillas. Sin embargo, tradicionalmente la Iglesia los ha tratado de preparar alejándolos «de las cosas del diablo», separándonos «del mundo». Lo que creó una generación de creyentes desconectada del mundo e incapacitada para impactar todos los sectores de la sociedad.

Como padres nos enfrentamos a muchos retos a la hora de instruir a nuestros hijos: no proyectarnos en ellos, no provocarlos a ira, aprender a respetar su individualidad, pasar tiempo de calidad con ellos, enseñarles que toda acción conlleva una consecuencia, no verter nuestra frustración sobre ellos, mostrarles las bondades del Señor para con nosotros… y un largo etcétera. Pero hoy, meditaremos en una que es básica, no sobreprotegerlos.

Josué era un siervo fiel a Dios, tan fiel, que de haber seguido su campaña militar, no había duda que habría conquistado toda la Tierra Prometida. Pero, ¿qué hace Dios? lo detiene. Es una de esas cosas difíciles de entender de Dios. «Señor, vamos ganando, estamos haciendo tu voluntad», es lo que yo le hubiera dicho. Pero, detengámonos, observemos el texto. El Padre estaba pensando en las siguientes generaciones.

Ahora, como padres, ¿qué hacemos? Queremos conquistar toda la Tierra para nuestros hijos, nos esforzamos, nos desgastamos porque tengan todo a la mano. Para que nada los lastime, para que no les puedan hacer daño. Nos volvemos unas fieras a la hora de defenderlos de los demás, y, a veces, ellos son los causantes de esas peleas. Pero el Señor no es así, Él mira a Israel y, en su sabiduría dice, «tienen que aprender a pelear».

¿Cómo entrenamos a una generación para la guerra? Dejándolos que peleen sus propias batallas. ¡Qué frase tan dura! ¡Cómo conmueve nuestro corazón! Permitir que mi hijo sea preparado para la vida librando cruentas batallas, contra enemigos más experimentados, contra un mundo lleno de trampas, contra un enemigo cruel y lleno de odio… Sí, ellos deben aprender a luchar contra todo ello.

¡No! sería nuestra primera reacción. «De ninguna manera mi hijo irá a la guerra, mejor voy yo en su lugar». Espera un momento, todo es cuestión de enfoques. En la segunda película de las Crónicas de Narnia, aunque es la que menos me gustó porque se aleja de la esencia del libro, hay una escena memorable. En ella el ejército enemigo va en retirada para refugiarse en su ciudad. Para eso, tiene que atravesar un puente.

Ellos se detienen al ver del otro lado de puente a la pequeña y tierna Lucy. Una niña, quien al verlos saca su puñal de su estuche, lista para pelear por Aslan. ¡Ternurita! Es lo que podríamos decir. Los enemigos se ríen, la gente en la sala del cine se ríe también, si la viste, probablemente esbozaste al menos una sonrisa. ¡¿Qué hace esa niña en la guerra?! ¡¿Qué piensa que puede hacer?! Pero las risas se congelan en los rostros, porque detrás de esas niñas, con toda su majestuosidad, con el porte real que hace temblar a sus enemigos, aparece el Gran León, Señor de Narnia, Aslan en persona. Te lo confieso, aún lo recuerdo y lágrimas salen de mis ojos, pues esta niña era quien tenía el mayor poder: el respaldo del Dios Eterno. ¿Notas la perspectiva?

¿Tienes cerca a tus hijos? Míralos detenidamente. Deja te cambio la perspectiva. No, no estás viendo a tus hijos. Son princesas, príncipes, son la generación sabia y llena del Espíritu que se levantarán para traer el más grande avivamiento sobre la tierra. ¿Quieres preparar una generación fiel al Señor? ¡Comienza a verlos como son! Grandes guerreros, respaldados por el Dios Eterno. Son los Pastores, los Evangelistas, los Profetas, los grandes Sanadores y Restauradores de los últimos tiempos, son los Instrumentos del Dios Altísimo para transformar el mundo, para preparar su venida. Dejemos de tratarlos como algo menor que eso. Dejemos de sobreprotegerlos.

