Día 13. Fidelidad total


Día 13 de la Contingencia COVID-19

«—Muy bien —dijo Josué—, entonces destruyan los ídolos que tienen entre ustedes y entréguenle el corazón al Señor, Dios de Israel». Josué 24:23


Ha llegado el momento. Atrás quedaron los días como esclavo en Egipto, ser testigo de primera fila de las plagas y la maravillosa liberación; de los milagros en el desierto, la larga peregrinación. Han quedado atrás aquellas jornadas militares, ahora la tierra está en paz. Ha quedado atrás la vida, Josué se prepara para cruzar la puerta de la muerte, o, mejor dicho, la puerta hacia la vida.

El pueblo se reúne. El silencio es patente. Su líder está a punto de despedirse. Una lágrima por aquí, otra por allá. Los oídos atentos. Y, como no podía ser de otra manera. Su líder los reta, una vez más: «Escojan a quien van a servir, si al Señor o a los otros dioses». Es el momento, la tensión se incrementa. Y, como no podía ser de otra manera, aquel pueblo fiel ruge como uno solo: «Serviremos al Señor».

Josué les responde con el texto en el cual hoy meditaremos. Porque no basta con proclamar la adherencia al equipo del Creador, hace falta saltar a la cancha; ser protagonista, y hacer la diferencia en estos encuentros que tenemos día a día contra el enemigo y su equipo de apetitos que habitan dentro de nosotros. Es necesaria la fidelidad, entregar todo el corazón a aquel que dio la vida por nosotros.

«Destruyan a los ídolos que tienen entre ustedes». Fue la enfática orden que se le dio al Pueblo de Israel. Sí, ya no tenemos ídolos de yeso, imágenes de metal o madera. Entonces, querida Iglesia, déjame ponértelo así: «Destruyan a los ídolos que tienen dentro de ustedes. Y hoy, querida Iglesia, nuestra meditación ira encaminada a este importante principio.

Comencemos pensando, ¿qué es un ídolo? En el texto una traducción sería quiten los dioses extraños de ustedes, lo cual fue traducido como ídolo. Es interesante notar que en la etimología hebrea, un ídolo literalmente es «vano»; es decir, «nada». También, hay otra palabra que, para referirse a ellos de una manera despectiva, significa: «bolitas de estiércol». Entendiendo, de esta manera, el desprecio que un siervo del verdadero Dios debe demostrar por ellos.

Entonces, un ídolo queda establecido que es nada. Sin embargo, no es asunto menor; pues el Apóstol Pablo nos advierte claramente que «¿Qué digo, pues? ¿Que el ídolo es algo, o que sea algo lo que se sacrifica a los ídolos? Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios» (1 Corintios 10:19-20).

Es muy claro que detrás de esos ídolos, detrás de los «nadas» se encuentran poderes demoniacos. Esto es muy sencillo de entender. Las personas hacen de los ídolos los depositarios de su adoración, ponen su confianza en ellos. Pero, en realidad, a quien están adorando es al enemigo de nuestras almas; quien de esta forma recibe la adoración que solo debería ser otorgada para Dios.

Por eso es que Dios consideraba adulterio a aquel de su Pueblo que adoraba ídolos en el corazón. Porque se les ofrece a esas cosas inútiles, el amor y agradecimiento que el Padre debería de recibir. Cambiaban al «todo» por la «nada». No. no los critiques. Lo mismo hacemos nosotros. Al albergar ídolos en nuestro corazón, despreciamos el amor de nuestro Padre, nos volcamos en cosas y personas que no significan nada, despreciamos la eternidad por un ínfimo instante de placer.

Entonces, un ídolo es aquello que ocupa el lugar de Dios como fuente y origen de todas las cosas; pero también como receptor de amor y adoración. ¿Qué clases de cosas pueden formar un ídolo en nuestro corazón? A continuación meditaremos en algunos ídolos que pueden estar de polizontes en nuestro corazón. Algunos de ellos ya los traíamos desde antes de venir a los pies del Señor y otros los desarrollamos después. Oremos para que Dios nos revele cualquier ídolo en nuestro corazón.

Creo que la manera más sencilla de detectar un ídolo obrando es pensar en nuestra principal fuente de satisfacción y seguridad. Para algunos esto lo encuentran en las drogas, unos más en las fiestas, en el comer mucho; pero, también, en el celular, la TV, el Netflix, las redes sociales, los videojuegos, incluso, el quehacer de la casa, entre otras muchas cosas.

Antes de que comiences a mover la cabeza de un lado a otro y declarar «yo no»; hay unas preguntas que suelen ser muy reveladoras a la hora de detectar ídolos. Toma una hoja y escribe el tiempo que le dedicas al Señor cada día. Bien, ahora responde a las siguientes preguntas: ¿En qué gastas más tu dinero? ¿En qué inviertes tu tiempo? ¿Cuántas horas a la semana pasas en redes sociales, internet, películas y series? ¿Estás luchando con un vicio? ¿Estás luchando con un exceso, por ejemplo, la comida? ¿Qué es lo primero que haces por la mañana? ¿Consultar tus redes? ¿En qué inviertes el tiempo de tu pensamiento? Responder a este tipo de preguntas te revelará si hay algún ídolo en tu corazón.

