Día 21. La ceguera de la amargura


Día 21 de la contingencia COVID-19

«—Señor —respondió Gedeón—, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos sucede todo esto? ¿Y dónde están todos los milagros que nos contaron nuestros antepasados? ¿Acaso no dijeron: “El Señor nos sacó de Egipto”? Pero ahora el Señor nos ha abandonado y nos entregó en manos de los madianitas» Jueces 6:13


«De la abundancia del corazón habla la boca» (Lucas 6:45), es una de las frases más conocidas del Señor Jesús. Una gran verdad encierra, nuestras palabras tienen la peculiar característica de poder revelar lo que pensamos, lo que sentimos y la condición general de nuestro interior, nos guste o no.

Seguimos estudiando la vida de los jueces, y estamos con Gedeón. El día de ayer hablamos de esa maravillosa gracia que Dios nos otorga al comenzar con nuestro futuro y no con nuestro presente… pero ¡Gedeón ni siquiera se da cuenta de ello! La verdad es que el más grande impedimento para que Dios cumpla sus propósitos en nosotros, ¡somos nosotros mismos! En este pasaje Gedeón nos muestra como un corazón amargado no es capaz de entender los propósitos de Dios.

Tal vez te preguntes porque digo que Gedeón tenía un corazón amargado, precisamente por sus palabras, como a continuación veremos, las palabras de Gedeón revelan un corazón dominado por la amargura. Aprendamos de este hombre de Dios como la amargura se opone a la voluntad de Dios.

1. La amargura nos ciega ante los milagros de Dios.
¿Cómo reaccionarias? Estás pasando por problemas profundos, situaciones difíciles en las cuales no ves la salida. Te pones a hacer tus cosas, barres el patio, lavas la ropa, revisas los pendientes de tu trabajo en la computadora. Y, de repente, ¡ZAZ! Aparece un ángel delante de ti, no cualquiera, el mismísimo Ángel del Señor en persona. Te saluda, y de su boca salen adjetivos que señalan tu destino… ¿Qué harías?

Nos quedamos pensando en lo maravilloso que sería esa experiencia, seguramente ni podríamos hablar de la impresión. Algo maravillosos está sucediendo… pero no fue así con Gedeón. ¡Estamos hablando que un Ángel se le apareció! Y él ni siquiera se inmutó. No se asombró, no gritó, no se postró en tierra. Nada de esto hizo.

Y es que cuando la amargura es grande, cuando los problemas se han multiplicado y el corazón se ha enfriado, no somos capaces de asombrarnos de los milagros que Dios hace ¡Aunque sucedan en frente de nuestras narices! Muy dañado debe estar uno, muy herido, para ver un portento del Señor y permanecer indiferente.

Es tanta la indiferencia que ni siquiera reaccionó al apelativo de «guerrero valiente». De hecho, pareciera que Gedeón ni siquiera entendió esas palabras, como si el Ángel no las hubiera pronunciado. Están hablando de su destino, pero él no se da cuenta del momento glorioso que está viviendo. Por eso, muchos de nosotros, ya no nos conmovemos ante la Palabra de Dios, ni ante las revelaciones, la amargura nos lleva a perder la capacidad de asombro ante las obras de Dios.

2. La amargura nos lleva a cuestionar a Dios. 
El ángel le dice a Gedeón: «¡El Señor está contigo!». Imagina el honor de que un Ángel te diga eso, pero la respuesta de Gedeón es un «sí, como no», lleno de ironía le dice al mensajero de Dios: «si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos sucede todo esto?».

Gedeón no recibe la bendición, el cuestiona las palabras que Dios le dice. «¿Por qué nos sucede esto?»; la amargura siempre hablará con un dejo de dolor al referirse a Dios, no hay confianza, no hay fe, solo un «¿por qué no has actuado?» Por supuesto que a Gedeón no le importaba la respuesta de Dios, lo que Él quería era sacar su inconformidad. Tan no quería saber la respuesta que Dios no se la contesta, en lugar de eso lo manda a liberar a Israel. ¡Qué formas tiene Dios de cambiarnos la jugada!

3. La amargura nos incapacita para entender los tiempos de Dios.
Gedeón no es capaz de darse cuenta que algo importante estaba sucediendo en ese momento. Que era un encuentro que cambiaría la historia. Gedeón estaba centrado en sí mismo, en el sufrimiento que estaba viviendo, en la situación por la cual estaba atravesando. Su presente era tan real, que no podía ver su futuro ¡Aunque el Ángel se lo señalo claramente al saludarlo!

4. La amargura nos lleva a cuestionar a los demás.
Gedeón no ha terminado de quejarse, ahora pregunta: «¿Dónde están todos los milagros que nos contaron nuestros antepasados?».  Querida Iglesia, ¿te has dado que al estar amargados comenzamos a cuestionar las experiencias que otros han tenido? No solo eso, comenzamos a desacreditar su testimonio, alegando que «Nadie vive el cristianismo como se debe». La amargura ahoga la fe, comenzamos a dudar, a poner en tela de juicio las maravillas del Señor.

5. La amargura distorsiona nuestra visión de Dios.
«Ahora Dios nos ha abandonado» afirma categóricamente Gedeón. Me asombra que este hombre se atreva a hacer tal afirmación. ¿Sabes por qué? Porque yo mismo lo he dicho. Muchas veces he pensado que Dios se olvidó de mí, que ya no tengo esperanza, que soy un caso perdido. Así es, la amargura desenfoca mi entendimiento de Dios, lo empiezo a ver desenfocado.

Alguna vez, ministrando a un joven, me hizo una pregunta que ejemplifica el pensamiento de muchos cuando sufrimos: «¿Qué más me puede pasar?». Pero, pensemos un momento… ¿Qué pasaría si Dios realmente nos abandonara? No quiero ni imaginarlo. Si realmente nos diera lo que merecemos, si nos abandonara a nuestros propios caminos. Si Él realmente quisiera nuestro mal, no tendríamos esperanza.

Si algo me ha impresionado de lo que he leído en el Libro de Jueces, es la infinita paciencia de Dios. ¿Cuántas veces los perdonó? ¿Cuántas veces clamaron y Él respondió? No lo merecían, pero Él los amaba. Con todo, la amargura hace que hablemos con audacia, muchas veces con insolencia, nos quejamos de nuestro Dios a pesar de que Dios es bueno y nos sigue amando.

6. La amargura nos hace ser irresponsables.
«Nos entregó en manos de los madianitas». ¡Qué fácil es culpar a Dios! Gedeón dice que Dios los entregó a los madianitas, pero no dice por qué los entregó. Pues fue por su pecado que fueron castigados. Incluso, el pasaje nos dice más adelante que su familia adoraba a Baal y a Asera, dioses paganos. Por lo que él mismo era culpable de deslealtad ante al Señor.

Pero es más fácil decir: «El Señor» y no reconocer que es nuestra culpa. Eso hace la amargura, nos convence de que somos una víctima de las circunstancias, ocultando la verdad de que lo que vivimos es consecuencia directa de las malas decisiones y de los pecados que hemos cometido.

Querida Iglesia, oramos y pedimos a Dios que nos visite, le rogamos que se mueva en esta generación. ¿Estamos libres de amargura? ¿Puedes ver en tu vida alguna de las características que hoy analizamos? Tal vez Dios está haciendo milagros a tu alrededor y te has cegado a ellos. Es tiempo de que nos arrepintamos y volvamos nuestro corazón a Dios. Estemos listos para el avivamiento que viene.

Comentarios

Entradas populares