Como todos los creyentes del mundo, deben aprender a trabajar en unidad con el Cuerpo de Cristo. Aprender a estar sujetos y a guiar sabiamente a otros, así ocuparán con honor el lugar que el Espíritu de Dios les ha reservado en su Iglesia. Deben aprender a permanecer firmes en la mano del Padre, en la frustración, en la traición, en la división, en la difamación, en la fama, en el éxito. Deben comprender que todo gira alrededor de nuestro Señor y no de ellos. Deben, en suma, aprender a pelear para conquistar su propósito en Dios.

Es lo que nos dice este verso, que Dios dejó esas naciones para probar a Israel, para que tuvieran la oportunidad de creer en su Dios, para que pelearan bajo su estandarte, para que crearan su propia historia de Amor con su Señor. Cuando eduquemos a nuestros hijos, hagámoslo pensando en el futuro, pues no los corregimos para que «aprendan a comportarse»; sino para que «aprendan a vivir» honrando a nuestro Dios.

Bien, queda establecida la importancia de la siguiente generación, y claro, doy por sentado que entiendes que Dios ama profundamente a cada uno de nuestros hijos. Entonces, no le pongamos fácil la vida a nuestros hijos, preparémoslos para que sean independientes. Permitámosles vivir experiencias para que aprendan sabiduría. El secreto es establecer fundamentos fuertes en ellos para que en el tiempo de prueba, esas raíces los mantengan firmes.

Las crisis son la oportunidad que nos da la vida para aprender a desarrollarnos y crecer. Si nuestros hijos no pasan por crisis, entonces no aprenden a vivir. Es como cuando aprendieron a caminar, los soltábamos, pero vigilábamos para que sus caídas no fueran tan duras. Pero el principio sigue siendo el mismo: «Si no caes, no aprendes a caminar».

Alfred Sonnenfeld escribió un libro titulado: «Educar para madurar»; en él explica, de acuerdo a los descubrimientos de la neurociencia (como funciona el cerebro) como educar a los niños para la vida. Hay una frase que se me quedó grabado: «no se lo pongas fácil». Explica que cuando un niño tiene todo a mano, no se le dan responsabilidades, se le permite hacer lo que quiere; en realidad lo que sucede es que no aprende el significado de la verdadera motivación.

¿Qué provoca esto? Que nuestros hijos no saben esforzarse por obtener resultados que los hagan sentir orgullosos de sí mismos. Aprenden a tener todo «a la mano»; por lo que su cerebro compensa la falta de satisfacción motivacional con actividades que le den pequeñas dosis de placer momentáneo: videojuegos; redes sociales; comida; sexualidad; alcohol, tabaco; drogas; etc.

Tal vez te sorprenda el hecho de que al darle todo en la mano a tus hijos, al defenderlos irracionalmente contra todo, los estás entregando a una vida esclavizada por placeres momentáneos. Vida que, lo peor de todo, defenderán creyendo que tienen el derecho a vivir así. Por eso las nuevas generaciones van perdiendo la capacidad de investigar, de inventar, etc. Todo lo buscan en sus celulares ¡Hasta las manualidades para copiarlas!

Enseñemos a nuestros hijos a ahorrar, a esforzarse para obtener cosas, a ejercitarse diariamente para que vean los beneficios. Todo se trata de que aprendan que en la vida se cosecha lo que se siembra; y que solo el esfuerzo invertido hoy se cosecha como satisfacción mañana. Una persona que entiende el placer de un trabajo bien hecho, será alguien que estará motivado siempre.

Pues bien, mi querida Iglesia, podría hablar mucho de esto, pero no tenemos el espacio para hacerlo. Terminemos diciendo que no tengamos miedo de poner límites sanos, que creemos ambientes donde nuestros hijos se desarrollen, que aprendan a administrar su dinero y tiempo; a desarrollar proyectos y llevarlos a buen término. En suma, dejemos enemigos alrededor para que aprendan a pelear, que aprendan el dulce sabor de la victoria, que aprendan a vivir.

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