Vamos por más, hay ídolos que se manifiestan como estructuras de pensamiento dentro de nuestra mente. ¿Te evades de la realidad para sentirte mejor? ¿tienes la costumbre de mentir? ¿Te aferras a tus propias ideas como verdaderas (lo que hace de ti mismo tu ídolo)? Tal vez luchas con pensamientos blasfemos, o las dudas están ahogando tu fe.

Claro, he de aclarar que para que un ídolo exista dentro de nosotros, la evidencia será que continuamente estamos pecando. Por ejemplo, puede ser que de repente digas una mentira, para lo cual debes arrepentirte y ya está. Pero, si la mentira es un estilo de vida, sí, tienes un problema con ese ídolo.

Pero también, existen otra clase de ídolos, esos que se aprovechan de los sentimientos y emociones: amargura, tristeza, depresión, ansiedad, odios, etc. Por supuesto, hay veces que estas conductas emanan de un trastorno físico, por lo que se necesita tratar a esa persona. Pero de no ser así, el problema es un ídolo. ¿Puede sonar un poco exagerado? Claro que no, querida Iglesia. Mira, el que tiene, por ejemplo, un ídolo de amargura, entrega su amor y adoración a ese ídolo comportándose como él. Por lo que sus pensamientos serán de continuo de amargura, pensando que nadie lo quiere, pendiente del daño que le hacen. Una y otra vez se postrará ante ese ídolo, tomando su identidad.

¡Ah! No hay que olvidar que algunos hemos hecho de otras personas nuestros ídolos. Claro, en ellos buscamos la fuente de significado y amor que solo puede dar el Señor. En esta categoría pueden entrar amistades, novios, cónyuges, e, incluso, hijos. Recuerda que el mismo Señor dijo que nadie que ame más a familiares que a Él es digno de ser su discípulo.

Déjame mencionar tres ídolos más. Son muy comunes y tienen a muchos creyentes rindiéndoles honor. El primero es el dinero. Hoy este ídolo se ha colado hasta los altares de nuestras congregaciones, donde se habla de Dios como una máquina de hacer dinero. Te pongo un ejemplo. Antes se consideraba la ofrenda como un acto de amor y adoración, un momento para regresar a Dios de aquello que Él nos había dado. Y, aunque estoy de acuerdo que Dios bendice al que da libremente; el énfasis no estaba en lo que Dios te daría, sino en lo que nosotros dábamos a Dios.

Hoy no es así. Ahora ya ni le llamamos ofrenda; se le cambió el nombre por «siembra»; entonces la idea es que yo doy una «siembra» con la idea de recibir una «cosecha». ¿A quién glorifica esta «transacción»?; ¿Quién tiene el papel principal en este acto? ¿Dios? Por supuesto que no, lo es el dinero. Así, la preeminencia de este acto no es Dios, la adoración se la lleva el dinero.

Sé que muchos alegarán que el dinero no es problema para ellos, que no los domina. Hay una forma sencilla de saberlo, ¿Cuál es la actitud de tu corazón cuando no tienes dinero? ¿Cuánto de tu seguridad está depositada en la cantidad de dinero que tienes? ¿Cuántas discusiones tienen como pareja por el dinero? Si somos honestos, tal vez reconozcamos que el dinero está ocupando un lugar en nuestro corazón que no debe tener.

En segundo lugar, otro ídolo a considerar es la manifestación de la sexualidad fuera del propósito de Dios. Vivimos en una sociedad que está rebosante de sensualidad, con todos los excesos sexuales que se ha derivado de ello. Para muchos, su vida gira alrededor de la vida erótica; incluso de siervos de Dios, quienes están luchando en secreto con la pornografía, con el adulterio e, incluso, la prostitución. Iglesias que desde el Pastor manifiestan problemas sexuales. Este ídolo ha avanzado mucho dentro de nuestras filas.

Este ídolo es el claro ejemplo de cómo cambiamos el «todo» por la «nada». Es triste ver a nuestros jóvenes, adolescentes e, incluso, niños atrapados en una vida sensual, en una vida de excesos sexuales. Es un ídolo que debemos erradicar de nuestros corazones, los creyentes debemos ser ejemplos de pureza.

Por último, el gran ídolo a vencer soy yo mismo. El gran problema es que seguimos tratando de hace lo que queremos, a nuestra forma; nos llenamos de orgullos, nos comparamos con los demás. Envidiamos, comparamos, discutimos. Estamos tan llenos de nosotros mismos que no nos damos cuenta que nos hemos vuelto un ídolo para nosotros mismos.

Una vez que hemos identificado a los ídolos, es tiempo de renunciar a ellos. Pide al Señor que te revele la condición de tu corazón, que te permita arrepentir. Y cuando lo haga, arrepiéntete con todo tu corazón. Toma acciones en contra de ese ídolo renunciando a él y pidiendo al Espíritu de Dios que lo arranque de tu corazón, en el nombre de Jesús. Entonces empezará una lucha diaria en la que paso a paso afirmarás tu compromiso por obedecer al Señor. Así se limpiará tu corazón de ídolos.

Querida Iglesia, es tiempo de purificarnos; prepararnos para la venida de nuestro Señor. Limpiemos de nuestro corazón de todo ídolo y decidámonos a servir a Aquel que salvó nuestras almas. Entreguémosle el corazón y permitamos que haga su morada dentro de nosotros.

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